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La caridad hacia las almas del purgatorio y la Comunión de los Santos

¿Cómo ejercitar esta caridad? Mediante los sufragios, nuestras oraciones, nuestras obras satisfactorias, nuestras limosnas, lucrando indulgencias y, sobre todo, mediante el Santo Sacrificio de la Misa, ofrecido por el descanso de las almas de purgatorio.

Por. P. Reginaldo Garrigou-Lagrange, O. P.

Una sola Misa alivia lo mismo a diez mil almas que a una sola. Pensemos en las almas más abandonadas y oremos por ellas.

La misma Iglesia nos da el ejemplo, porque en todas las Misas nos hace orar por ellas en el Momento de los difuntos, y abriendo ampliamente para ellas el tesoro de los méritos de Cristo y de los Santos con las indulgencias que les son aplicables.

«Las indulgencias—dice Santo Tomás— aprovechan principalmente a aquel que hace una buena obra a la que está aplicada una indulgencia; pero ayuda también, secundariamente, a aquellos por los cuales se hace esa buena obra; y nada impide a la Iglesia aplicarlas a las almas del Purgatorio».

El Santo Doctor se pregunta: «Los sufragios ofrecidos por un difunto ¿son más provechosos para él que para los demás difuntos?» Y responde: «A causa de la intención son más ventajosos, tocante a la remisión de la pena, para el difunto por quien se ofrecen, pero a causa de la caridad, que no debe excluir ninguno, son más ventajosos para otros difuntos que tienen una mayor caridad y les proporcionan sobre todo un mayor consuelo. Estos reciben más porque están mejor dispuestos. Se distingue, por lo tanto, el fruto especial de la Misa para la persona a quien la Misa es especialmente aplicada, y el fruto general, en el que participan todos los fieles difuntos, y que no es ciertamente mermado, por muy grande que sea el número de los que participan de él».

Y así, una sola Misa alivia lo mismo a diez mil almas que a una sola.

También se pregunta Santo Tomás: «Los sufragios ofrecidos por varios difuntos a la vez, ¿les son tan provechosos como si fuesen ofrecidos por uno solo? Por ejemplo, ¿si una Misa es dicha por veinte o treinta o por muchísimos más?» Y contesta: «A causa de la caridad que los inspira, estos sufragios son tan provechosos para muchos como si fuesen ofrecidos por uno solo, porque la caridad no es mermada por esta subdivisión, y así, una sola Misa alivia lo mismo a diez mil almas que a una sola. Pero estos sufragios, como satisfacción (y remisión de la pena), que nosotros tenemos intención de aplicar a los difuntos, son más provechosos para aquel para quien son singularmente ofrecidos».

Dice Santo Tomás: «Aun cuando la oblación de este sacrificio, por su propio valor, baste para satisfacer por toda la pena, sin embargo, es satisfactoria para aquellos por los cuales es ofrecida y para los que la ofrecen según la medida de su devoción, y no para toda la pena». Esa medida de devoción depende, para las Almas del Purgatorio, de las disposiciones que han tenido en el momento de la muerte.

Aquí, Santo Tomás no señala otro límite al efecto satisfactorio de la Misa que el límite de la devoción de los que la ofrecen y de aquellos por quienes es ofrecida. Y es generalmente admitido que una sola Misa parroquial ofrecida el domingo por todos los fieles, aun cuando numerosos, de una parroquia, es tan provechosa para cada uno, según su devoción, como si estos fieles fuesen poco numerosos en una pequeña parroquia.

Entre los grandes comentaristas de Santo Tomás (sobre la III, q. 79, a. 5), Cayetano, Juan de Santo Tomás, Gonet, los carmelitanos de Salamanca, insisten sobre el valor infinito de la Misa, por razón de la Víctima inmolada y del sacerdote principal oferente, y sostienen que una sola Misa ofrecida por muchas personas puede ser tan provechosa para cada una de ellas (según la medida de su devoción) como si hubiese sido ofrecida por ella sola, al modo como el sol alumbra, en una plaza, lo mismo a diez mil personas que a una sola.

