San Andrés Dung-Lac, Pbro. y Compañeros Mártires de Vietnam
(Mateo 10, 17-22) «Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará»
(Mateo 10, 17-22) «Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará»
Santa Cecilia es celebrada en todo el mundo como patrona de la música, de los músicos y cantantes, también se la describe como “ejemplo perfectísimo de la mujer cristiana, que abrazó la virginidad y sufrió el martirio por amor a Cristo”. Por ser una de las primeras mártires de la Iglesia, su biografía contiene una mezcla historia y la leyenda.
(Lucas 6, 37-38) «Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman»
(Marcos 16, 15-20) «Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban»
(Mateo 16, 13-19) «Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo»
Debido a los pensamientos erróneos de los hermanos separados se debe explicar este dogma con mucha caridad y con un lenguaje de fácil entendimiento.
Como pilares de la vida cristiana, las Bienaventuranzas nos recuerdan, como cristianos caminantes, que es nuestro deber en la tierra ayudarnos unos a otros a sentirnos como en casa siendo pobres, mansos, puros y misericordiosos: todo lo que las Bienaventuranzas nos piden. Formamos una sociedad donde se esperan estas virtudes, incluso se dan por sentadas, y donde «reinan supremamente la entrega, la fidelidad, la amistad y la alegría», aunque sea de manera imperfecta.
Quien haya enviado rosas a una amiga en señal de aprecio, o las haya recibido como recuerdo, se percatará del significado de la historia de la oración más excelsa de todas. De la costumbre de ofrecer ramos espirituales nació una serie de oraciones conocida con el nombre de Rosario, pues sabido es que el Rosario significa «corona de rosas», rosas para la Reina del Cielo, la que intercede por sus hijos y no los defrauda.
El pecado es una ofensa directa a Dios y un rechazo frontal a la cruz de Cristo. Hoy día, parece ser, que el hombre ha optado por esa vía, y el destino al que puede conducir ese modo de proceder no puede ser otro que el vacío, la tristeza, la enemistad con Dios y la condenación eterna.
Si supiéramos todos los beneficios, tanto temporales como eternos, que se obtienen al rezar el Santo Rosario diariamente, no pensaríamos dos veces en comenzar esta práctica de inmediato en respuesta a las constantes peticiones de nuestra Santísima Madre.
(Lucas 9, 57-62) «Deja a los muertos enterrar a sus muertos; tú, ve a anunciar el reino de Dios»
(Mateo 11, 25-30) «Tomad sobre vosotros el yugo mío, y dejaos instruir por Mí, porque manso soy y humilde en el corazón; y encontrareis reposo para vuestras vidas»
(Lucas 9, 23-26) «Si alguno quiere venir en pos de Mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; mas el que pierda su vida a causa de Mí, la salvará […]»
El 19 de septiembre de 1846, en La Salette, en los Alpes franceses, la Santísima Virgen María se le apareció a dos pastorcitos. Sentada y llorando en medio de una luz resplandeciente, les habló sobre el dolor del cielo por las ofensas y los pecados cometidos por los hombres: «El desprecio por el precepto dominical y los insultos y las blasfemias cometidas contra su Divino Hijo».
La redacción del cuarto Mandamiento revela una profunda sabiduría cristiana. No dice: «Ama a tu padre y a tu madre», sino «honra». Has de ser, por tanto, un padre digno, que merezcas ser honrado por tu hijo, y que pueda éste ponerte por modelo. En cualquier momento, en cualquier circunstancia que te mire, ha de sentir por ti gran admiración.
(San Juan 17, 11-19) «Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Yo me santifico a mí mismo por ellos, para que también ellos sean santificados en la verdad»
El alma y la vida de San Francisco de Asís, «el Pregonero del gran Rey», fueron las de un intrépido apóstol e insigne misionero de su siglo. No fue un predicador profesional. No tenía los estudios teológicos necesarios para emprender la predicación dogmática, el Papa sólo le permitió predicar la moral de la penitencia cristiana. ¡Y con qué maravilloso poder de convicción trató este tema!
El Santo Cura de Ars nos recuerda que las tentaciones son necesarias en la vida del hombre para recordarle su pequeñez y volcar su confianza en Dios. Por ello, nos recomienda tres cosas que son absolutamente necesarias en la hora de luchar contra la tentación: la Oración, para aclararnos; los Sacramentos, para fortalecernos; y la Vigilancia para preservarnos.
(Lucas 4, 31-37) «¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios»
(Mateo 24, 42-51) «[…] También ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre»