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El Combate Espiritual según San Francisco de Sales

El libro de Job nos dice que la vida del hombre es una milicia, es una lucha constante, por lo tanto, nuestra condición normal es estar luchando y combatiendo el duro combate de la fe. San Francisco de Sales nos enseña cuales son las armas de las que debemos revestirnos para perseverar en el combate espiritual y alcanzar la perfección.
El Combate Espiritual según San Francisco de Sales

Tomado de Catolicsite

 A diferencias de muchos otros santos cuyas vidas, repletas de acontecimientos maravillosos, parecen estar fuera del alcance de cristianos comunes, la vida de Francisco de Sales no representa nada de extraordinario. Sus ideales de moderación y caridad, de gentileza y humildad, de alegría y entrega a la voluntad de Dios son expresados con una sensatez que anima a los débiles y alimenta a los fuertes, ocasionándole la reputación de «el Santo Caballero».

Hablemos del Combate Espiritual según San Francisco de Sales

La condición del creyente es una lucha espiritual constante, no es una lucha contra la carne y la sangre, sino, como dice San Pablo, es una lucha contra los enemigos espirituales invisibles, los espíritus del aire que pueblan este mundo. Esta es una manera de llamar en último término a los demonios, que son los responsables de esas atmósferas espirituales invisibles, opacas y negativas, con las que intentan envolvernos para hacernos pecar (Ef 6,12).

Sobre este aspecto San Francisco de Sales nos enseña algunas cosas muy útiles para perseverar en el combate espiritual y alcanzar la perfección, es decir, la santidad en nuestra vida.

I) Es el amor de Dios lo que da valor a nuestras obras

No es la grandeza, ni la cantidad de nuestras obras lo que hace que agrademos a Dios, sino únicamente el amor de Dios que hay en ellas, eso es lo que verdaderamente da valor a todas nuestras obras.

Esto nos puede desconcertar ya que muchas personas piensan que lo que da valor a las obras es que cuesten mucho, pero no es así, lo importante es la calidad de las obras, es decir, la cantidad del amor de Dios que hay en ellas. Si te cuesta mucho pero no hay amor en ellas, eso no tiene ningún valor de cara a la santidad, de cara a la perfección (1 Co, 13).

Porque solo el amor de Dios, es decir, el amor por el que se dice que Dios es amor (1 Jn 4,8.16); por el amor con el que se aman el Padre, El Hijo y el Espíritu Santo; que en el lenguaje cristiano también es llamado caridad, es el que da valor a las cosas. Solo la caridad que haya en nuestras obras, es lo que les da valor espiritual a ellas. Por tanto, dice San Francisco de Sales, no hay que hacer mucho, sino hay que hacer bien.

Esto es interesante porque no es por la multiplicidad de las cosas que hacemos por lo que adquirimos la perfección, sino por la perfección y la pureza de intención con la que las hacemos, lo que nos santifica no es la cantidad de cosas buenas que hagamos, si no es la bondad de las cosas que hagamos y la caridad que hay en ellas. Es la caridad la que da precio y valor a nuestras obras. De modo que todo el bien que hagamos hay que hacerlo por amor a Dios y todo el mal que evitemos hay que evitarlo por amor a Dios.

San Pablo nos dice que si no tengo caridad (que es el amor de Dios puesto en el corazón), de nada me sirve hacer cosas extraordinarias, incluso entregar mi cuerpo a las llamas sería en vano si no hay caridad en ello (1Co 13,3). Ya que los hombres somos capaces de realizar cosas dificilísimas por vanidad y orgullo, por tanto, hay que estar atentos. La garantía de que lo que estoy haciendo me sirve para la santificación, no es que me cueste mucho, sino la caridad que hay en ellas. Esta es por tanto la primera enseñanza que hay que retener.

II) Reconocer el amor de Dios en las cosas pequeñas

Una segunda enseñanza se refiere a las cosas pequeñas, San Francisco de Sales insiste mucho en que habitualmente el amor de Dios solo lo podemos vivir en las cosas pequeñas, porque casi nunca tenemos ocasión de realizar obras magníficas y es posible que en toda nuestra vida no tengamos ni una sola ocasión de hacer una gran obra, en cambio, en todo momento podemos aceptar por amor, las pequeñas molestias que cada una de nuestras jornadas nos ofrece con prodigalidad (1 Co 16, 14).

La vida cotidiana es una excelente maestra de santidad por las incesantes renuncias que nos impone si nosotros nos sabemos amoldar a su austera disciplina.

En esto son muchas las personas que se equivocan dice él, porque se preparan para afrontar grandes aflicciones y están desarmadas y sin fuerzas frente a las pequeñas y cotidianas. Les ocurre como a María Magdalena, que teniendo delante a Cristo resucitado hablando con ella, no le reconocía porque iba vestido de jardinero. También a nosotros nos puede pasar lo mismo, nos pasamos la vida buscando la gran ocasión de dar un gran testimonio de Cristo y dejamos pasar multitud de ocasiones, porque no las sabemos reconocer, por eso debemos estar atentos a las cosas pequeñas.

San Fracisco de sales - El Combate Espiritual según San Francisco de Sales

La vida cotidiana es una excelente maestra de santidad por las incesantes renuncias que nos impone si nosotros nos sabemos amoldar a su austera disciplina. Soportar las pequeñas injurias, las pequeñas incomodidades, las pérdidas de poca importancia que ocurren cada día, esas pequeñas caridades cotidianas, ese dolor de cabeza, ese dolor de muela, ese capricho del marido o de la mujer, ese vaso que se rompe, esos guantes que se pierden, esa pequeña incomodidad de ajustarse a un horario que nos permita rezar cada día, esa pequeña vergüenza de mostrar en público que somos creyentes, etcétera. Todo eso, dice San Francisco, llevado con amor contenta muchísimo a Dios que nos ha prometido la felicidad a cambio de un vaso de agua (Mt 10,42), por tanto, no despreciemos las pequeñas oportunidades que nos da la vida.

Hay quien se programa grandes penitencias, pero olvida llevar la vida cotidiana con dulzura, porque es en la vida cotidiana en la que hay un mosquito que pica siempre, todos los días y algunos días puede que haya varios mosquitos, pero a pesar de eso habremos de llevemos la vida cotidiana con dulzura y serenidad (Ef 4, 2).

III) Centrar nuestra mirada en Dios

Una actitud que nos inculca San Francisco de Sales es la de aceptar sin discutir la voluntad de Dios, él nos dice que la orientación de nuestra mirada es fundamental. En una de sus cartas escribió: «No permitas que tu espíritu se mire a sí mismo y que se centre en sus fuerzas y en sus intenciones. Hay que centrar nuestros ojos en la voluntad de Dios y en su Divina Providencia».

Para alanzar la santidad uno tiene dos opciones: o uno elige mirarse a sí mismo para ver sus fallos y aciertos, o uno elige mirar a Dios. San Francisco de Sales nos dice: Elige siempre mirar a Dios; la orientación de tu mirada deberá ser Dios y entonces de rebote puedes mirarte a ti mismo. No elijan centrar la mirada en ustedes mismos para ver si son imperfectos, pues saben que eso es algo que no debemos durar nunca ya que el único perfecto es Dios.

No centremos pues la mirada espiritual en nosotros mismos, sino sobre el Señor y en esa mirada reconozcamos que la cruz que nos ha tocado viene de Dios (Mt 16,24) y es nuestro deber acomodarnos a ella, como aquella persona que va de excursión al campo y tiene que dormir en el piso, sobre un terreno duro y pedregoso, y que para dormir tiene que acostumbrarse a esas condiciones. Hemos de aceptar la voluntad de Dios sin discutir con Él, sin pretender hacer negocios con Él, démosle la libertar de golpear cuando y donde Él quiera. A Dios no hay que decirle deja eso y toma esto, no hay que juzgar las cosas según nuestro gusto o según nuestro criterio, si no dejarlo bajo la infinita sabiduría de Dios.

Dice San Francisco de Sales, si somos santos según nuestra voluntad nunca lo seremos bien, porque si yo diseño mi santidad, eso no es santidad, eso es más bien vanidad de vanidades. Por eso hemos de ser santos según la voluntad de Dios y tenemos que aceptar, sin discutir con Dios, el camino que Dios traza para nosotros; porque lo tiene que trazar el, no trazarlo nosotros, no diseñarlo nosotros.

