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El Señor de los Anillos, una obra fundamentalmente religiosa y católica

J.R.R. Tolkien (1892-1973) impulsó el cristianismo «tan intensa y profundamente» como C.S. Lewis (1898-1963), aunque «de forma mucho más privada y simbólica», sostiene Bradley J. Birzer, catedrático de Historia en el Hillsdale College de Michigan (Estados Unidos).
El Señor de los Anillos es una obra fundamentalmente religiosa y católica», sentenció Tolkien

J.R.R. Tolkien (1892-1973) impulsó el cristianismo «tan intensa y profundamente» como C.S. Lewis (1898-1963), aunque «de forma mucho más privada y simbólica», sostiene Bradley J. Birzer, catedrático de Historia en el Hillsdale College de Michigan (Estados Unidos).

Por Carmelo López-Arias / ReL

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En un artículo en The Imaginative Conservative, Birzer recuerda que Tolkien fue católico desde niño, tras la conversión de su madre en 1900, y que, según su propia confesión, solo en algunas y breves etapas juveniles vacilaron su fe o su práctica de la fe… si es que esas vacilaciones realmente lo fueron, «y no solo remordimientos y dudas de un piadoso exceso de celo» por parte suya.

De hecho, señala Birzer, los temas religiosos interesaban a Tolkien incluso como filólogo. Cuando inventó con gramática y vocabulario el quenya, uno de los idioma de los elfos en su obra literaria, buscó términos con los que designar a las tres personas de la Santísima Trinidad u otros inherentes al contexto cristiano, como «monasterio», «crucifixión» o «misionero».

«De principio a fin de su mitología, Tolkien ofreció una perspectiva auténticamente católica», apunta Birzer.

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Los cuentos de hadas y el Evangelio

Claro ejemplo es uno de los textos de crítica literaria más célebres de Tolkien, su lección magistral del 8 de marzo de 1939 en la Universidad de St Andrews, Sobre los cuentos de hadas [incluido en Los monstruos y los críticos y otros ensayos]. En él, el catedrático de Oxford vinculaba esas creaciones literarias con los Evangelios a través del «final feliz» de ambas (la Resurrección, en el caso de la Biblia): «La alegría cristiana, la Gloria, es del mismo tipo; pero elevada y gozosa de modo preeminente, que sería infinito si nuestra capacidad no fuera limitada. Claro que ésta es una historia excelsa. Y cierta. El arte se ha autentificado. Dios es el Señor, de los ángeles y de los hombres… y de los elfos. La Leyenda y la Historia se han encontrado y fusionado», dijo entonces Tolkien.

Para él, como señala Diego Blanco, buen conocedor de su obra y autor de Un camino inesperado. Desvelando la parábola de «El Señor de los Anillos», la fantasía es una forma de entender mejor la realidad, también la realidad sobrenatural. 

«En el mundo secundario de fantasía, un superhéroe puede volar, un mago puede hablar con los animales y un caballero puede vencer a un dragón… Puede ocurrir cualquier cosa, incluso que la muerte sea vencida y el sufrimiento pueda tener sentido porque forma parte del argumento de la historia, con el fin de que el héroe se pueda lucir, pueda vencer al enemigo, pueda salvar al mundo.

Como Tolkien decía, la misión más elevada de un cuento de hadas es el final feliz, algo parecido a lo que él llamaba la eucatástrofe, un giro repentino de los acontecimientos al final de una historia que asegura que el protagonista no caiga ante un destino terrible, plausible e inminente. Siendo así, Tolkien decía que el mejor cuento de hadas es el Evangelio, porque no solamente tiene todos los elementos necesarios para conformar la historia más grande jamás contada, sino que también es verdad, ocurrió en el espacio y en el tiempo, en Palestina hace dos mil años. Por eso Tolkien dijo que la Encarnación de Cristo era el final feliz y eucatástrofe de la historia de la Humanidad y que la Resurrección era el final feliz eucatástrofe de la historia de la Encarnación».

El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica.

La visión de Tolkien sobre su propia obra

En una carta del 2 de diciembre de 1953 a su amigo jesuita Robert Murray, Tolkien le dijo claramente que «El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica; de manera inconsciente al principio, pero luego cobré conciencia de ello en la revisión. Ésa es la causa por la que no incluí, o he eliminado, toda referencia a nada que se parezca a la “religión”, ya sean cultos o prácticas, en el mundo imaginario. Porque el elemento religioso queda absorbido en la historia y el simbolismo» (carta 142).

