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¿Cuáles son las señales de la verdadera vocación?

Para abrazar la vocación y discernir la inclinación del corazón es necesario que los Padres o el mismo joven interesado conozcan las señales de la verdadera vocación, señales no definitivas, pero que podrían abrir caminos para conocer la elección del estado de vida. El Padre Emvin pretende que a partir de estos enunciados las almas que aspiran a la búsqueda de Dios, puedan disipar sus dudas.
Señales de la verdadera vovacion

Padre Emvin Busuttil, S.I.

1) Miedo del mundo y de sus peligros

No se trata de cobardía, o sea, simple miedo a sufrir. Se trata más bien de un verdadero conocimiento de la malicia espiritual y moral del mundo y de la dificultad seria de permanecer fieles a Dios.

Y si somos sinceros:

– ¡Qué difícil es permanecer puros en el mundo con tantos incentivos, ejemplos y tentaciones provenientes de toda clase de personas, compañías, lecturas y circunstancias de vida!

– ¡Qué difícil es llevar una vida conyugal que no traspase los límites prescritos por Dios, que no intente contrarrestar o eliminar los fines del Creador!

– ¡Qué difícil es ser buenos padres que sepan y quieran educar bien a sus hijos!

– ¡Qué difícil es vivir honestamente sin cometer injusticias, sin hacer trampas, sin recurrir a la detracción, a la calumnia, al engaño cruel!

– ¡A cuántos excesos pueden llevar las amistades, las recomendaciones, las posiciones que es preciso sostener para no ser destrozado por los buenos fuera de la Ley”!

Es verdad que en el mundo hay también santos, pero ¿a qué costo? ¿Qué temple de cristianos han de tener? Sin contar que muchas veces llegan sí, a un cierto grado de bondad, pero después de mil caídas y desórdenes y por un golpe brusco de la gracia.

¿Y yo me sentiré tan fuerte? ¿Creo posible para mí atravesar ese barrizal sin llenarme de barro?

Muchos jóvenes a la vista de este espectáculo tan nefando del mundo no se conmueven. No piensan o no aspiran a ser buenos. Otros, en cambio se sienten agitados y movidos; esto quiere decir que llevan en el corazón el germen de un camino elevado y santo, o sea, la vocación.

2) Atracción a la pureza

Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. A veces uno se encuentra con jóvenes que son una excepción, pasan a través de un mundo de pecado y parece que no sienten nada. No se manchan con aquel.

Se ve que para ellos existe una Providencia especial. Mientras otros en ocasiones menos peligrosas caen, ellos… nada; y muchas veces sin gran esfuerzo.

¿Por qué razón Dios los mantiene intactos? Ciertamente por alguna causa. Dios obra siempre por algún fin. Muy probablemente porque los quiere por el camino que no se puede andar sin pureza. Y más aún si se trata de un joven que sabe, que ha visto, que comprende y que quizás ha sentido en sí las pasiones más violentas pero que ha encontrado en la gracia y un poco en su carácter la fuerza y la energía para no caer. Entonces se ve claro que ahí está el dedo de Dios y que estamos frente a un joven llamado a la perfección.

Encontré a un joven de dieciséis años en un pueblo donde los muchachos de doce años son ya casi mozos: bien desarrollado, activo, inteligente, en plena posesión de sus facultades y completamente abierto a la primavera de la vida. Simpático, deportista, exuberante y de una pureza que quiero llamarla completa. No permitía a sí mismo sentir ni siquiera el álito de la tentación. Sabía guardarse maravillosamente bien, era recatado en medio de su vida llena de juventud, era admirable. Y sin embargo, su ambiente no le era favorable, ni falto de dificultades como cualquier otro ambiente, ya que en materia de pureza basta estar revestido de cuerpo para ser molestado.

Nunca como entre estos jóvenes entendí mejor el significado de aquella frase de San Pablo (Ef. 5, 3) a propósito del pecado impuro: “Ni nombrarlos entre vosotos…”. Sólo el nombrarlo ya desentonaba.