IV) Ejercer la libertad de los hijos de Dios

San Francisco de Sales habla mucho también acerca de la libertad de los hijos de Dios y dice que cuando en las Sagradas Escrituras se habla de la gloriosa libertad de los hijos de Dios, aunque algunos entienden que esa libertad es vete a saber qué, es ante todo la libertad en relación a los propios estados de ánimo. Y pone este ejemplo: yo estoy triste y por lo tanto no quiero hablar, los carreteros y los periquitos actúan así, pero puesto que la caridad exige de mí que hable, pues hablare, así es como actúan los hombres espirituales.

Vivir según el Espíritu Santo es hacer lo que la fe, la esperanza y la caridad nos enseñan y no lo que nos piden nuestros estados de ánimo. Para vivir según nuestros estados de ánimo no hace falta ser bautizado, ni tener fe, ni rezar. Vivir según los estados de ánimo es dejarse llevar por el estado de ánimo y eso lo sabemos hacer todos, hasta los animales. Pero nosotros estamos llamados a ser hijos de Dios, por tanto, tenemos que actuar según lo que la caridad nos pida y en eso esta la libertad, ser libre es eso.

San Francisco de Sales nos da algunas características del hombre espiritual verdaderamente libre:

– No se apega a los consuelos espirituales, sino que recibe las aflicciones con toda la dulzura que la carne pueda permitir, no digo que no ame los consuelos, si no que no se apega a ellos, quiere a Dios y no a los consuelos de Dios.

– No se apega a los ejercicios espirituales o a las prácticas de piedad, de tal modo que si por enfermedad o por cualquier otra razón no puede realizarlos, no se aflige por ello. No digo que no ame esas prácticas de piedad, digo que tan solo no se apega a ellas.

– No pierde nunca la alegría, ninguna privación lo entristece porque su corazón no estaba apegado a nada. No digo que no la pierda de momento, pero es por poco tiempo, inmediatamente vuelve, porque reacciona y dice, no pasa nada, me han quitado esto, he perdido eso, pero no he perdido al Señor y por tanto no pasa nada.

V) Confiar plenamente en la Divina Providencia

Otro aspecto del combate espiritual en el que él insiste mucho es lo que él llama la Santa indiferencia y que se hizo famosa con esta célebre frase suya: «Nada pedir, nada rehusar». Con esa frase él quiere decir que hay que abandonarnos por completo en los brazos de la Providencia, sin entretenerse en ningún deseo, sino queriendo lo que Dios quiere para nosotros. En esto consiste la santa indiferencia.

Dicho de otra manera, quiere decir: «No diseñes tu propio camino, no diseñes tu santidad, deja que el Señor a través de los acontecimientos de la vida, te vaya haciendo descubrir cual es su camino, cual es el diseño de santidad que el ha pensado para ti, pero tu no lo diseñes, tu abandónate».

Decía él, deja todo lo que te concierne a la Providencia de Dios, que ella gobierne y disponga del cuerpo, del espíritu, de la vida, del alma y de todo, según su muy santa voluntad; sin pensar, querer, discernir, o tener cosa alguna. Vivir cada jornada de ese día y dejar el cuidado de todo lo demás a nuestro Señor. Rechazar las tentaciones, los miedos, las imaginaciones sobre el futuro y todas esas cosas burlándonos de ellas.

No hay que preocuparnos por el día de mañana por que el Dios que reina hoy, reinará también mañana (Mt 6, 34). Solo hay que preocuparse del hoy, del presente y por la mañana decir: «Señor vamos a vivir este día juntos, dame el pan de cada día, el pan de hoy dámelo, dame tu fuerza, tu gracia, tu espíritu y voy a vivir hoy, nada más que hoy».

VI) Vivir cada momento apaciblemente

El insiste mucho en que hay que proceder en todo apaciblemente, insiste en la paz interior, en que hay que actuar siempre tranquilamente, siempre apaciblemente.

Si nos llega una pena interior o exterior, hay que recibirla apaciblemente, si es una alegría la que nos llega, hay que recibirla también apaciblemente, sin ponernos a saltar, si es necesario huir del mal ha de ser apaciblemente, sin turbarnos, pues de lo contrario al huir podríamos caer y darle ocasión al enemigo de matarnos.

