Inicio

Homilía

Artículos

Comunidad

Fulton Sheen nos invita a santificar todos los instantes de nuestras vidas mediante el rezo del Santo Rosario

Quien haya enviado rosas a una amiga en señal de aprecio, o las haya recibido como recuerdo, se percatará del significado de la historia de la oración más excelsa de todas. De la costumbre de ofrecer ramos espirituales nació una serie de oraciones conocida con el nombre de Rosario, pues sabido es que el Rosario significa «corona de rosas», rosas para la Reina del Cielo, la que intercede por sus hijos y no los defrauda.
El Rosario y Maria

Por Mons. Fulton Sheen

La humanidad ha relacionado en todo tiempo las rosas con la alegría. Los paganos coronaban de rosas las estatuas de sus dioses como símbolo del ofrecimiento de sus corazones. Los fieles seguidores de los primeros tiempos de la Iglesia sustituyeron las coronas de rosas por oraciones.

En los tiempos de los primeros mártires –y digo «primeros» porque la Iglesia tiene actualmente más mártires que tuvo en los cuatrocientos primeros años-, cuando marchaban las delicadas vírgenes por la arena del Coliseo derechas a la muerte, se vestían con sus más vistosas prendas y adornaban sus cabezas con coronas de rosas para ir al encuentro del Rey de reyes por el que morían. Los cristianos, por la noche, recogían sus coronas y ante cada rosa recitaban una oración.

En el apartado desierto de la Tebaida, los egipcios, los anacoretas y los ermitaños contaban sus oraciones con piedritas y granitos que reunía a manera de corona.

Mahoma adoptó esta práctica para sus secuaces.

De la costumbre de ofrecer ramos espirituales nació una serie de oraciones conocida con el nombre de Rosario, pues sabido es que el Rosario significa «corona de rosas»

Desde los primeros tiempos recomendó la Iglesia a los creyentes que rezaran los ciento cincuenta salmos de David. Esta costumbre está en vigor todavía entre los sacerdotes, pues están obligados a recitar diariamente esos salmos en el rezo del Breviario.

Pero no todos pueden saber con facilidad los cinto cincuenta salmos y además era difícil obtener un libro antes de la invención de la imprenta, siendo ésa la causa de que libros importantes, como la Biblia, estaban sujetos con cadenas, como las guía telefónicas de las estaciones ferroviarias, pues de otra forma los habrían robado.

Incidentalmente quiero aclarar un extremo. El hecho de que la Biblia estuviese sujeta con cadena ha dado lugar a la estúpida mentira de que la Iglesia no quería permitir a nadie su lectura. En realidad, tenía las cadenas para que la gente la pudiese leer y consultar. También estaban sujetas con cadenas las guías telefónicas y, sin embargo, era uno de los libros más consultados por la moderna civilización.

Las personas que no podían aprenderse los ciento cincuenta salmos, desearon hacer algo que sustituyese dicha práctica y la sustituyeron con ciento cincuenta avemarías, subdivididas en quince decenas.

Cada decena había de rezarse meditando en los diversos misterios de la vida de Nuestro Señor. Para separar las decenas, alguien debió comenzar con un Padrenuestro y terminar con un «Gloria», en la alabanza de la Trinidad.

Santo Domingo de Guzmán, que murió en 1221, recibió de la Virgen la orden de predicar y hacer popular esa devoción en sufragio de las almas del Purgatorio para el triunfo sobre el mal y prosperidad de la Santa Madre la Iglesia, y de esta manera se fundó el Santo Rosario en la forma que tiene en la actualidad.

Se ha objetado que el Rosario tiene demasiadas repeticiones, ya que se dicen tantas veces el padrenuestro y el avemaría, que resultan monótonos.

Esto me recuerda la visita que me hizo un joven cierta noche después de la instrucción.

Me dijo: «Nunca me haré católica. Ustedes dicen y repiten siempre las mismas palabras en el Rosario, y quien repite las mismas palabras no es sincero. Yo, por mi parte, no creería a semejante persona, y me parece que Dios tampoco las creerá».