Encontré también otro joven, un tarambana como se suele decir, incapaz de estarse quieto cinco minutos, movido, allá donde estuviese, aún en la iglesia, y no entregado ni mucho menos a una vida espiritual; al contrario, las compañías que frecuentaba no eran del todo recomendables y las conversaciones que tenían no eran serias, ni mucho menos, pero tenía un como disgusto y una aversión natural contra “el pecado feo”; le manifesté mi admiración y aun se lo escribí. Veamos cómo me respondió hablándome de su carácter:

«No puedo hacer menos que sentirme superior a todo lo que puede ofender mi moral no sólo cristiana sino humana, ya que el hombre ha de tener su moral; pues de otra manera no es hombre, y eso es lo que voy repitiendo inútilmente a todos mis compañeros y amigos, que se las dan de ‘gente corrida’ y ‘superior’.»

¡Cuántas veces ocurre al ver pasar algún religioso por la calle, decir en lo íntimo del corazón «¡Feliz él! ¡Si tuviese también yo vocación; la gracia de ser como él!».

Cuando se encuentra una gracia tan sublime en un alma, está demasiado claro que Dios no la quiere para que haga una vida común y casi sin sentido. Ciertamente quiere que se distinga en la vida de santidad y que haga grandes cosas por su gloria.

3) Desear tener vocación

¡Cuántas veces ocurre al ver pasar algún religioso por la calle, decir en lo íntimo del corazón «¡Feliz él! ¡Si tuviese también yo vocación; la gracia de ser como él!».

Este deseo seguramente no proviene del demonio ni tan siquiera de la propia naturaleza, porque todos sabemos que la vida del religioso es una vida llena de sacrificios y de renuncias.

Por eso hay algo de sobrenatural en eso que gusta y atrae.

Cuando un joven empieza a tener ese secreto deseo, bien puede sospechar que se halla bajo la acción de Dios. Aunque este deseo no exista actualmente, si se ha tenido alguna vez en la vida no debe despreciarse, sino que ha de ser examinado y ver cuáles hayan sido las causas por que se abandonó. Quizás se trate de una gracia de Dios que se ha perdido por causa de una conducta indigna, quizás solamente se tiene dormida y entonces puede ser que se despierte con la oración.

Es un deseo que se siente de cuando en cuando y que revive en la oración o después de la Sagrada Comunión o en los días de calma y de Ejercicios Espirituales o Retiros. Cuando el alma se pone en contacto con Dios, Dios le habla más claramente.

Y muchas veces este deseo indefinido llega a la certeza de la convicción: «Sí, me haré religioso; lo demás no vale nada; es lo que me conviene…».

Aquí Dios llama claramente

Un jovencito de quince años se me presenta un día: —Padre, necesito oraciones. ¡Ruegue por mí! Tenía los ojos llenos de lágrimas.

— ¡Bueno! ¿Pero qué es lo que quieres conseguir?
—Tengo un deseo grande de hacerme sacerdote, pero temo que no llegaré. Temo que no tenga vocación. Pero la quiero tener. No sé si eso es pecado, pero ¡yo quiero de veras esa gracia!
Sonreí. ¿Qué señal más clara quería este muchacho para estar seguro de que Dios le llamaba?

El P. Doyle dice: ¿Te ha ocurrido alguna vez preguntarte a ti mismo: ¿Cómo podré saber si tengo vocación o no? Bastaría esto para tener una señal cierta de vocación.

¡Pero podría ser una veleidad! Cierto. Por eso precisamente es necesario cultivar ese deseo, pedirlo y después esperar a que el tiempo hable. Un deseo que dura tres meses no puede ser una cosa pasajera. Y si en un joven de quince años dura un año, bien podemos decir que se trata de una cosa muy seria.

4) Conciencia de la vanidad de las cosas de las cosas de la tierra

Empieza con sentimiento de temor y de decaimiento. Ven a sus compañeros que corren alocados tras las quimeras inconscientes. ¡Pobres!; son dignos de compasión, son pobres ilusos que no comprenden. Para nosotros, en cambio, ¡es tan evidente!

¡Todo acaba, todo es vano! ¿Vale la pena de emplear toda una vida para conseguir estos bienes caducos que no valen, que no son capaces de dar un minuto de serena alegría?