Lo mismo puede decirse, en proporción, para las almas del Purgatorio. El efecto de una causa universal sólo se ve limitado por la capacidad de los sujetos que reciben su influencia. Así, una de las tres Misas que se celebran el día de difuntos, dicha por todos los difuntos a la vez, puede ser muy provechosa para las almas del Purgatorio abandonadas, para quienes nadie encarga celebrar una Misa especial, ya porque estén olvidadas, ya porque sus parientes son muy pobres.

Fundamento y excelencia de esta caridad

Santo Tomás enuncia el principio de esta doctrina relativa a los sufragios por los muertos, diciendo: «Todos los fieles en estado de gracia están unidos por la caridad y son miembros de un solo cuerpo, el de la Iglesia. Ahora bien, en un organismo cada miembro es ayudado por los demás. Sin duda —dice—sólo Jesucristo, constituido cabeza de la humanidad, ha podido merecer en justicia por nosotros, pero todo justo puede ayudar a su prójimo con el mérito de conveniencia (Este mérito de conveniencia está fundado no en la justicia, sino en la caridad, que nos une a Dios. A causa de nuestra caridad, El concede una ayuda a los que nosotros amamos…), las obras satisfactorias y la oración. Y lo que se dice del prójimo es cierto también por lo que respecta a las almas del Purgatorio, porque las tales pertenecen a la Iglesia purgante».

Debemos, pues, amarlas como a nuestro prójimo, tanto más cuanto que algunas son de nuestra misma familia terrena, y tenemos deberes especiales de caridad para con las almas de nuestros parientes difuntos.

Esta caridad debe practicarse tanto más cuanto que esas almas dolientes no pueden hacer nada por sí mismas (…) no pueden más que aceptar y ofrecer sus sufrimientos o satisfacción.

Es un deber de caridad amar a Dios, autor de la gracia, sobre todas las cosas, y amar como a sí mismo a los hijos de Dios, y a los que están llamados a la misma bienaventuranza eterna, que un día gozaremos nosotros. Ahora bien, las almas dolientes del Purgatorio son, por la gracia santificante, hijas de Dios, lo son siempre: la Santísima Trinidad habita en ellas. Jesús vive en ellas íntimamente. Debemos, pues, amarlas como a nuestro prójimo, tanto más cuanto que algunas son de nuestra misma familia terrena, y tenemos deberes especiales de caridad para con las almas de nuestros parientes difuntos.

Esta caridad debe practicarse tanto más cuanto que esas almas dolientes no pueden hacer nada por sí mismas; no pueden ya ni merecer, ni satisfacer, ni recibir los sacramentos, ni ganar indulgencias; no pueden más que aceptar y ofrecer sus sufrimientos o satisfacción. Por eso es muy necesario ayudarlas. Este deber fue especialmente entendido por la fundadora de las Auxiliadoras del PurgatorioMuchacha aún, decía a sus amigas: «Si una de nosotras estuviese en una prisión de fuego y nos fuese posible sacarla de allí diciendo una palabra, ¿no es verdad que la diríamos inmediatamente?… He aquí lo que es el Purgatorio: las almas están en una prisión de fuego, pero Dios, que las tiene encerradas, no pide más que una oración para librarlas, y nosotros no decimos esa oración. La liberación de las almas del Purgatorio para mayor gloria de Dios: hay que entregarle esas almas, que El llama a sí».

Por fin, la caridad ejercida para con ellas es excelente, porque contribuye a dar a Dios almas que El atrae a sí y a dar a esas almas el mayor de todos los dones: Dios contemplado cara a cara, a obtenerles más pronto la eterna bienaventuranza. Al mismo tiempo se acrecienta el gozo accidental de Nuestro Señor, de su Santísima Madre y de los Santos.

Pensemos en las almas más abandonadas y, alguna vez, en las más santas, que, como hemos visto, sufren también mucho.

La Comunión de los Santos

Así penetraremos cada vez más en el misterio de la Comunión de los Santos. Dios acepta todos los actos sobrenaturales que se elevan hacia El; acepta el sufrimiento de estas almas que no pueden ya hacer nada por sí mismas. Y nos recompensa también por nuestra caridad; así veremos cada vez mejor el valor de la vida presente, el vacío de las cosas terrenas, la gravedad del pecado, la necesidad de reparación, el valor de la cruz y de la Misa.