Es el caso del personaje de Galadriel, la reina de los elfos, que el padre Murray veía inspirado en la Virgen María, algo que le confirma Tolkien para describir su amor a la Madre de Dios: «[Sobre Nuestra Señora] se funda toda mi escasa percepción de la belleza tanto en majestad como en simplicidad». La amaba tanto como a su madre, que murió cuando él tenía 12 años y a quien consideraba «una mártir y una santa», como él mismo señala en sus cartas.

Birzer señala que a Tolkien las cuestiones del pecado original, de la Encarnación o del más allá de las criaturas de su propio legendarium «le intrigaron y ocuparon tanto como el relato de El Silmarillion».

Muchas de esas reflexiones se encuentran en su epistolario privado, en particular en las cartas dirigidas a sus hijos Michael y Christopher. Birzer escoge cuatro puntos para destacar la profundidad de la mirada teológica de Tolkien.

1. El impacto del pecado original

«Tolkien sostenía», afirma Birzer, «que, como consecuencia del pecado original, el mundo ha ido de mal en peor y la Caída ha manchado todas las relaciones». Dos ejemplos: la relación entre hombres y mujeres, y la relación del hombre con la máquina.

Hombres y mujeres

«La confusión del instinto sexual es uno de los principales síntomas de la Caída. La palabra ha ido “yendo a peor” a lo largo de las edades. Las variadas formas sociales se mudan, y cada nuevo modelo tiene sus peligros especiales; pero el “duro espíritu de la concupiscencia” ha recorrido todas las calles y ha estado agazapado socarrón en cada casa desde la caída de Adán», enseña Tolkien a Michael el 6-8 de marzo de 1941 (carta 43).

El padre alecciona al hijo sobre las distintas formas de relación que pueden mantener un hombre y una mujer, dado que «la “amistad” que tendría que ser posible entre todos los seres humanos es virtualmente imposible entre hombre y mujer. El diablo es infinitamente engañoso, y el sexo es su tema favorito. Es tan hábil para atraparte mediante motivaciones generosas, románticas o tiernas como mediante otras de naturaleza más baja y animal. Esta “amistad” ha sido intentada con frecuencia: una parte o la otra casi siempre fracasa. Más tarde en la vida, cuando el sexo se enfría, puede ser posible».

Tolkien con sus hijos.

Es ésta una carta de extraordinario realismo cristiano incluso en su exaltación del matrimonio.

Por un lado, «la tradición caballeresca romántica, producto del cristianismo, idealiza el “amor” y, por tanto, puede ser muy buena, pues tiene en cuenta mucho más que el placer físico, y abraza, si no la pureza, al menos la fidelidad y, por consiguiente, la autonegación, el “servicio”, la cortesía, el honor y la valentía». Ese amor, «combinado y armonizado con la religión, puede ser muy noble».

Pero Tolkien no se engaña sobre los estragos del pecado original, y por tanto, incluso en el matrimonio, la institución naturalmente querida por Dios para santificar la unión entre hombre y mujer, las asechanzas continúan.

«La esencia de un mundo caído», argumenta, «consiste en que lo mejor no puede obtenerse mediante el libre gozo o mediante lo que se llama “autorrealización” (por lo general, un bonito nombre con que se designa la autocomplacencia, por completo enemiga de la realización de otros “autos”), sino mediante la negación y el sufrimiento. La fidelidad en el matrimonio cristiano implica una gran mortificación. Para el hombre cristiano no hay escape. El matrimonio puede contribuir a santificar y dirigir los deseos sexuales a su objetivo adecuado; su gracia puede ayudarlo en la lucha; pero la lucha persiste».

Hombres y máquinas

«Me llamaron la atención tus observaciones sobre los aviones abandonados», le dice Tolkien a Christopher el 7 de julio de 1944: «Eso afecta la médula de las cosas, ¿no es así? Hay tragedia y desesperación en toda maquinaria deshuesada» (carta 75).

«Tolkien no era ludita», aclara Birzer en relación a aquel movimiento que surgió entre los artesanos del siglo XIX, que en los albores de la Revolución Industrial destrozaban las máquinas que les desplazaban del trabajo.

Pero en esa misma misiva a su hijo expresa su escepticismo ante las promesas de felicidad de la tecnología: «Las maquinarias que ahorran trabajo sólo crean un incesante trabajo todavía peor. Y además de esta fundamental incapacidad de una criatura, se suma la Caída, que no sólo hace que sus invenciones fracasen, sino además que se conviertan en un nuevo y horrible mal».