Me hallé presente en una conversación entre dos muchachos. El uno hablaba de sus proyectos de carrera, riquezas y títulos. El otro de vez en cuando intercalaba el discurso con un: “¡Bah!, ¿y qué vale todo eso? ¿Para qué te sirve todo eso? ¿Qué harás con los aplausos y la estima de todo el mundo?”.

Me impresionó y quise preguntarle a solas.

— ¿Y tú qué serás?
—No sé; confío en que Dios me haga la gracia de ser sacerdote. ¡Yo no deseo tonterías como mi amigo! ¡Es un iluso! No entiendo qué gusto encuentra en querer ser rico y poderoso…

Y después añadió:

— ¡Aquello no es la grandeza!
Me acordé del epitafio que el senador Spínola compuso para su sepulcro, y que después fue puesto en su tumba:

Recordemos el caso de Eva Lavalliere. Quien habiendo sido actriz, y llevado una vida disoluta y viciosa, se convirtió luego en religiosa. Una tarde la hicieron salir al escenario varias veces para saludarla efusivamente. Los aplausos del público delirante demostraban que veían en ella a la diva, a la reina del escenario. Luego de la presentación se cambia rápidamente sus vestidos y por un camino solitario se dirige al Sena. La vista extraviada, el paso incierto, la frente rugosa, indicaban claramente que sufría una tempestad en el corazón. ¡Exacto! Era la amargura desesperada que deja en el corazón la mentirosa gloria humana que únicamente es capaz de saciar a los que no tienen sentimientos nobles. Eva pensaba arrojarse al río y terminar para siempre con aquella vida que no sabía darle lo que necesitaba. Y al barquero que la detuvo le gritó fuera de sí:

— ¡Déjame en paz! ¡Soy la mujer más infeliz de este mundo! ¡Estoy desesperada!

Más tarde, cuando después del Noviciado pronunció sus votos religiosos en un monasterio, dijo a los periodistas que la querían entrevistar para publicar los pormenores emocionantes de aquel cambio tan extraordinario:

— ¡Digan a todos que soy la mujer más feliz del mundo!

A veces este desprecio del mundo llega a ser odio; sentimiento que Jesús mismo tuvo, pues maldijo al mundo y no quiso rogar por él. Fijémonos en que no es un odio hacia los hombres sino más bien hacia el modo de pensar, de obrar y de considerar las cosas que tienen los que viven según las máximas del mundo.

5) Atracción a la oración

Un deseo indecible de sentirse unido con Dios, de conversar con El, de orar. Querer estar solo, casi diría escondido; amar, pensar y orar. El joven siente que quiere hacer oración, le asalta el temor de que no ruega bastante, y en la oración encuentra calma y gozo porque reza o porque ha rezado.

¿No habéis entrado nunca en alguna iglesia hacia el atardecer? Entrad y no será raro que veáis a cualquier jovencito en algún ángulo rezando.

La vida eucarística se intensifica de un modo casi natural. De los jóvenes a los que he ayudado en su vocación puedo afirmar que no había uno solo que no comulgase diariamente.

Sin embargo, no es necesario que comulgue cada día para poder decir que un joven se siente atraído hacia la oración. Cuando se ve que uno va pasando de la Comunión mensual a la semanal o de la falta casi total de oración a la convicción o a la necesidad de orar mucho, puede ser señal de que Dios se quiere hacer oír.

Un día un joven me decía que recitaba seis Rosarios diarios.

— ¿Y cómo puedes hacerlo? ¿Durante la clase?

— ¡No! Por la calle, yendo a casa, durante las filas, esperando al profesor, y al fin digo dos con toda calma en casa o en la iglesia.

Inútil es decir que el ideal de la vocación estaba ya alto y esplendente en el horizonte de su alma.

Con frecuencia todo esto va acompañado del gusto por la oración y por las consolaciones espirituales. El muchacho que siente estos gozos no irá a otro sitio a buscar su felicidad; sin más comprenderá que la vida religiosa debe ser una vida de paraíso y verdadera felicidad.