Dios se complace en recompensar nuestros más pequeños servicios. Además, las almas del Purgatorio, beneficiadas por nosotros, tras su liberación, no dejarán, por gratitud, de ayudarnos; es más, antes de su liberación ruegan por sus bienhechores, quienes quiera que sean. Sienten efectivamente la caridad, que no excluye a ninguno, y toman como un deber especial el rogar por aquellos de sus familiares que quedaron sobre la Tierra, incluso aunque no sepan ya nada sobre ellos, como nosotros rogamos por ellos sin saber si están aún en el Purgatorio (183).

Por cuanto llevamos dicho se comprende cómo hay cristianos fervorosos que se despojan, en favor de las almas del Purgatorio, de todas sus satisfacciones, incluidas las que podrían aprovecharles después de la muerte. Este acto es justamente llamado acto heroico por la Santa Iglesia. Es un acto, como bien se entiende, que no debe ser hecho impremeditadamente, sin seria reflexión.

Podemos—así aconseja el San Luis María de Monfort en su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen—abandonar a María todo cuanto hay de comunicable a das demás almas, en nuestras obras- buenas, meritorias y satisfactorias, en nuestras oraciones, para que Ella lo distribuya como le parezca, sea para nosotros, sea para las demás almas de la Tierra o del Purgatorio; su prudencia lo hará incomparablemente mejor que nosotros. Este acto de ofrecimiento, que no es un voto, es muy de aconsejar a las almas de vida interior, primero por un año o dos, y después para siempre.

Prácticamente, conviene decir, releyendo la parábola del buen samaritano: debemos ejercer la caridad para con todos aquellos a quien podemos ayudar, particularmente para con las almas del Purgatorio.

Tal es la excelencia y la fecundidad de la caridad para con las almas purgantes; por ella nos adentramos cada vez más en el misterio de la Comunión de los Santos. Vimos que este dogma deriva de la doctrina según la cual Cristo es la cabeza de los hombres y de los Angeles, cabeza de la Iglesia militante, purgante y triunfante; de modo que todos los fieles participan de los méritos de Cristo y de los méritos, las satisfacciones y las oraciones, los unos de los otros. La Iglesia aparece así no sólo como una sociedad visible, jarárquica, sino como el cuerpo místico del Salvador.

Es el reino de Dios, anunciado en el Evangelio, el reino en que domina la caridad que hace de todos los fieles y de todos los bienaventurados una sola y verdadera familia, de la que Dios es el Padre. Así se realizan las palabras del Salvador: «Yo soy la cepa, vosotros sois los sarmientos.» Así se realiza su deseo: «Que todos sean uno, como el Padre y Yo somos uno.» San Pablo ve en la Iglesia, sobre todo, el cuerpo místico, del que Cristo es la cabeza; insiste con frecuencia en las relaciones de cada miembro con la cabeza, y de todos los miembros entre sí.

Los Padres de los tres primeros siglos comentan con frecuencia esas palabras. Finalmente, San Agustín y los doctores de la Edad Media hacen la síntesis de esta doctrina. De Dios trino y Uno, por medio de Cristo, desciende la vida de la gracia como un río espiritual sobre las almas de la Tierra, del Purgatorio y del Cielo, y vuelve luego hacia Dios en forma dé adoración, de súplica, de reparación y de acción de gracias.

Prácticamente, conviene decir, releyendo la parábola del buen samaritano: debemos ejercer la caridad para con todos aquellos a quien podemos ayudar, particularmente para con las almas del Purgatorio. El buen samaritano, en esta parábola, es un verdadero misericordioso, puesto que se conmueve a causa de la miseria del prójimo, y no sólo se conmueve, sino que le presta un auxilio eficaz; y merece él mismo recibir la misericordia de Dios, según la promesa del Salvador: «Bienaventurados los misericordiosos, porque recibirán misericordia».

Así, nosotros debemos tener una verdadera compasión hacia las almas del Purgatorio; prestarles ayuda rogando por ellas, aceptando por ellas las contrariedades cotidianas, asistiendo a la Misa y haciendo el Vía Crucis en su sufragio. Lo que nosotros hagamos por ellas jamás será en vano. Y también para nosotros se realizará la promesa del Salvador: «Bienaventurados los misericordiosos, porque encontrarán misericordia.» ¿Y no obtendremos del Salvador la misericordia de las misericordias : la gracia de una santa muerte?

Fuente: «La Vida Eterna y la profundidad del alma»

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