Si hay que hacer el bien, hay que hacerlo tranquilamente, de lo contrario cometeríamos muchas faltas al apresurarnos, incluso la penitencia hay que hacerla apaciblemente para que nuestra amargura este en la paz. Dice él, has cometido un pecado y quieres hacer una gran penitencia, hazla apaciblemente, dulcemente. Los excesos durante las euforias o depresiones no son buenos, hay que hacer todo apaciblemente.

Él va analizando diferentes aspectos de la vida en los que hay que aplicar esto:

– En las relaciones con los demás, siempre hay gente que hablará mal de nosotros, esto es normal, siempre tiene que haber alguien que habla mal de nosotros. La cruz que quienes hablan mal de nosotros, ponen sobre nuestros hombros, es una cruz de palabras, una tribulación de viento cuya memoria perece junto con el sonido de la voz. hay que ser muy delicado para no poder soportar el zumbido de una mosca , además ¿quien nos ha dicho que somos irreprensibles?

Quienes hablan mal de nosotros no son nuestros adversarios, si no nuestros aliados, porque emprenden junto con nosotros la ardua tarea de destruir nuestro amor propio. Por lo tanto, no nos molestemos porque hablen mal, tan solo Dios sabe la medida exacta de buena reputación que me es necesaria para poder cumplir bien la misión que se me ha confiado, por lo tanto yo tranquilo.

Si hablan mal de ti, acuérdate del santo rey David, que cuando subía la cuesta de los olivos huyendo de su hijo Absalón, que se había revelado contra él, apareció por ahí uno de la tribu de Benjamín, tirándole piedras, llamándole asesino y acusándolo de cosas que no había hecho. Cuando los que lo acompañaban le preguntaron: ¿Quieres que le cortemos la cabeza a ese?, ¡ no hay derecho que habla así al ungido del Señor!; El rey David dijo: «déjenlo, que a lo mejor lo ha mandado Dios a que me maldiga». (2Sm 16,5-10)

No nos enfademos cuando hablen mal, más bien deberíamos de decir con buen humor: ese que ha dicho eso de mi, es el único que me conoce de verdad y quedarnos tan tranquilos.

– Otras veces en las relaciones con los demás, el prójimo nos cae mal, nos resulta antipático, a veces no sabemos porque, tal vez sea, dice él, a causa de su fisionomía, de su aire, del tono de su voz. Es que es así, la vida, la convivencia humana es así, una persona me cae mal y no sé porque razón.

Otras veces si lo sabemos, pueden ser sus tics que nos ponen nerviosos, o sus excesos verbales, o algún rasgo de su carácter o su manera de obrar. Dice él, hemos de aprender a considerar al prójimo en Dios, a ver al prójimo en el corazón de Cristo. Quien mira al prójimo fuera del corazón de Cristo, fácilmente no lo amará, lo amará de una manera impura o inconstante. Por lo tanto, hemos de tomar también con dulzura, con paz, a esas personas que nos caen mal, que nos ponen de nervios.

– A veces descubrimos también, en las relaciones con los demás, que el prójimo no nos ama, cuando eso ocurre hemos de seguir adelante por nuestro camino sin detenernos a considerarlo. Esto es muy importante para el combate espiritual, cuando te das cuenta que alguien no te quiere, no hagas el más mínimo caso, como te pongas a pensar que no te quiere y porque no me querrá, pero cómo es posible que no me quiera, estás perdido.

Por eso dice San Francisco de Sales, cuando te das cuenta que alguien no te quiere, no pasa nada, tu no te inmutes, tu sigue tu camino, pero no te pares a pensar porque eso es una trampa, tu sencillamente sigue tu camino sin más.

Si al Señor le complace que los demás nos amen, hemos de agradecérselo de corazón; porque es un gran consuelo y una gran bendición, eso está claro; pero si el Señor se complace con que nos contenemos tan solo con el amor del corazón de Cristo, pues hemos de conformarnos con ello. ¿Qué vamos a hacer? No hay que hacer ningún drama de esto. Es que no me quiere nadie, bueno pues mira, Cristo me quiere, Dios me quiere, pues tendré que vivir solo con ese amor, sin hacer ningún drama y, sobre todo, sin detenerme a pensar los motivos.

