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El Santo Rosario y Santo Domingo de Guzmán

La Santísima Virgen María dio el Santo Rosario a Santo Domingo de Guzmán para convertir a los herejes albigenses y a todos los pecadores. Le dijo que propagara esta devoción y la utilizara como arma poderosa en contra de los enemigos de la Fe.
El Santo Rosario y Santo Domingo de Guzmán

Del Secreto admirable del Santo Rosario
Recopilación de Los Caballeros de la Virgen

Las oraciones del Rosario

El Rosario encierra dos realidades: la oración mental y la vocal. La oración mental en el Santo Rosario es la meditación de los principales misterios de la vida, muerte y gloria de Jesucristo y de su Santísima Madre.

La oración vocal consiste en la recitación de quince decenas de Avemarías, precedidas de un Padrenuestro, unida a la meditación y contemplación de las quince principales virtudes que Jesús y María practicaron, conforme a los quince misterios del Santo Rosario.

En la primera parte -que consta de cinco decenas se honran y consideran los cinco misterios gozosos. En la segunda, los cinco dolorosos. Y en la tercera los cinco misterios gloriosos. Y en 2002 el Juan Pablo II agregó los misterios luminosos.

De este modo, el Rosario constituye un conjunto sagrado de oración mental y vocal para honrar e imitar los misterios y virtudes de la vida, muerte, pasión y gloria de Jesucristo y de la Virgen María.

Origen del Rosario

El Santo Rosario, compuesto fundamental y sustancialmente por la oración de Jesucristo (el Padrenuestro), la salutación angélica (el Avemaría) y la meditación de los misterios de Jesús y de María, constituye, sin duda, la primera plegaria y la primera devoción de los creyentes.

Desde los tiempos de los Apóstoles y discípulos ha estado en uso, siglo tras siglo, hasta nuestros días. Sin embargo, el Santo Rosario en la forma y método de que hoy nos servimos en su recitación sólo fue inspirado a la Iglesia, en 1214, por la Santísima Virgen que lo dio a Santo Domingo de Guzman para convertir a los herejes albigenses y a los pecadores.

Ocurrió en la forma siguiente, según lo narra el Beato Alano de la Rupe en su famoso libro intitulado De Dignitate Psalterii .

«Viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró en un bosque próximo a Tolosa y permaneció allí tres días y tres noches dedicado a la penitencia y a la oración continua, sin cesar de gemir, llorar y mortificar su cuerpo con disciplina para calmar la cólera divina, hasta que cayó medio muerto. La Santísima Virgen se le apareció en compañía de tres princesas celestiales y le dijo:

¿Sabes, querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?

– Oh Señora, tú lo sabes mejor, fuiste el principal instrumento de nuestra salvación.

–Pues sabes– añadió ella– que la principal pieza de combate ha sido el salterio angélico, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por ello, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, predica mi salterio.

Levantóse el Santo muy consolado. Inflamado de celo por la salvación de aquellas gentes, entró en la catedral.

Al momento repicaron las campanas para reunir a los habitantes, gracias a la intervención de los ángeles. Al comenzar él su predicación, se desencadenó una terrible tormenta, tembló la tierra, se oscureció el sol, truenos y relámpagos repetidos hicieron palidecer y temblar a los oyentes. El terror de éstos aumentó cuando vieron a una imagen de la Santísima Virgen, expuesta en lugar prominente, levantar los brazos al cielo por tres veces para pedir a Dios venganza contra ellos, si no se convertían y recurrían a la protección de la Santa Madre de Dios.

Quería el cielo con estos prodigios promover esta nueva devoción del Santo Rosario y hacer que se la conociera más.

Gracias a la oración de Santo Domingo, se calmó finalmente la tormenta, él prosiguió su predicación explicando con tanto fervor y entusiasmo la excelencia del Santo Rosario que casi todos lo habitantes de Tolosa lo aceptaron, renunciando a sus errores. En poco tiempo se experimentó un gran cambio de vida y costumbres en la ciudad«.

Santo Domingo

Domingo de Guzmán era un santo sacerdote español que fue al sur de Francia para convertir a los que se habían apartado de la Iglesia por la herejía albingense. Esta enseña que existen dos dioses, uno del bien y otro del mal. El bueno creó todo lo espiritual. El malo, todo lo material. Como consecuencia, para los albingenses, todo lo material es malo. El cuerpo es material; por tanto, el cuerpo es malo. Jesús tuvo un cuerpo, por consiguiente, Jesús no es Dios.

También negaban los sacramentos y la verdad de que María es la Madre de Dios. Se rehusaban a reconocer al Papa y establecieron sus propias normas y creencias. Durante años los Papas enviaron sacerdotes celosos de la fe, que trataron de convertirlos, pero sin mucho éxito. También habían factores políticos envueltos.

Domingo trabajó por años en medio de estos desventurados. Por medio de su predicación, sus oraciones y sacrificios, logró convertir a unos pocos. Pero, muy a menudo, por temor a ser ridiculizados y a pasar trabajos, los convertidos se daban por vencidos. 

El Santo Rosario y Santo Domingo

El establecimiento del Santo Rosario, en forma tan milagrosa, guarda cierta semejanza con la manera de que se sirvió Dios para promulgar su ley al mundo en el Monte Sinaí. Y manifiesta claramente la excelencia de esta maravillosa práctica. Santo Domingo, iluminado por el Espíritu Santo e instruido por la Santísima Virgen y por su propia experiencia, dedicó el resto de su vida a predicar el Santo Rosario con su ejemplo y su palabra, en las ciudades y los campos, ante grandes y pequeños, sabios, e ignorantes, católicos y herejes. El Santo Rosario -que rezaba todos los días- constituía su preparación antes de predicar y su acción de gracias después de la predicación.