6) Deseo de sufrir

Nos parece injusto el saber que Jesús sufrió por nosotros mientras gozamos de tantas pequeñas comodidades. El pensamiento de tantos pecados y de tanta ingratitud para con Dios de parte de los hombres deja, es cierto, indiferentes a los más, pero hiere a otros en lo más vivo y les hace sentir el deber de sufrir y sacrificarse para asemejarse a Jesús y para reparar lo que hacen tantos pecadores.

No piensan en los porqués. Su amor a Dios los empuja a ello.

Puede darse que se trate de un penitente sincero; alguna vez, en cambio, es como una necesidad del corazón que comprende no poder amar a Dios sin sufrir. Entonces es cuando se ve a estas almas entregarse al sacrificio, renunciar voluntariamente a tantas vanidades y aun diversiones lícitas, procurarse instrumentos de penitencia para hacer sufrir al cuerpo y así encontrar el gozo y la paz del alma y sentir la sensación de que empiezan en serio a amar a Dios.

Crece por lo tanto la Devoción al Sagrado Corazón, devoción de amor y reparación, admiran a los religiosos porque llevan una vida de sacrificio y practican la compunción del corazón que conduce a la mortificación no sólo interna sino externa.

Un muchacho de trece años ponía una tabla sobre un colchón disimulando y diciendo que dormía más cómodo; otro, como San Luis, atormentaba su sueño con piedrecillas metidas entre las sábanas. Vi a otros que dormían sobre el desnudo suelo, ¡y cuántos otros me han pedido, no en vano, instrumentos de penitencia!

Esta es una de las señales más sólidas y seguras de vocación, y quisiera decir a todos que hemos de presentar la vida religiosa tal como ella es en realidad, o sea, vida de renuncia y de sacrificio. Es inútil procurar mitigar este lado incómodo de la vida religiosa. No sería sincero y, por lo demás, esconderíamos lo que la vida religiosa tiene de más atrayente.

Precisamente hace pocos días una joven, a quien yo dirijo espiritualmente, se presentó a las Hermanas Franciscanas Misioneras de María para ser admitida en su Congregación. Por primera providencia las Hermanas empezaron a desanimarla diciéndole que su Regla era muy rígida y difícil, que pocas llegaban a resistir y que la mayoría tenía que volverse atrás. Al principio quedó un poco angustiada, pero luego quiso ir al Noviciado de Grottaterta para ver y probar cómo era la realidad. La Madre Maestra de novicias la acogió con un: “¡Ni pensarlo! ¡Nuestra Regla es muy dura; Usted no podrá resistir!”.

Alabé el modo de obrar de estas religiosas, que demostraban ser muy serias en su reclutamiento. No obstante, sobre la joven produjo el efecto contrario, pues me dijo:

Si hay que sufrir, tanto mejor. Yo no quiero hacerme religiosa para estar bien, sino para crucificarme con Jesús.

Y es que el que tiene verdadera vocación no teme al sacrificio; en cambio, si un joven pide abrazar la vida religiosa y permanece perplejo al pensamiento de que tendrá que sufrir y renunciar a todo, conviene ir despacio y hacerle esperar un poco más; mientras no empiece a querer el sufrimiento, seamos poco entusiastas de su vocación.

El biógrafo de Santa Margarita María de Alacoque, hablando de la vocación de esta predilecta del Sagrado Corazón, muestra muy al vivo esta renuncia dolorosa:

“Brillaba en el mundo y Jesús la quería humilde y escondida tras una reja; le gustaba adornarse de rosas y Jesús quería lacerarla con espinas; corría tras los placeres y Jesús la quería para el sacrificio y la humillación. Una vida fácil y feliz se abría a sus pies y Jesús quería que muriese a todo lo que da la tierra: sueños del porvenir, adornos, belleza, salud, afectos; Jesús quería el sacrificio de todo por amor de El”.

La vida religiosa es un paraíso, pero porque es una continua crucifixión: no es alegría según el mundo, sino lo contrario de aquella del mundo.

Cuando Ermano Cohen se convirtió del judaísmo y fue al P. Lacordaire, para manifestarle su deseo de ser religioso y de ser dirigido por él en su vocación, el Padre le dijo:

— ¿Tiene usted valor para que le escupan en la cara sin decir nada? Si es así, puede hacerse religioso.