Cuando nos calumnian, por ejemplo, dice él, el mejor remedio contra las mordeduras de las calumnias es ignorarlas por completo, despreciarlas actuando como si nadie nos hubiera calumniado.

El honor de las gentes de bien lo protege Dios, que permite a veces que nos calumnien para que ejerzamos la paciencia, pero Dios defiende siempre el honor de los suyos; Por lo tanto, dice él, nunca entres en pleitos para reparar tu reputación, para defender tu honor. Tú no te defiendas, entonces te defenderá Dios, Él te hará justicia y así saldrás ganando infinitamente más que si te defiendes tú mismo.

VII) Practicar la Obediencia

San Francisco de sales y las hermanas largo - El Combate Espiritual según San Francisco de Sales

Cuando el demonio nos ataca, dice él, ¿qué hay que hacer? Él dice, «al demonio no le importa lo más mínimo que hagamos grandes penitencias, con tal de que seamos nosotros los que las hayamos decidido, pues lo que ahuyenta al demonio no es la austeridad, si no la obediencia y eso es algo que casi nadie queremos hacer».

La gente está dispuesta a ir de aquí a donde sea de rodillas, llegan ahí con las rodillas destrozadas, pero lo han decidido ellos. Pero obedecer a su párroco, obispo o al Papa no pueden hacerlo o lo hacen solo cuando les interesa. Lo que ahuyenta al demonio es la obediencia, no son las grandes penitencias.

Dice San Francisco de Sales, «yo admiro al pequeño niño de Belén, que tanto sabía y tanto podía, pero que sin decir una palabra, se dejaba manejar, fajar, atar y envolver, según se quería».

Este dejarnos hacer, que se obtiene por la obediencia, nos permite alcanzar la infancia espiritual y a través de ella la paz y a través de la paz, la alegría.

VIII) Rompe las relaciones mundanas en tu vida

En relación con las amistades, él fue un hombre de grandes amistades, ya que había recibido una educación exquisita para saber codearse con la altísima sociedad de su tiempo y que además por su talante humano y cristiano, sabía descender también hasta la gente más sencilla. Él fue un hombre de grandes amistades y de muchas amistades, así que él de la amistad sabía mucho y distingue entre las amistades dos clases:

a) Las amistades mundanas y b) Las amistades espirituales.

Las amistades mundanas, dice él, suelen ser ricas en palabras llenas de miel, en mimos y arrumacos hechos de pequeñas palabras apasionadas: «es que eres único(a)», «es que eres especial», y de alabanzas a propósito de la belleza y de las cualidades sensibles.

Las amistades espirituales en cambio usan un lenguaje simple, franco y solamente alaba a la virtud y a la gracia de Dios, que son su único fundamento.

Las amistades mundanas conducen a miradas afectadas, melindrosas e inmoderadas, a caricias sensuales y suspiros desordenados, a pequeñas quejas por no ser suficientemente amado, a pequeñas estudiadas y atrayentes reservas, a galanterías y búsqueda de besos que son presagios ciertos e indudables de una cercana ruina de la honestidad.

Las amistades espirituales están en cambio cimentadas sobre la sangre del Cordero y evocan por ello mismo la pureza, la fecundidad espiritual y la paz, pues el amor puro, une inseparablemente los corazones sin tocar los cuerpos.

San Francisco de Sales entiende que es muy difícil salir de esas amistades mundanas porque nos envuelven, es estar en la onda, es el ser un hombre o mujer de mundo, tener relaciones, el saber estar.

Todos eso está hecho en el fondo de eso que llaman amistades mundanas y dice que una vez que se ha caído en ellas, pues es muy difícil salir y por eso él, que es un hombre tan mesurado, tan dulce, tan comprensivo, dice sobre este tema:

«Corta, rasga, rompe, no te entretengas en descoser estas amistades locas, hay que desgarrarlas, no desates los lazos sino rómpelos o córtalos, solo a este paso se adquiere la paz».

IX) Mantenerse cerca de Cristo aunque no lo sintamos

En relación a los estados interiores del alma, dice él, frente a la tendencia tan frecuente de las almas consagradas a analizar los propios estados interiores, nuestro santo aconseja más bien no entretenerse mucho en la búsqueda de la causa de nuestras sequedades o esterilidades, pues no sabríamos adivinarlas. Basta con humillarse mucho y consentir en ello, ya sea porque nuestro Señor nos lo ha enviado para castigarnos de algún defecto, ya sea porque nos lo haya enviado para probarnos y hacernos más puramente suyos.

