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Santa Margarita de Alacoque, discípula del Sagrado Corazón de Jesús

Santa Margarita fue constituida por nuestro Señor Jesucristo como la «discípula muy querida de su Sagrado Corazón» haciéndola partícipe de la ardiente llama del amor de su corazón. Y para dar a conocer al mundo las extraordinarias Gracias del Divino Corazón.
Margarita de Alacoque, discípula del Sagrado Corazón de Jesús

«¡Ojalá pudiera contar todo lo que sé de esta devoción del Sagrado Corazón de Jesús, y descubrir a toda la tierra los tesoros de gracias que Jesucristo encierra en su Corazón adorable, y que quiere derramar con abundancia sobre todos los que la practiquen!» Santa Margarita de Alacoque.

Desde la más tierna infancia Margarita María ha sentido viva la presencia del Soberano Maestro en su alma. En su autobiografía, que escribió bajo la fuerza de la obediencia relata: «Único Amor mío, ¡cuánto os debo por haberme prevenido desde mi más tierna edad, constituyéndoos dueño y posesor de mi corazón, aunque conocíais bien la resistencia que había de haceros! No bien tuve conciencia de mí misma, hicisteis ver a mi alma la fealdad del pecado que imprimió en mi corazón un horror tal, que la más leve mancha me era tormento insoportable. Sin saber lo que hacía, me sentía continuamente impulsada a decir estas palabras: “Dios mío, os consagro mi pureza y hago voto de perpetua castidad”».

La infancia de Margarita no ha sido fácil, perdió a su padre siendo niña aún y como era la única hija, y su madre, encargada de la tutela de sus cinco hijos, paraba muy poco en casa, se crió por este motivo hasta la edad de unos ocho años y medio sin más educación que la de los domésticos y campesinos. Luego la llevaron a una casa religiosa, donde le prepararon para recibir la Primera Comunión cuando tenía unos nueve años, esta comunión derramó en ella tanta amargura en todos los infantiles placeres y diversiones, que no podía ya hallar gusto en ninguno, aunque los buscase con ansia, pues al punto que quería tomar parte en ellos con sus compañeras, sentía siempre algo que la separaba de ellos y la llevara hacia algún rinconcito.«Allí me precisaba a ponerme en oración, pero casi siempre postrada o con las rodillas desnudas en el suelo, o haciendo genuflexiones con tal que no me vieran, pues sufría un extraño tormento cuando así me encontraban».  

«Hija Mía, Me admiro de que Me sirvas con tanta negligencia»

Margarita María cayó en un estado de enfermedad tan deplorable, que pasó como unos cuatro años sin poderse mover. No halló, en definitiva, otro remedio a sus males que el de consagrarse con voto a la Santísima Virgen, prometiéndole que, si la curaba, sería un día una de sus hijas. «Apenas hice este voto, recibí la salud acompañada de una nueva protección de esta Señora, la cual se declaró de tal modo dueña de mi corazón que, mirándome como suya, me gobernaba como consagrada a Ella, me reprendía mis faltas y me enseñaba a hacer la voluntad de Dios. Me sucedió una vez, que estando rezando el Rosario sentada, se me presentó delante y me dio tal reprensión, que, aunque era aún muy niña, jamás se ha borrado de mi mente. “Hija Mía, Me admiro de que Me sirvas con tanta negligencia”. Tal impresión dejó estas palabras en mi alma, que me han servido de aviso para toda mi vida».   

Margarita podía rezar delante del Santísimo Sacramento horas y horas sin sentir jamás cansancio alguno. «Hubiera pasado allí los días enteros con sus noches sin beber, ni comer y sin saber lo que hacía, sino era consumirme en Su Presencia como un cirio ardiente para devolverle amor por amor».

Conforme iba pasando el tiempo, las cruces se hacían más pesadas en la vida de Margarita, por lo que el diablo suscitó buenos candidatos que se presentaban en la residencia de la joven, los cuales le asediaban para obligarle a ser infiel al voto que había hecho. Sentía la presión de sus parientes, por un lado, y de su madre por el otro, quien ponía en ella todas sus esperanzas para salir de la miseria y la terrible vida que llevaban. Recordando ese momento, escribe: «El demonio se servía de mi ternura y amor filial, representándome incesantemente las lágrimas que mi madre derramaba, y diciéndome que si me hacía religiosa, la mataría de pena».

Las dudas llegaban al corazón de Margarita y satanás le decía continuamente: «¿En qué piensas queriendo ser religiosa? Vas a convertirte en la risa del mundo, porque de ningún modo has de perseverar; ¡y qué confusión, dejar un hábito de religiosa y salir de un convento! ¿Dónde podrás después ocultarte?» Me deshacía en lágrimas – describe ella-  en medio de tantos asaltos, porque tenía un horror espantoso a los hombres y no acertaba a resolverme; pero mi Divino Maestro, que conservaba siempre delante de mis ojos mi voto, tuvo finalmente piedad de mí.