Le pregunté quién era el joven que la acompañaba, y me respondió que era su novio. Entonces, le pregunté: «¿Le quiere mucho?»

– Ciertamente que me quiere mucho.

– ¿Y cómo lo sabe usted?

– Porque me lo ha dicho.

– ¿Qué es lo que le ha dicho? – Me tiene dicho: «¡Te quiero!» – ¿Cuándo se lo ha dicho?

– Hace sobre una hora.

– ¿Y se lo había dicho antes?

– Sí, la otra noche.

– ¿Y qué le dijo?

– ¡Te quiero!

– ¿Y no se lo tenía dicho con anterioridad?

– Me lo dice todas las noches.

Repuse: «Pues no lo creerá usted, porque quien repite las mismas palabras no es sincero».

La muy hermosa verdad es que no hay repetición en el «¡Te quiero», porque se produce un nuevo momento en el tiempo, existe otro punto en el espacio y las palabras no tienen el mismo significado anterior.

El amor nunca es monótono, a pesar de la uniformidad de sus expresiones. La mente es infinitamente variable en su lenguaje, pero el corazón no lo es. El corazón del hombre en presencia de la mujer amada es demasiado pobre para traducir en diversas palabras la inmensidad de su cariño y de sus afectos.

Por eso el corazón adopta una sola expresión: «¡Te quiero», y diciéndolo muchas veces, no se repite jamás.

Es la única novedad verdadera del mundo. Eso es lo que hacemos al rezar el Rosario.

Repetimos a la Santísima Trinidad, al Verbo Encarnado, a la Santísima Virgen: «¡Te quiero», «¡Te quiero», «¡Te quiero» Hay belleza en el Rosario.

No es solamente una oración vocal; es también una oración mental.

Habrán asistido tal vez a una representación dramática en la que mientras habla la voz humana se escucha en sordina una música muy agradable que tonifica y da realce a las palabras. Así es el Rosario.

Mientras se reza, no se oye la música, pero se medita en la vida de Jesucristo aplicada a nuestra vida y a nuestras necesidades.

Así como el alambre tiene sujetas las redes de las camas, así nos tiene sujetas a la oración la meditación.

Muchas veces ocurre que estamos hablando a una persona y nuestro pensamiento está en otra cosa. En el Rosario, no «recitamos» las oraciones simplemente, sino que además «pensamos». En Belén, Galilea, Nazareth, Jerusalén, el Gólgota, el Calvario, el Monte de los Olivos, el Paraíso, todo eso pasó por delante de los ojos de nuestra mente mientras «rezan nuestros labios». El Rosario requiere «nuestros dedos, nuestros labios, nuestro corazón» en una vasta sinfonía de oraciones, y por eso es la más grande plegaria que haya compuesto el hombre.

Dejen que les añada cómo puede servir de ayuda a los inquietos, a los enfermos, al mundo.

A los inquietos

La inquietud es una falta de armonía en tener la mente y el cuerpo. Lo inquietos tienen invariablemente demasiado ocupadas sus mentes y ociosas sus manos.

En la angustia mental, los mil pensamientos no logran ordenarse ni dentro ni fuera de nosotros. La concentración resulta imposible cuando la mente está inquieta; los pensamientos se amontonan desordenadamente y miles de imágenes se suceden en la mente; parece un sueño la paz del alma.

Los labios, al moverse al unísono con los dedos, constituyen la sugerencia vocal para la oración; la Iglesia es una sabia psicóloga al insistir en que se muevan los labios en el rezo del Rosario porque sabe que el ritmo externo producido por el cuerpo, puede producir el ritmo del alma

El Rosario es la mejor terapéutica para las almas distraídas, apesadumbradas, tímidas y desilusionadas, precisamente porque requiere el empleo simultáneo de las tres potencias: física, vocal y espiritual, en este mismo orden.

Los granos o cuentas recuerdan a los dedos que los tocan que deben usarse para rezar. Este es el consejo físico para la oración.