Hay personas que se creen muy espirituales y que lo que les encanta es mirarse el ombligo todo el día, mirarse su alma, ver si estoy bien, si estoy mal, si estoy así, si siento consuelo. Y él dice, sequedades, tristezas, de religiones interiores, noche del espíritu, nada de eso turbará nuestra paz, pues todos esos estados, aunque nos ocultan la visión de Cristo, no nos privan de su presencia; o sea, su planteamiento es, «lo importante es estar con el Señor, que sientas o no sientas, no tiene importancia con tal de que estés con el Señor».

Y pone un ejemplo muy sugestivo, dice él, en la muerte de nuestro dulce Jesús, se hicieron tinieblas sobre toda la tierra, lo dice el evangelio, pienso en que María Magdalena se quedaría muy mortificada por el hecho de no poder ver ya con claridad a su querido Señor, solamente lo entreveía en la cruz, se pondría de puntillas y dirigiría con fuerza su mirada y dirigiría con fuerza su mirada hacia Él, pero solo vería una cuanta blancura, pálida y confusa; sin embargo estaba igual de cerca de Él que un momento antes.

En consecuencia, no nos inquietemos, dejad hacer al Señor, que todo va muy bien, hay tantas tinieblas como puede haber, pero estamos cerca de la luz; hay tanta impotencia como puede haber, pero sin embargo estamos a los pies del todo poderoso, viva Jesús, que nunca nos separemos de Él, sea en tinieblas o sea en la luz.

Es decir, lo importante es estar junto a Cristo, como santa Teresita, que vivió todo el largo final de su vida en tinieblas, sin sentir nada, pero ella sabía que Jesús estaba ahí, eso era lo importante, estoy cerca de Jesús, aunque no sienta nada, ni vea nada.

X) No discutir con la tentación y hacer acto de amor a Dios

En relación a las tentaciones, el combate espiritual está lleno de ellas evidentemente. San Francisco de Sales en relación a esto le escribe a una amiga que sufría de tentaciones contra la fe y la Iglesia y le decía:

«Respecto a esta tentación hay que tomar la misma postura que en la tentación de la carne, no discutir ni mucho ni poco, si no hacer como hacían los hijos de Israel con los huesos del cordero, que no intentaban de ningún modo romperlos, si no que los arrojaban al fuego».

Así hay que proceder sin responder de ningún modo a las insinuaciones del enemigo, haciendo como si no lo hubiéramos oído. Por lo tanto, no le hagas ningún caso, no le prestes ninguna atención, no quieras romper ese hueso, que eso es una trampa, no quieras entrar ahí, ese no es el buen camino, échalo al fuego.

San Francisco de Sales compara al demonio como un mastín labrador, y aconseja burlarse de él dejándolo ladrar, pero sin hacerle ningún caso. De nuevo nuestro santo dice a su amiga:

«Usted presta demasiada atención a las tentaciones, ahí está todo el mal, sea firme en su resolución porque todas las tentaciones del infierno no sabrían manchar a un espíritu que nos las ama, por lo tanto, dejar correr a las tentaciones. El apóstol San Pablo sufrió tentaciones terribles y Dios no se las quiso quitar ciertamente por amor.

Arriba, arriba, hija mía ánimo, que tu corazón sea siempre de Jesús y deja ladrar al mastín a la puerta todo lo que quiera, pues hay que ver una cosa, el trabajo del demonio es tentarnos, pues habrá que dejarlo que nos tiente.

Tú déjalo que te tiente, pero no le hagas ningún caso, pero que pretensión esa de querer estar en mi casa y de que no haya ningún perro ladrando, que todos este en paz, tú lo que quieres es estar en el cielo, pero vamos a ver, estamos en la tierra, ya llegaremos al cielo y ahí no habrá perro que ladre, no habrá ningún demonio que de lata, pero ahora en la tierra, lo normal es que este el mastín ladrador ese del demonio, ahí molestando, pero no le hagas ningún caso, déjalo ahí a la puerta de tu casa, que vaya poniendo tentaciones de todo tipo, tu déjalas, pero que tú corazón este con el Señor y punto».