No queremos vocaciones de agua de rosas, de jóvenes que quieren darse a Dios… hasta cierto punto. ¡Váyanse en buena hora! La vida religiosa necesita héroes y únicamente el que quiere sufrir y seguir a un Rey coronado de espinas y cubierto de salivazos, puede que llegue a ser un verdadero religioso, y con esto, santo, feliz y llamado de Dios.

7) Espíritu de generosidad para con Dios

No estar nunca satisfecho de lo que uno hace por Dios, no decir nunca basta, querer hacer siempre más. Si se empieza a experimentar una cierta inquietud, una santa impaciencia de hacer siempre más por Dios, estamos frente a un amor genuino hacia Jesús, frente a la comprensión práctica de lo que Él ha hecho por nosotros, y a la nulidad y debilidad de nuestros esfuerzos para amarle y para pagar su exquisita bondad y condescendencia. Y mientras, estas almas que, en amor de Dios, pueden darnos lecciones a nosotros los religiosos, no saben considerarse de otra manera que como siervos inútiles.

Si se les dice que aman a Dios, en seguida enrojecen de vergüenza y aún lloran porque se ven muy lejos del ideal acariciado en sus mentes y con frecuencia creen que se burlan de ellos, y si no se ofenden… es porque son almas de Dios.

Aquel querer amar a Jesús hasta la locura, aquel atormentarse continuamente porque no aman a Dios como quisieran, aquel querer hacer no se sabe qué para demostrar su amor, empuja a estas almas a verdaderos heroísmos de generosidad. El amor de Dios les es alegría y tormento al mismo tiempo; alegría porque lo tiene de veras, tormento porque no es cómo y cuánto quisieran.

¿Estado místico? No, precisamente.

He visto almas así y les he hablado de vocación. La mayoría nunca habían pensado, pero mi proposición les parecía tan natural que no dudaban de que Dios las llamaba para ser todas suyas y para siempre.

8) Horror al pecado

Es un miedo saludable del pecado, al que se considera como el verdadero y único mal del alma. Mientras ven sumergirse a amigos y conocidos en la corrupción y en la ruina espiritual, ellos desean un medio que los aleje de tantos peligros. Buscan un modo de vivir en el que el pecado sea imposible.

9) Deseo de consagrar la vida por la conversión o salvación de una persona querida

Como la hija del rey Luis XV, la cual se hizo religiosa para salvar el alma de su padre, que llevaba una vida poco edificante.

Tuve a un joven de sentimientos delicadamente afectuosos que ofreció su vocación por la salvación eterna de su madre, y a los tres meses su hermano decidió hacerse religioso y ofreció su “elección” por la salvación de su padre. Hoy son los dos religiosos; la madre voló al cielo y el padre lleva una vida verdaderamente cristiana.

10) Delicadeza de conciencia

Se encuentran almas muy sensibles al toque de la gracia y a la vida espiritual, las cuales se guardan aún de las más leves faltas. El solo temor de ofender a Jesús, al cual quieren tanto, los impele a realizar cualquier renuncia. Son delicados y fieles y se descubren en la confesión las más pequeñas faltas con una destreza sorprendente. Son almas llamadas a la perfección, prontas a las más altas aspiraciones.

Vino a verme un alumno vivaracho de segundo de Bachiller.

—Padre, ¿es pecado hablar en clase durante el estudio?
—No —respondí—, es sólo cuestión de disciplina.
—Pero —insistió—, ¿Jesús estaría más contento si yo no hablase?
— ¡Claro! ¡Es más perfecto! Por lo menos una buena mortificación.

Bastó esto para que el joven (hoy religioso fervoroso) no dijese nunca más una palabra en clase, desdeñando las burlas y un poco la cólera de sus compañeros que, frecuentemente, necesitaban su ayuda de “sugeridor” para salir salvos de ciertas preguntas.

Y de chiquillo poco disciplinado se convirtió en un modelo… sólo porque así estaría más contento Jesús.

