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Corpus Christi: Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Dos eventos extraordinarios contribuyeron a la institución de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: Las visiones de Santa Juliana de Mont Cornillon y El milagro Eucarístico de Bolsena.
Corpus Christi: Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

La Santa Iglesia, en su sabiduría, ha instituido una fiesta para este sacramento, diferente a la del Jueves Santo, día en que se conmemora la institución de la Eucaristía y el Orden Sagrado y en la que se ve el aspecto Sacrificial, la renovación del sacrificio incruento del Calvario, que sucede en cada Misa.

La Iglesia existe de la Eucaristía y para la Eucaristía; es ella la que la alimenta y la mantiene viva. La Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, cabeza de la Iglesia, a quien se unen íntimamente los fieles a través de la recepción de este sacramento.

Dos eventos extraordinarios contribuyeron a la institución de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: Las visiones de Santa Juliana de Mont Cornillon y El milagro Eucarístico de Bolsena.

Cuando vemos al sacerdote revestirse con un velo humeral para tomar en sus manos la custodia que contiene el Sacrosanto Cuerpo de Nuestro Señor, podemos darnos cuenta de cuán digno es aquel objeto sagrado, por el hecho de contener algo Divino. Pero cuánta mayor sacralidad poseemos nosotros cuando comulgamos, porque Dios no nos transmite solo sacralidad como a la custodia, sino santidad; es decir, la Eucaristía nos hace santos si lo recibimos con las debidas condiciones. ¡Reconozcamos nuestra dignidad!

Jesús en las almas y en las calles

Por eso la Santa Iglesia, en su sabiduría, ha instituido una fiesta para este sacramento, diferente a la del Jueves Santo, día en que se conmemora la institución de la Eucaristía y el Orden Sagrado y en la que se ve el aspecto SACRIFICIAL, la renovación del sacrificio incruento del Calvario, que sucede en cada Misa. Esta fiesta es la de Corpus Christi, celebrada el jueves (en algunos países como Paraguay, por cuestiones pastorales, la solemnidad se traslada al Domingo) siguiente al Domingo de la Santísima Trinidad, la Iglesia nos habla de otro aspecto de la Eucaristía: la PRESENCIA DE DIOS.  

Esta Fiesta no existía en el primer milenio de la Iglesia, porque nadie dudaba de esta verdad. Pero al final de la Edad Media, aparecieron las primeras herejías referentes a la Eucaristía. Primero explicando de manera equivocada esta presencia real, surgieron herejías como la «empanación», que sostenían que Jesús está en el pan y negando de esa manera que la sustancia del pan se ha transformado en la sustancia del Cuerpo de Cristo; o la herejía de la  negación de la presencia de Cristo, parte de la herejía protestante. De ahí la necesidad de esta fiesta para reafirmar una y otra vez la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

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Fruto Espiritual de esta Solemnidad

La presencia de Dios no es una presencia estática, sino que debe ser comulgada. Los fieles deberíamos recordar que por el hecho de que comulgamos, tenemos la presencia de Cristo eucarístico en nuestros corazones; entonces, todos somos  ostensorios vivos que llevan a Jesús por las calles de la ciudad. Pero somos más que ostensorios, porque Jesús no comunica santidad a los sagrarios, a las patenas, a las tecas,  a los ostensorios o a los copones que contienen las sagradas formas; estos son sagrados, pero no se hacen partícipes de la santidad de Jesús. Comulgar es el acto más santificador que podemos realizar porque Cristo nos transmite su santidad a través de ese sacramento. Necesitamos acercarnos a Cristo, sedientos de amor por Él, sedientos de su presencia.

Cuando adoramos a Jesús en el Sagrario, no deberíamos sólo humillarnos, amarlo y adorarlo, sino también demostrarle nuestro deseo de recibirlo. Por eso la práctica de la comunión espiritual es muy conveniente, pues conviene al mismo deseo del alma cristiana de unirse a Cristo.

Pidamos un hambre mayor de la Eucaristía

La mejor forma de preparar para recibir la eucaristía es la adoración. Nadie puede recibir a Cristo sin antes adorarlo, aun cuando no pueda visitarlo físicamente, porque dispone nuestra alma para recibirlo sacramentalmente. Es grave recibir este sacramento descuidadamente, y no estamos hablando de la recepción en estado de pecado -que sabemos que es un pecado-, sino de la recepción tibia, aquella que se realiza sin recoger los frutos de este sacramento. Prueba de ello es que no salimos más santos después de cada Misa.

Pidamos un hambre mayor de la Eucaristía. Nuestra dignidad, si hemos comulgado, es mayor que la custodia que lleva el sacerdote y que recorre las calles de la ciudad el día de Corpus Christi.

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Origen de la fiesta del Corpus Christi

Dios utilizó a santa Juliana de Mont Cornillon para propiciar esta fiesta. La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Por diferentes intrigas tuvo que irse del convento. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.

Juliana, desde joven, tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre añoraba que se tuviera una fiesta especial en su honor.

Ella le hizo conocer sus ideas a Roberto de Thorete, el entonces obispo de Liège, y a otros destacados eclesiásticos de la época; finalmente pudo también dárselo a conocer al mismo Papa Urbano IV. Monseñor Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; también el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan debía escribir el oficio para esa ocasión.

La ermitaña Eva, con quien Juliana había pasado un tiempo y quien también era ferviente adoradora de la Santa Eucaristía, le insistió a Enrique de Guelders, obispo de Liège, que pidiera al Papa que extendiera la celebración al mundo entero.

Un día Jesús se le apareció y le explicó que la mancha oscura era una fiesta que faltaba en el calendario de la Iglesia: la celebración de la Sagrada Eucaristía.

Tanto las experiencias de Santa Juliana, como lo ocurrido con un sacerdote en Bolsena, motivaron al Papa Urbano IV, siempre siendo admirador de esta fiesta, publicar la bula «Transiturus De Hoc Mundo» 11 de agosto de 1264, en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía, ordenó que se celebrara la solemnidad de «Corpus Christi» en el día jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo, otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio. Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano y ha sido admirado aun por Protestantes.

“Es un memorial dulcísimo, sacrosanto y saludable en el cual renovamos nuestra gratitud por nuestra redención, nos alejamos del mal, nos afianzamos en el bien y progresamos en la adquisición de las virtudes y de la gracia, nos confortamos por la presencia corporal de nuestro mismo Salvador, pues en esta conmemoración Sacramental de Cristo está presente El en medio de nosotros, con una forma distinta, pero en su verdadera sustancia”, escribe el Papa Urbano IV .

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Ninguno de los decretos de diversos Papas habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo, estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV.

La fiesta fue aceptada en diversas diócesis de Europa. En los Estados Unidos y en otros países (como en el Paraguay) la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad.

En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.

El Concilio de Trento declara que, muy piadosa y religiosamente, fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y honorificamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto, los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

La Solemnidad de Corpus Christi tiene como finalidad proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Presencia permanente y substancial más allá de la celebración de la Misa y que es digna de ser adorada en la exposición solemne y en las procesiones con el Santísimo Sacramento.

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