Preparábase el Santo, detrás del altar mayor de Notre Dame de París con el rezo del Santo Rosario, para predicar en la fiesta de San Juan Evangelista, cuando se le apareció la Santísima Virgen y le dijo: «¡Aunque lo que tienes preparado para predicar sea bueno, aquí te traigo un sermón mejor!»

El Santo recibe de manos de María el escrito que contiene el Sermón, lo lee, lo saborea, lo comprende y da gracias por él a la Santísima Virgen. Llegada la hora del sermón, sube al púlpito y, después de haber dicho en alabanza de San Juan, sólo que había sido el guardián de la Reina del cielo, dijo a la asamblea de nobles y doctores que habían venido a escucharlo y estaban acostumbrados a oír sólo discursos artificiosos y floridos, que no les hablaría con las palabras elocuentes de la sabiduría humana, sino con la sencillez y fuerza del Espíritu Santo.

Les predicó el Santo Rosario, explicándoles palabra por palabra, como a niños, la salutación angélica, sirviéndose de comparaciones muy sencillas, leídas en el escrito que le diera la Santísima Virgen.

Aquí están las palabras del sabio Cartagena que él tomó, en parte del libro del Beato Alano de la Rupe, De Dignitate Psalterii: «Afirma el Beato Alano que su Padre, Santo Domingo, le dijo un día en una revelación: ¡Hijo mío! tú predicas. Pero, para que no busques la alabanza humana sino la salvación de las almas, escucha lo que me sucedió en París. Debía predicar en la Iglesia mayor de Santa María y quería hacerlo ingeniosamente, no por jactancia, sino a causa de la nobleza y dignidad de los asistentes.

Mientras oraba, según mi costumbre, casi durante una hora, mediante la recitación de mi salterio (es decir, el Rosario) antes del Sermón tuve un éxtasis. Veía a mi amada Señora, la Virgen María, que ofreciéndome un libro me decía: “Por bueno que sea el sermón que vas a predicar, aquí traigo uno mejor!”».

«Muy contento, tomé el libro, lo leí todo y, como María lo había dicho, encontré lo que debía predicar. Se lo agradecí de todo corazón. Llegada la hora del sermón, subí a la catedra sagrada. Era la fiesta de San Juan, pero sólo dije del Apóstol que mereció ser escogido para guardián de la Reina del cielo. En seguida hablé así a mi auditorio:

“¡Señores e ilustres Maestros! Uds. están acostumbrados a oír sermones sabios y elegantes. Pero no quiero dirigirles doctas palabras de sabiduría humana, sino mostrarles el espíritu de Dios y su poder». Entonces, añade Cartagena, siguiendo al Beato Alano, Santo Domingo les explicó la salutación angélica mediante comparaciones y semejanzas muy sencillas”.

Santísima Virgen a Santo Domingo para instarle y animarle más y más a predicar el Santo Rosario, a fin de combatir el pecado y convertir a los pecadores y herejes.

El Beato Alano –como dice el mismo Cartagena– relata muchas otras apariciones del Señor y de la Santísima Virgen a Santo Domingo para instarle y animarle más y más a predicar el Santo Rosario, a fin de combatir el pecado y convertir a los pecadores y herejes. Oigamos este pasaje:

«El Beato Alano refiere que la Santísima Virgen le reveló que Jesucristo, su Hijo, se había aparecido después de Ella a Santo Domingo y le había dicho: “Domingo me alegro de que no te apoyes en tu sabiduría y de que trabajes con humildad en la salvación de las almas sin preocuparte por complacer la vanidad humana. Muchos predicadores quieren desde el comienzo tronar contra los pecados más graves, olvidando que antes de dar un remedio penoso es necesario preparar al enfermo para que lo reciba y aproveche. Por ello, deben exhortar antes al auditorio al amor a la oración y, especialmente, a mi salterio angélico. Porque, si todos comienzan a rezarlo, no hay duda de que la clemencia divina será propicia con los que perseveran. Predica, pues, mi Rosario”».

En otro lugar dice el Beato Alano: «Todos los predicadores hacen rezar a los cristianos la salutación angélica al comenzar sus sermones, para obtener la gracia divina. La razón de ello es una revelación de la Santísima Virgen a Santo Domingo: “Hijo mío –le dijo– no te sorprendas de no lograr éxito con tus predicaciones. Porque trabajas en una tierra que no ha sido regada por la lluvia. Recuerda que cuando Dios quiso renovar el mundo, envió primero la lluvia de la salutación angélica. Así se renovó el mundo. Exhorta, pues, a las gentes en tus sermones a rezar el Rosario y recogerás grandes frutos para las almas”».

Hízolo así constantemente el Santo y obtuvo notable éxito con sus predicaciones. Puedes leer esto en el Libro de los milagros del Santo Rosario -escrito en italiano- y en el discurso 143 de Justino.

Hemos citado palabra por palabra los pasajes de estos serios autores, en favor de los predicadores y personas eruditas que pudieran dudar de la maravillosa eficacia del Santo Rosario. Mientras los predicadores -siguiendo el ejemplo de Santo Domingo- enseñaron la devoción del Santo Rosario, florecían la piedad y el fervor en las órdenes religiosas que lo practicaban y en el mundo cristiano. Pero cuando se empezó a descuidar este regalo venido del cielo, sólo vemos pecados y desórdenes por todas partes.

“Quien con devoción sirve a la Santísima Virgen mediante el rezo del Rosario, infaliblemente recibirá bendiciones según sus necesidades espirituales y temporales” decía el Santo.

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