Dice él que las tentaciones son como las abejas, que no pican sino hasta que tratamos de espantarlas. Por eso hay que pensar tanto en las tentaciones, ni temerlas demasiado, ni prestarles demasiada atención. Si tenemos cerrada la puerta de nuestro consentimiento no hay nada que temer del furor del demonio y de la violencia de las tentaciones. Por ejemplo, estas orando y te vienen unas tentaciones terribles, ¿pues qué vas a hacer?, pues sigue orando y déjalo que ladre ¿o es que quieres ser un ángel? No eres un ángel, no estás en el cielo, estás en la tierra en donde es normal tener tentaciones.

Dice el Santo que las tentaciones son como las abejas, que no pican sino hasta que tratamos de espantarlas.

La táctica que nuestro santo propone para hacer frente y luchar contra a las tentaciones consiste en un desprecio por el cual uno desdeña combatirlas o discutir con ellas y que las exorciza mediante actos de amor a Dios. Por lo tanto, la tentación de lo que sea, terrible u horrorosa, no discutas con ella, si discutes estás perdido, no la analices, simplemente no le hagas caso y has actos de amor al Señor. Por cada tentación terrible, has un pequeño acto de amor a Dios.

El aconseja no filosofar sobre el mal, ya que somos muy aficionados a eso: es que tengo estas tentaciones, este problema, porque es que soy así, yo soy un escorpio ascendente sagitario, me educaron en tal colegio, tengo un padre autoritario, una madre no sé cuánto y tal. Todo eso sobra, no hace más que engordar el ego, no sirve espiritualmente para nada. Recuerda, no hagas caso a la tentación y has algún acto de amor al Señor, aunque sea pequeñito.

XI) Apegar nuestra voluntad a Dios

También observa que en nuestro espíritu hay también una parte inferior y una parte superior y que es muy posible que cuando tenemos una tentación, la parte inferior de nuestro espíritu se complace con la tentación, pero lo que importa es que nuestra parte superior, que es la voluntad, el consentimiento, este apegada a Dios, fijada en Dios, pues de esta forma no pasará nada con la tentación.

Por lo tanto, dice San Francisco de Sales, «cuidemos la parte superior, la voluntad, el consentimiento y la parte inferior, pues es que somos así, es la guerra entre el hombre exterior y el hombre interior y esa guerra no constituye pecado alguno siempre que la voluntad se mantenga en la fidelidad a Dios».

Tengo esta tentación y solo de tenerla algo en mí se relame de gusto, pues mira, eso no es pecado con tal de que tú no consientas en la tentación, pero es que me humilla, me da rabia, que haya una parte de mí, pues hijo, lleva eso con paciencia y con dulzura porque eso te sirve para que te des cuenta de que no eres un ángel, ni eres un santo de alta clase, ni estás santificado del todo y que te queda mucho por purificar, todas esas cosas son buenas amigo, ánimo.

En resumidas cuentas, San Francisco de Sales nos recuerda dos grandes verdades que hemos de estar siempre vigilantes:

  • desconfiando de nosotros mismos, pidiendo ayuda al cielo
  • nuestros enemigos pueden ser rechazados, pero no destruidos.

Claro que a nosotros nos gustaría destruir por completo a nuestros enemigos espirituales y no tener ya tentaciones, pero eso no toca aquí en la tierra. Aquí en la tierra nos toca vencer a las tentaciones porque no consentimos en ellas, pero no vencerlas en el sentido de que ya no tengamos tentaciones, pues es normal.

Si no las tuviéramos seríamos insoportables, si aun teniéndolas lo somos, imagínate no teniéndolas, nos creeríamos súper santos. La tentación está aquí para para recordarnos que somos tierra y por tanto la tierra y el barro nos salen por todos lados.

XII) Recibir todo asunto con paz y resolverlo en orden

En relación a los apresuramientos, los apasionamientos, las impaciencias, las prisas y otras hierbas del mismo género, nuestro santo entiende que las cosas hechas con prisa están siempre mal hechas y que la actitud correcta debe ser recibir con paz los asuntos que nos llegan y en intentar resolverlos por orden, uno detrás de otro, pues el apresuramiento, impide realizar bien, aquello mismo que quiere realizar.