Los labios, al moverse al unísono con los dedos, constituyen la sugerencia vocal para la oración; la Iglesia es una sabia psicóloga al insistir en que se muevan los labios en el rezo del Rosario porque sabe que el ritmo externo producido por el cuerpo, puede producir el ritmo del alma.

Si los dedos y los labios se paralizan, el espíritu les imitará en seguida y podrá desaparecer del corazón la plegaria. Los granos o cuentas favorecen la concentración de la mente. Son como la preparación para el motor que se pone en marcha después de unas sacudidas. El ritmo y la dulce monotonía inducen a la paz, a la quietud física, y crean una fijeza afectiva en Dios.

Lo físico y lo espiritual, si les damos la oportunidad para ello, trabajan a una. Las mentes firmes y seguras pueden trabajar desde dentro para fuera, pero las mentes preocupadas han de actuar desde el mundo exterior que les rodea hacia el interior.

En las personas adiestradas espiritualmente, el alma guía al cuerpo, pero en la mayoría de las personas es el cuerpo el que guía al alma.

Los preocupados, conforme van rezando el Rosario, ven poco a poco que sus preocupaciones nacían de su amor propio.

Ninguna persona normal constante en el rezo del Santo Rosario se ha visto asaltada por las preocupaciones. Les sorprendería ver la facilidad con que saldrían de sus preocupaciones subiendo cuenta a cuenta hasta el trono del Corazón del Amor.

El Rosario es una devoción muy apropiada para los enfermos

Cuando sube la fiebre y padece el cuerpo, no se puede leer; apenas se puede hablar y oír hablar a pesar de las muchas cosas que el corazón quisiera decir.

Los ojos de una persona con salud se fijan en la tierra; cuando está enferma, yace boca arriba y los ojos miran al cielo. Tal vez fuese más exacto decir que el cielo mira hacia abajo.

En los momentos en los que la fiebre, el sufrimiento, la agonía hacen dificultosa la oración, nos sentimos inclinados a estrechar un Rosario entre nuestras manos, como símbolo de oración, y a acariciar el crucifijo que pende de él.

Como las oraciones de que consta el Rosario se saben de memoria, el corazón puede dejarlas fluir y ser el tema de meditación, cumpliéndose de esa manera la orden expresa de la Sagrada Escritura: «Recen siempre».

En esos momentos, los misterios preferidos serán los dolorosos, porque meditando en los sufrimientos de Nuestro Señor, los enfermos unen sus sufrimientos con los del Señor, para que, participando en Su Cruz, puedan participar también en Su Resurrección. ¡El Mundo!

Hay una cruzada mundial del Rosario para este pobre mundo tan lacerado

Han fallado los hombres -¡nunca hubo hombres tan pequeños para cargos tan importantes! Han fallado las instituciones políticas –pues ninguna reconoce a las leyes una fuente extrínseca de autoridad.

Pero siempre permanece Dios. La paz vendrá solamente cuando hayan cambiado los corazones de los hombres.

Para obtener esto, debemos rezar, y no para nosotros sino para el mundo.

El mundo comprende a todos sus habitantes: a los rusos, a nuestros enemigos, a los vecinos de casa. Por eso tengo proyectado un Rosario del Mundo Misionero.

Cada una de las cinco decenas es de un color diferente. Representan las cinco partes del mundo desde el punto de vista misionero.

Una decena es verde, y representa al África, por recordarnos sus selvas vírgenes y porque el verde es el color de los musulmanes, por quienes hemos de pedir.

La segunda decena es de color rojizo, por ser representación de América, poblada primitivamente por los «Pieles Rojas»

La decena tercera es blanca, por simbolizar a Europa, cuyo padre espiritual es el Blanco Pastor de la Iglesia.

La decena cuarta es azul, en recuerdo de Australia y de las islas de Oceanía diseminadas en las azules aguas del Pacífico.

La quinta es amarilla, por el Asia, la tierra del Sol Levante, la cuna de la civilización.