11) Temor de tener vocación

A veces se tiene miedo de tener vocación, se quita todo pensamiento sobre esa materia, el cual vuelve con insistencia, se reza por no tenerla. “Que Dios tenga lejana de mí semejante invitación, la cual destruiría tantos castillos ideados y acariciados”. Se recela continuamente de que éste o el otro quieren “pescarme” para la vida religiosa, se evita el peligro de ir con religiosos o con jóvenes que tienen vocación por temor de que la conversación recaiga sobre aquella materia tan peligrosa, se temen los Ejercicios Espirituales, el ser demasiado buenos y frecuentar los Sacramentos y con todo no quieren hacerse malos porque el alma es recta con Dios.

Todo esto a veces es señal de verdadera vocación.

El demonio, que es muy inteligente, puede prever con cierta probabilidad que, si llegan a ser sacerdotes o misioneros, harán muchísimo bien, y por eso procura poner en sus corazones esos temores infundados para alejarlos del camino que sería su salvación y santificación y la salvación de tantas almas.

Se lee del P. Miguel Agustín Pro, S. J., que no podía ver de ninguna manera a los jesuitas. Estaba enfadado con ellos porque, siendo Directores Espirituales de sus hermanas, las dirigieron hacia el claustro. Una gran melancolía se adueñó de él y huyó a la lejana floresta; no quería ver a nadie.

Su madre le buscó, le encontró, le condujo a casa y le convenció para que hiciese los Ejercicios Espirituales… con los odiados jesuitas.

Fue… temiendo encontrarse con la vocación. Sería una grande afrenta para él. Y precisamente, Dios le llamó, y suerte de él que siguió la voz del Señor. Fue sacerdote y mártir, gloria de México, de la Compañía de Jesús y de la Iglesia.

12) Celo de las almas

La narración de la lejana misión nos encanta y conmueve. El pensamiento de millones de almas que aún no conocen a Jesús nos hace llorar. Mientras otros quedan fríos, como si fuera cosa que no los toca, nosotros sentimos una viva repercusión. Nos parece que tenemos obligaciones por esas almas, que debemos hacer algo para ayudarlas, que no podemos permanecer tranquilamente mano sobre mano, limitándonos a estériles palabras de compasión.

Algunas veces este pensamiento parece como que nos persigue y nos representa viva en la imaginación la vista de un río de almas que van a la deriva y que nos tienden las manos implorando socorro.

Otras, en cambio, este celo apostólico se desarrolla y concreta alrededor de nosotros mismos, lo ejercitamos en nuestro ambiente en las Asociaciones, de tú a tú, de alma a alma. Otras veces se desfoga en la oración o en el estudio de los problemas del apostolado católico.

La imagen de Jesús Crucificado que grita: “¡Tengo sed!” nos parte el alma.

Este sentimiento altruista, flor de la caridad cristiana, se encuentra con frecuencia en almas juveniles y es una señal evidente de que Dios llama al ideal de la paternidad espiritual, que es la expresión más genuina de la caridad y de la vida consagrada al bien de los demás.

13) Fuga del egoísmo

Sentir la fraternidad universal, el amor a los pobres, a los que buscan dar una ayuda con la limosna, defender a los compañeros más débiles e injustamente molestados por los muchachos mal educados.

14) Sentir una santa envidia de los religiosos

Al verlos pasar nos viene un secreto deseo: “¡Felices! ¡Si yo fuera como ellos! ¡Qué felices deben de ser!”.

15) Fuga de la mediocridad

Espíritu cristiano combativo. Siempre a punto para defender su propia fe, gustan el honor de ser soldados de Cristo. Querer ofrecer a Jesús cosas grandes.

Y podríamos continuar todavía esta lista, pero bástenos esto por ahora.

Diciendo que todo eso son “señales de vocación” no quiero decir que, teniendo alguna de estas convicciones o deseos, se tenga todo lo que se requiere para poder deducir la presencia de una verdadera vocación, sino quiero decir solamente que algunas de esas “señales” es ya indicio para mí, sacerdote o educador, para argüir con cierta seguridad que Dios ha puesto los ojos sobre el alma de aquel joven para darle la vocación, la cual, para que sea verdaderamente genuina y cierta, ha de tener otras dotes, como diremos más adelante.

De otra manera, si Dios no lo llama a ser sacerdote o religioso, al menos le está empujando a llevar una vida muy santa.

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