Entrada al monasterio

Ni bien Margarita María entró en el locutorio del Monasterio de la Visitación de Santa María el 20 de junio de 1671, oyó interiormente estas palabras: «Aquí es donde te quiero».

Santa Margarita relata este momento de esta manera: «Habiendo llegado, finalmente, el día tan apetecido de dar el adiós al mundo, sentí tal gozo y firmeza en mi corazón, que estaba como insensible, tanto al cariño, como al dolor que me manifestaban todos, especialmente mi madre, y no derramé ni una lágrima al dejarlos. Porque me parecía ser como una esclava, que se encuentra libre de su prisión y de sus cadenas, para entrar en la casa de su Esposo, tomar de ella posesión, y gozar con toda libertad de la Presencia de éste, de sus bienes y de su Amor. Así se lo decía Jesús a mi alma, la cual estaba como fuera de sí misma».

Un día pidió a la Maestra de novicias que le enseñase a hacer oración, de la cual su alma tenía gran hambre, ésta le dijo: «Id a colocaros delante de Nuestro Señor Jesucristo, como una tela preparada delante de un pintor». Hubiera yo querido, relata Santa Margarita, la explicación de lo que me decía por no comprenderlo, pero no osaba pedírsela; mas el Señor me dijo: «Ven, que Yo te lo enseñaré». «Y tan pronto como fui a la oración, me hizo conocer que aquella tela preparada era mi alma, sobre la cual quería trazar todos los rasgos de su Vida Dolorosa (…) me despojó en un momento de todo, y después de haber dejado mi corazón vacío y desnudo por completo mi alma, encendió en ésta un deseo tan ardiente de amar y sufrir, que no me dejaba momento de reposo», comenta la Santa.

Mi Divino Corazón está tan apasionado de Amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente.

Revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús

La primera aparición del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque sucede algo más de un año más tarde de su entrada en el convento: el 27 de diciembre de 1673, fiesta de San Juan evangelista. Se prolongan hasta enero de 1688. Margarita muere el 17 de octubre de 1690.

Estando Margarita delante del Santísimo Sacramento, se encontró toda penetrada por esta Divina Presencia; pero tan fuertemente, que se olvidó de sí misma y del lugar en que estaba, y se abandonó a ese espíritu entregando su corazón a la fuerza de su amor que le hizo reposar por muy largo tiempo sobre su pecho divino, en el cual le descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos inexplicables de su Corazón Sagrado, que hasta entonces le había tenido siempre ocultos.  Nuestro Señor le dijo: «Mi Divino Corazón está tan apasionado de Amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros que te descubro, y los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía».

Así es como ella describe a Nuestro Señor que se le presentaba los primeros viernes de cada mes: «El Sagrado Corazón se me representaba como un sol brillante de esplendorosa luz, cuyos ardentísimos rayos caían a plomo sobre mi corazón, el cual se sentía al instante abrasado con tan vivo fuego, que parecía me iba a reducir a cenizas. Estos eran los momentos particularmente elegidos por el Maestro Divino para manifestarme lo que quería de mí y descubrirme los secretos de este amable Corazón. Una vez entre otras, estando expuesto el Santísimo Sacramento, después de sentirme completamente retirada al interior de mí misma por un recogimiento extraordinario de todos mis sentidos y potencias, se me presentó Jesucristo, mi Divino Maestro, todo radiante de gloria, con sus cinco llagas, que brillaban como cinco soles, y por todas partes salían llamas de su Sagrada Humanidad, especialmente de su adorable pecho, el cual parecía un horno. Abrióse éste y me descubrió su amantísimo y amabilísimo Corazón, que era el vivo foco de donde procedían semejantes llamas. Entonces fue cuando me descubrió las maravillas inexplicables de su Amor Puro, y el exceso, a que le había conducido el amar a los hombres, de los cuales no recibía sino ingratitudes y desprecios. “Esto, —me dijo—, me es mucho más sensible que cuanto he sufrido en mi pasión: tanto, que si me devolvieran algún amor en retorno, estimaría en poco todo lo que por ellos hice, y querría hacer aún más, si fuese posible; pero no tienen para corresponder a mis desvelos por procurar su bien, sino frialdad y repulsas. Mas tú, al menos, dame el placer de suplir su ingratitud, en cuanto puedas ser capaz de hacerlo”».