Al terminar de rezar con ese Rosario, se habrá dado la vuelta al mundo, abrazando a todos los continentes, a todos los pueblos, con la oración. Naturalmente que no se precisa que se ten uno de estos Rosarios para rezar por el mundo. Se puede rezar por esa intención sirviéndonos de nuestro acostumbrado Rosario.

Sin embargo, nuestro Rosario tiene esta triple ventaja: cada color recuerda la parte del mundo por la que se ofrece la decena. En segundo lugar, responde al requerimiento de la Virgen de Fátima de rezar por la paz del mundo. Y en tercer lugar, ayudará al Padre Santo y a la Congregación de la propagación de la Fe, materialmente, y espiritualmente, a los pobrecitos seiscientos territorios misioneros del mundo.

El mundo cambiará cuando cambiemos nosotros. Pero nosotros no podemos cambiar sin oración, y, a este efecto, el Rosario es incomparable.

Insisto tanto en sus efectos espirituales porque me son bien conocidos.

He visto salvarse milagrosamente a jóvenes gravemente heridos en accidentes; librarse de la muerte propia y salvar a su hijo, una madre en peligro durante el parto; alcoholizados que se han vuelto sobrios; vidas licenciosas que se han espiritualizado; descarriados que han vuelto a la fe; familias sin hijos que han sido bendecidas por la desead prole; soldados que han salido ilesos del combate; angustias espirituales superadas; paganos que se han convertido.

Conozco a un judío que durante la guerra mundial se escondió con otros cuatro soldados austriacos en el hoyo producido por una bomba.

Pedazos de metralla saltaban por todas partes.

De repente, una bomba mató a los cuatro compañeros.

El judío tomó el Rosario de uno de éstos y empezó a rezar. Lo sabía de memoria, por haberlo oído rezar muchas veces. Al terminar la primera decena, le pareció que debía salir de aquel embudo. Se arrastró por el barro y suciedad y se metió en otro agujero. En aquel momento estalló otra bomba en el embudo que había dejado el israelita.

Al final de cada decena fue trasladándose de refugio y cuatro explosiones se sucedieron e los embudos abandonados por él. Salvó la vida, y en agradecimiento se propuso dedicarla a Nuestro Señor y a Su Santísima Madre.

Aprendamos a santificar todos los instantes de nuestra vida. Lo podemos hacer mediante el Rosario.

Terminada la guerra, hubo de pasar por nuevos sufrimientos: su familia había perecido quemada por Hitler. El hebreo mantuvo su promesa. Lo bauticé el año pasado y ahora está estudiando para sacerdote.

Aprendamos a santificar todos los instantes de nuestra vida. Lo podemos hacer mediante el Santo Rosario. Mientras vamos por la calle, recemos con el rosario escondido en la mano o en el bolsillo; conduciendo el automóvil, podemos ayudarnos con las divisiones del volante para contar las decenas. Mientras esperamos que nos den la comida o la llegada de un tren; cuando estemos quietos detrás de un mostrador o cuando nos toca estar sin jugar en el bridge, podemos también pasar las cuentas conforme vayamos rezando el Rosario.

Todos los momentos pueden servir para la santificación y ayudarnos a tener la paz interior. Si queremos convertir a alguien, enseñémosle a rezar el Santo Rosario. Acaecerá una de estas dos cosas: o dejará de rezarlo, u obtendrá el don de la fe.

Hay millones de personas escuchando mi palabra. Plegue a Dios que prenda en muchos de ellos y recen usando nuestro Rosario Misionero. Estoy seguro que sí lo harán, y como quiera que son unos buenos amigos míos, habré de enviarles un ramo de rosas.

Pues miren, hoy tengo una cadena de rosas en el Rosario. Y estas rosas, como capullos no abiertos aún, conservan en su interior el perfume de Dios. Recen con ellos y su corazón estará en el Paraíso.

¡Por el amor de Jesús!»

Facebook
Twitter
WhatsApp
Telegram
Email

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Carrito de compra

¡No dejes al padre hablando sólo!

Homilía diaria.
Podcast.
Artículos de formación.
Cursos y aulas en vivo.

En tu Whatsapp, todos los días.

×