2. Importancia de la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía

Tolkien creía firmemente en la Presencia Real y en el poder del Santísimo Sacramento, y Birzer pone como ejemplo “uno de los más hermosos pasajes de todas sus cartas”, en el que le dice a su hijo Michael, concluyendo la carta 43 antes citada: «Desde la oscuridad de mi vida, tan frustrada, pongo delante de ti lo que hay en la tierra digno de ser amado: el Bendito Sacramento… En él hallarás el romance, la gloria, el honor, la fidelidad y el verdadero camino a todo lo que ames en la tierra, y más todavía: la Muerte; mediante la divina paradoja, esa que pone fin a la vida y exige el abandono de todo y, sin embargo, mediante el gusto (o el pregusto) de aquello por lo que sólo puede mantenerse lo que se busca en las relaciones terrenas (amor, fidelidad, alegría) o captar la naturaleza de la realidad, de la eterna resistencia que desea el corazón de todos los hombres» (6-8 de marzo de 1941).

3. Consejos de vida espiritual

El 8 de enero de 1944, Tolkien escribe a Christopher una carta muy breve, pero de riquísimo contenido espiritual, donde le ofrece tres buenos consejos.

«Acuérdate de tu ángel guardián», le pide, y describe de una forma imaginativa cuál es la misión que cumplen nuestros ángeles custodios para mantenernos centrados en Dios: “Como almas dotadas de libre voluntad, estamos, por así decir, situados como para estar (o poder estar) frente a Dios. Pero Dios también está (por decirlo de alguna manera) detrás de nosotros, dándonos apoyo y alimento (como criaturas que somos). El punto brillante de poder donde esa línea vital, esa cuerda umbilical toca, allí está nuestro Ángel, enfrentado doblemente con Dios detrás de nosotros en la dirección que no podemos ver, y con nosotros» (carta 54).

Otro buen consejo: «Si no lo haces ya, recurre a las «alabanzas». Yo las utilizo mucho (en latín): el Gloria Patri; el Gloria in Excelsis; el Laudate Dominum; el Laudate Pueri Dominum (que me gusta especialmente [Sal 113{112}]), uno de los salmos dominicales, y el Magnificat; también la Letanía de Loreto (con la oración Sub tuum praesidium). Si las sabes de memoria, nunca estarás falto de palabras de alegría». 

Por último: «También es algo bueno y admirable saberse de memoria el Canon de la Misa, pues puedes pronunciarlo en tu corazón si las circunstancias nos impiden asistir a ella».

Libros de Tolkien.

4. Que la fe no dependa de los sermones

Tolkien advierte a Christopher de que su fe no dependa demasiado de la calidad de los sermones que escuche en la Iglesia, porque es un bien escaso. (Hablaba de oratoria, claro. La ortodoxia la presumía, tengamos en cuenta que esta carta data del 24 de abril de 1944.)

«La predicación se complica», sugiere, «por el hecho de que esperamos de ella no sólo una ejecución, sino también verdad y sinceridad, y también cuando menos ninguna palabra, tono o nota que sugiera la posesión de vicios (tales como hipocresía o vanidad) o defectos (tales como locura o ignorancia) en el predicador. Los buenos sermones requieren algún arte, alguna virtud, algún conocimiento. Los verdaderos sermones requieren cierta gracia especial que no trasciende el arte, sino que llega a él por instinto o «inspiración»; en verdad, a veces el Espíritu Santo parece hablar por una boca humana; procurando un arte, una virtud y una penetración que la boca humana misma no posee: pero esas ocasiones son raras» (carta 63).

Un autor que nos ilumina

Birzer concluye su análisis reiterando que, si bien «Tolkien nunca se acercó a la teología de forma sistemática (ni siquiera cuasi-sistemática), las referencias desperdigadas en sus cartas no solo nos iluminan sobre Tolkien, nos iluminan también a nosotros mismos». Que es justo lo que pasa cuando se lee a C.S. Lewis… quod erat demonstrandum [como se quería demostrar].

[La numeración y las citas de las cartas de Tolkien están tomadas de “Cartas de J.R.R. Tolkien”, selección de Humphrey Carpenter con la colaboración de Christopher Tolkien, traducción de Rubén Masera (Minotauro, Barcelona, 1993)].


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