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Enseñanzas del Cura de Ars para la lucha contra el mal

El Santo Cura de Ars nos recuerda que las tentaciones son necesarias en la vida del hombre para recordarle su pequeñez y volcar su confianza en Dios. Por ello, nos recomienda tres cosas que son absolutamente necesarias en la hora de luchar contra la tentación: la Oración, para aclararnos; los Sacramentos, para fortalecernos; y la Vigilancia para preservarnos.
Enseñanzas de San Juan María Vianney para la lucha contra el mal

Las finalidades de la acción demoníaca

Toda la actividad demoníaca tiene como finalidad dañar a los hombres. Los demonios están celosos de los hombres e intentan impedir su salvación, conduciéndolos al pecado que es el mal supremo, la separación de Dios. Pero esta envidia en relación a los hombres tiene su origen en el odio a Dios, un odio insaciable que ningún «éxito» puede apaciguar. Por ello los demonios quieren manchar y destruir al hombre en cuanto que es imagen de Dios

De ahí procede la intención «despersonalizadora» propia de la acción demoníaca, sobre la que han insistido, con mucha razón, algunos teólogos contemporáneos. Su acción sobre los hombres tiende a despersonalizarlos, encerrando a cada hombre dentro de sí mismo y fundiéndolo en un anonimato en el que es más permeable a la influencia de las estructuras colectivas del pecado. Como escribe E. Brunner: «[Satán] practica el modo de acción impersonal, intentando disolver la personalidad. Se masifica a los ojos de los hombres, es decir, se desliza en cada situación en la que la conciencia psicológica personal cesa y, por ello mismo, la responsabilidad personal, en la que el hombre ya no es un ‘yo’ sino un conglomerado psíquico. [Satán] ama la ausencia de reflexión en los hombres y detesta que los hombres consigan reflexionar. Ama el mutismo y odia la palabra que es el medio por excelencia de revelar a la persona. La cerrazón del hombre sobre sí mismo es inherente a todos los fenómenos de carácter satánico y demoníaco».

Más profundamente quizás, lo que los demonios pretenden es establecer una especie de ‘anti-reino’ de Dios, instaurando ellos un dominio total sobre los hombres por medio del pecado. De manera que se establecería una especie de contrapartida del Señorío de Dios sobre los hombres, acaparando para ellos la adoración que sólo se debe dar a Dios. Así lo han observado a menudo los Padres de la iglesia, recordando la frase evangélica: «Todo esto te daré si postrándote me adoras» (Mt 4, 9). 

Los santos siempre han pasado por las más duras pruebas y siempre han salidos ilesos de dichas tentaciones, ellos nos enseñan que la clave para afrontar las pruebas son el amor a Dios y la plena confianza en él, así nos enseña San Juan María Vianney, de quien leemos que era atormentado constantemente por el maligno por su labor pastoral y gran celo por las almas.

Se cuenta que en una ocasión, mientras se preparaba para celebrar la Santa Misa, le avisaron que su cama estaba en llamas. Sin embargo, el Cura de Ars no se dejó intimidar y exclamó: «El villano, al no poder atrapar al pájaro le prende fuego a su jaula». A pesar de estos episodios, el sacerdote no dejó de cumplir con su deber y atender a los miles de fieles que acudían a él para confesarse.

El Cura de Ars nos deja 10 Enseñanzas del tras sus combates con el demonio

  1. No imagine que exista un lugar en la tierra donde podamos escapar de la lucha contra el demonio; si tenemos la gracia de Dios, que nunca nos es negada, podemos siempre triunfar.
  2. Como el buen soldado no tiene miedo del combate, así el buen cristiano no debe tener miedo de la tentación. Todos los soldados son buenos en el campamento, pero es en el campo de batalla que se ve la diferencia entre corajudos y cobardes.
  3. El demonio tienta solamente las almas que quieren salir del pecado y aquellas que están en estado de gracia. Las otras ya le pertenecen, no precisa tentarlas.
  4. Una Santa se quejó a Jesús después de la tentación, preguntando a Él: «¿dónde estabas, mi Jesús adorable, durante esta horrible tempestad?» A lo que Él le respondió: «Yo estaba bien en medio de su corazón, encantado en verla luchar».
  5. Un cristiano debe siempre estar listo para el combate. Como en tiempo de guerra, tiene siempre centinelas aquí y allí para ver si el enemigo se aproxima. De la misma manera, debemos estar atentos para ver si el enemigo no está preparándonos trampas y, si él viene a tomarnos de sorpresa…
  6. Tres cosas son absolutamente necesarias contra la tentación: la Oración, para aclararnos; los Sacramentos, para fortalecernos; y la Vigilancia para preservarnos…