Un día Santa Margarita le dijo al Sagrado Corazón: «¿Por qué no elige a otra que sea santa, para que propague estos mensajes tan importantes? Yo soy demasiado pecadora y muy fría para amar a mi Dios». El Señor le dijo: «Te he escogido a ti que eres un abismo de miserias, para que aparezca más mi poder. Y en cuanto a tu frialdad para amar a Dios, te regalo una chispita del amor de mi Corazón». Y le envió una chispa de la llama que ardía sobre su Corazón, y desde ese día la santa empezó a sentir un amor grandísimo hacia Dios y era tal el calor que le producía su corazón que en pleno invierno, a varios grados bajo cero, tenía que abrir la ventana de su habitación porque sentía que se iba a quemar con tan grande llama de amor a Dios que sentía en su corazón.

A partir de la primera revelación, Margarita sufriría todos los primeros viernes de mes una reproducción de la misteriosa llaga del costado, cosa que le sucedería hasta su muerte. Estos eran los momentos particularmente elegidos por el Señor para manifestarle lo que quería de ella y para descubrirle los secretos de su amable Corazón.

Tercera revelación. En lo que probablemente era el primer viernes de junio de 1674, fiesta de Corpus Christi, tuvo Margarita la tercera gran revelación.

Una vez entre otras, escribe Sta. Margarita, “que se hallaba expuesto el Santísimo Sacramento, después de sentirme retirada en mi interior por un recogimiento extraordinario de todos mis sentidos y potencias, Jesucristo mi Amado se presentó delante de mi todo resplandeciente de Gloria, con sus cinco llagas brillantes, como cinco soles y despidiendo de su sagrada humanidad rayos de luz de todas partes pero sobre todo de su adorable pecho, que parecía un horno encendido; y, habiéndose abierto, me descubrió su amante y amable Corazón.

Entonces Jesús le explicó las maravillas de su puro amor y hasta que exceso había llegado su amor para con los hombres de quienes no recibía sino ingratitudes. Esta aparición es mas brillante que las demás. Amante apasionado, se queja del desamor de los suyos y así divino mendigo, nos tiende la mano el Señor para solicitar nuestro amor.

Le dirige las siguientes peticiones:

– Comulgarás tantas veces cuanto la obediencia quiera permitírmelo

– Jueves a viernes haré que participes de aquella mortal tristeza que Yo quise sentir en el huerto de los olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía mas difícil de sufrir que la muerte.

– Por acompañarme en la humilde oración que hice entonces a mi Padre en medio de todas mis congojas, te levantaré de once a doce de la noche para postrarte durante una hora conmigo; el rostro en el suelo, tanto para calmar la cólera divina, pidiendo misericordia para los pecadores, como para suavizar, en cierto modo, la amargura que sentí al ser abandonado por mis apóstoles, obligándome a echarles en cara el no haber podido velar una hora conmigo…

“Una vez, estando expuesto el Santísimo Sacramento, se presentó Jesucristo resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas que se presentaban como otro tanto soles, saliendo llamaradas de todas partes de Su Sagrada Humanidad, pero sobre todo de su adorable pecho que, parecía un horno encendido. Habiéndose abierto, me descubrió su amabilísimo y amante Corazón, que era el vivo manantial de las llamas. Entonces fue cuando me descubrió las inexplicables maravillas de su puro amor con que había amado hasta el exceso a los hombres, recibiendo solamente de ellos ingratitudes y desconocimiento.

“Eso,” le dice Jesús a Margarita, “fue lo que más me dolió de todo cuanto sufrí en mi Pasión, mientras que si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que hice por ellos y, de poder ser, aún habría querido hacer más. Mas sólo frialdades y desaires tienen para todo mi afán en procurarles el bien. Al menos dame tú el gusto de suplir su ingratitud de todo cuanto te sea dado conforme a tus posibilidades.”

Ante estas palabras, Margarita solo podía expresarle al Señor su impotencia, Él le replicó: “Toma, ahí tienes con qué suplir cuanto te falte.” Y del Corazón abierto de Jesús, salió una llamarada tan ardiente que pensó que la iba a consumir, pues quedó muy penetrada y no podía ella aguantarlo, por lo que le pidió que tuviese compasión de su debilidad. El le respondió:

“Yo seré tu fortaleza, nada temas, solo has de estar atenta a mi voz y a lo que exija de ti con el fin de prepararte para la realización de mis designios.”

Entonces el Señor le describió a Margarita exáctamente de que forma se iba a realizar la práctica de la devoción a Su Corazón, junto con su propósito, que era la reparación. Finalmente, Jesús mismo le avisa sobre las tentaciones que el demonio levantará para hacerla caer.