San Francisco de Sales nos recomienda una dulce diligencia, porque las diligencias violentas estropean el corazón y además estropean los asuntos que se quieren resolver. El tiempo se emplea más útilmente cuando se le emplea apaciblemente.

El apasionamiento, dice él, es absolutamente nefasto, hace que pasemos cien veces los ojos y las manos sobre cosas sin percibir nada de ellas, precisamente porque las buscamos con excesivo ardor. El apasionamiento perjudica mucho nuestra vida espiritual, hay que odiar nuestros defectos, pero con odio tranquilo y sereno, puesto que no hay nada que contribuye más a mantener nuestros defectos que la inquietud y la prisa por eliminarlas. No será con violentos esfuerzos como llegaremos a la perfección, tampoco lo haremos en un día, por eso hay que domar nuestras impaciencias.

El cuidado más perfecto es el que más se parece al que Dios tiene de sus creaturas, que es un cuidado lleno de tranquilidad y de calma y qué en su actividad más intensa, no experimenta ninguna emoción. Dios actúa así, Dios está cuidando de todos los seres sin ninguna emoción, está amándolos, pero no emocionándose. Nosotros nos creemos que amamos mucho porque nos emocionamos, Él ama infinitamente y ama dulcemente, tranquilamente.

Plan de vida de San Francisco de Sales

San Francisco hizo un detallado plan de vida para preservarse durante su estadía en Padua, y se propuso hacer lo siguiente:

1) Cada mañana hacer el Examen de previsión: que consistía en ver que trabajos, que personas o actividades iba a realizar en ese día, y planear como iba a comportarse ante ellos.

2) A mediodía visitar el Santísimo Sacramento y hacer el Examen Particular: examinando su defecto dominante y viendo si había actuado con la virtud contraria a él, (durante 19 años su examen particular será acerca del mal genio, de aquel defecto tan fuerte que era su inclinación a encolerizarse).

3) Ningún día sin Meditación: Aunque fuese por media hora, dedicarse a pensar en los favores recibidos por el Señor, en las grandezas de Dios , en las verdades de la Biblia o en los ejemplos de los santos.

4) Cada día rezar el Santo Rosario: no dejarlo de rezar ningún día de su vida, promesa que siempre cumplió.

5) En su trato con los demás ser amable pero moderado.

6) Durante el día pensar en la Presencia de Dios.

7) Cada noche antes de acostarse hacer el Examen del día: decía, «recordaré si empecé mi jornada encomendándome a Dios. Si durante mis ocupaciones me acordé muchas veces de Dios para ofrecerle mis acciones, pensamientos, palabras y sufrimientos. Si todo lo que hoy hice fue por amor al buen Dios. Si traté bien a las personas. Si no busqué en mis labores y palabras darle gusto a mi amor propio y a mi orgullo, sino agradar a Dios y hacer bien a mi prójimo. ¿Si supe hacer algún pequeño sacrificio?, ¿Si me esforcé por estar fervoroso en la oración? y pediré perdón al Señor por las ofensas de este día, haré propósito de portarme mejor en adelante; y suplicaré al cielo que me conceda fortaleza para ser siempre fiel a Dios; y rezando mis tres Avemarías me entregaré pacíficamente al sueño». Firmado: Francisco de Sales, Padua 1589.

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3 comentarios en “El Combate Espiritual según San Francisco de Sales”

  1. Maria Adelina Martinez de Saldivar

    Que afortunada me siento, por recibir tan magnífica lección! Acabo de leer El combate espiritual según San Francisco de Sales. Muchísimas gracias, a Dios y a uds. hermanos que posibilitaron esta gracia. Bendito sea por siempre, Jesús en el Santisimo Sacramento del Altar ????. Ave María Purísima!

  2. San Francisco de Sales recomendaba el libro que justamente tiene ese título “Combate Espiritual” escrito por Lorenzo Scupoli, perteneciente a la Orden de Clérigos Regulares Teatinos.
    En las cartas de San Francisco de Sales se encuentra hasta en seis ocasiones esa recomendación.
    Muchas de las enseñanzas que San Francisco de Sales trae en su libro “Filotea, o Introducción a la vida devota”, están tomadas de El Combate Espiritual.

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