  1. Con nuestros instintos la lucha es raramente de igual a igual: o nuestros instintos nos gobiernan o nosotros gobernamos nuestros instintos. ¡Cómo es triste dejarse llevar por los instintos! Un Cristiano es un noble; él debe, como un gran señor, mandar en sus vasallos.
  2. Nuestro Ángel de la Guarda está siempre a nuestro lado, con la pluma en la mano, para escribir nuestras victorias. Precisamos decir todas las mañanas: «Vamos, mi alma, trabajemos para ganar el Cielo».
  3. El demonio deja bien tranquilo los malos Cristianos; nadie se preocupa con ellos, mas contra aquellos que hacen el bien él suscita mil calumnias, mil ofensas.
  4. La Señal de la Cruz es temida por el demonio porque es por la Cruz que escapamos de él. Es preciso hacer la Señal de la Cruz con mucho respeto. Comenzamos por la cabeza: es el principal, la creación, el Padre; después el corazón: el amor, la vida, la redención, el Hijo; por último, los hombros: la fuerza, el Espíritu Santo. Todo nos recuerda la Cruz. Nosotros mismos somos hechos en forma de Cruz.

Dice el Cura de Ars que las tentaciones nos son necesaria para hacernos sentir nuestra pequeñez. San Agustín nos dice que debemos dar gracias a Dios, tanto de los pecados de que nos preservó como de los que tuvo la caridad de perdonarnos. Si tenemos la desgracia de caer tan frecuentemente en los lazos del demonio, es porque fiamos más en nuestros buenos propósitos y promesas que en la asistencia de Dios.

En uno de sus Sermones dice el Cura de Ars: «Al leer la vida de ciertos mártires, afirmamos que seríamos capaces de sufrir todo aquello por Dios. Aquellas horas pronto pasaron, decimos, y viene después una eternidad de dicha. Mas ¿qué hace el Señor para enseñarnos un poco a conocernos, o mejor, para mostrar que nada somos? Pues aquí lo veréis: permite al demonio llegar un poco más cercano a nosotros. Oíd a aquel cristiano que no hace mucho envidiaba a los solitarios que se alimentaban de hierba, y raíces, y formaba el gran propósito de tratar duramente su cuerpo; ¡ay! un ligero dolor de cabeza, la picadura de un alfiler le hacen quejarse a grito batiente; se pone frenético, exhala clamores; no hace mucho estaba presto a padecer todas las penitencias de los anacoretas, y una pequeñez le desesperaba.

Mirad a aquel otro que parece está presto a dar la vida por su Dios, y que ningún tormento es capaz de detenerle: la más leve murmuración, una calumnia, hasta un papel algo frío, una pequeña desconsideración de parte de los demás, un favor pagado con ingratitud, provocan en seguida en su ánimo sentimientos de odio, de venganza, de aversión, hasta el punto de llegar a veces a no querer ver jamás a su prójimo o a lo menos a tratarle con frialdad, con un aire que revela indudablemente lo que pasa en su corazón; y ¡cuántas veces esas ofensas le quitan el sueño o se le representan con el primer pensamiento al despertarse! ¡cuán poca cosa somos y en cuán poco hemos de tener todos nuestros más bellos propósitos!».

La historia del Santo Cura de Ars y su lucha contra el demonio nos enseña que el mal existe y que puede manifestarse de diversas formas. Pero también nos muestra que la fe y la confianza en Dios son más fuertes que cualquier adversidad y que Él puede concedernos los dones necesarios para vencer al mal. 

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