“Primeramente me recibirás en el Santísimo Sacramento tanto como la obediencia tenga a bien permitírtelo; algunas mortificaciones y humillaciones por ello habrán de producirse y que recibirás como gajes de mi amor. Comulgarás, además, todos los primeros viernes de mes, y en la noche del jueves al viernes, te haré participe de la mortal tristeza que quise sentir en el huerto de los Olivos, cuya tristeza te reducirá, sin que logres comprenderlo, a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Para acompañarme en la humilde plegaria que elevé entonces a mi Padre, en medio de todas tus angustias, te levantarás entre las once y las doce de la noche para postrarte conmigo durante una hora, con la cara en el suelo, tanto para apaciguar la cólera divina, pidiendo por los pecadores, como para endulzar de algún modo la amargura que sentía por el abandono de mis apóstoles, lo cual me llevó a reprocharles que no habían podido velar una hora conmigo. Durante esa hora harás lo que te diga. Pero, oye hija mía, no creas a la ligera todo espíritu, ni te fíes, porque Satanás está rabiando por engañarte. 

Nuestro Señor le decía: «No hagas nada sin permiso de las superioras. El demonio no tiene poder contra las que son obedientes».

Una vez, narra la santa, me dio esta lección mi Divino Maestro con motivo de una falta cometida por mí: «Sabe, —me dijo—, que Soy un Maestro Santo, y enseño la Santidad. Soy Puro, y no puedo sufrir la más pequeña mancha. Por lo tanto, es preciso que andes en Mi Presencia con simplicidad de corazón e intención recta y pura. Pues no puedo sufrir el menor desvío, y te daré a conocer que, si el exceso de Mi Amor Me ha movido a ser tu Maestro para enseñarte y formarte a Mi manera y según Mis designios, no puedo soportar las almas tibias y cobardes, y que, si Soy Manso para sufrir tus flaquezas, no seré menos severo y exacto en corregir tus infidelidades».

Santa Margarita María fue constituida por nuestro Señor como la «discípula muy querida de su Sagrado Corazón» haciéndola partícipe de la ardiente llama del amor de su corazón. Y para dar a conocer al mundo las extraordinarias Gracias del Divino Corazón, la Santa contó con la ayuda de su director, el P. Claudio de la Colombière, de quien el Señor le dijo: «He ahí el que te envío».

Al final de su vida Santa Margarita escribe: «He tenido tres deseos ardientes: amar perfectamente a Jesucristo; sufrir por su amor y morir en el ardor de este amor».

Sus últimos días, cuando la Tierra principiaba a ocultarse a las miradas de Margarita, y a descubrirse el Cielo sonriendo a los ardientes suspiros de su corazón. Escribe una de sus contemporáneas: «Decía, a la Hermana, en quien más confianza tenía, que para ella ningún sufrimiento quedaba ya en el mundo, y que infaliblemente moriría muy pronto».

Quiso, sin embargo, prepararse con un retiro interior de cuarenta días, y examinar de dónde procedía aquel deseo vehemente que la obligaba a suspirar por el día feliz, y si sería en efecto feliz para ella, pues se juzgaba como la mayor pecadora y la más indigna de los favores de Dios.

He aquí sus sentimientos en esta materia: «Desde el día de Santa Magdalena me sentí extremadamente impulsada a reformar mi vida, para estar dispuesta a presentarme ante la Santidad de Dios, cuya Justicia es tan temible y tan impenetrables Sus Juicios. Es menester, por lo tanto, que tenga siempre ajustadas mis cuentas, para no verme sorprendida, porque es cosa terrible caer a la hora de la muerte en las manos de un Dios vivo, cuando durante la vida se ha separado un alma por la culpa de los brazos de un Dios moribundo. Me propuse, pues, para llevar a efecto una inspiración tan saludable, hacer un retiro interior en el Sagrado Corazón de Jesucristo (…).

CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZON DE JESUS
(SANTA MARGARITA MARIA DE ALACOQUE)


Yo, (decir su nombre), me doy y consagro al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo; le entrego mi persona y mi vida, mis acciones, penas y sufrimientos, para no querer ya servirme de ellos, sino para pertenecerle a Él enteramente y hacerlo todo por amor suyo, renunciando con todo mi corazón a cuanto pueda disgustarle.

Te tomo, pues, Corazón Divino, como único objeto de mi amor, por protector de mi vida, seguridad de mi salvación, remedio de mi fragilidad e inconstancia, reparador de todas las faltas de mi vida, y asilo seguro en la hora de la muerte. Sé, pues, Corazón bondadoso, mi justificación ante Dios Padre, y desvía de mí los rayos de su justa indignación. Corazón amorosísimo, en Ti pongo toda mi confianza, porque, aun temiéndolo todo de mi flaqueza, todo lo espero de tu bondad.

Consume, pues, en mí todo cuanto pueda disgustarte o se oponga a tu Divina Voluntad. Imprímase tu amor tan profundamente en mi corazón, que no pueda olvidarte jamás, ni verme separado de Ti. Te ruego encarecidamente, por tu bondad que mi nombre esté escrito en Ti. Ya que quiero constituir toda mi dicha y toda mi gloria en vivir y morir como esclavo tuyo. Amén.


Fuente: Margarita, M. Autobiografía, Sánchez Teruel, Ángel (traductor), Bilbao, 1890.

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