Santa Águeda, Virgen y Mártir
(Lucas 9, 23-26) «Si alguno quiere venir en pos de Mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame»
(Lucas 9, 23-26) «Si alguno quiere venir en pos de Mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame»
(Marcos 16, 15-20) «Id por el mundo entero, predicad el Evangelio a toda la creación. Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; mas, quien no creyere, será condenado»
Hubo una época en que los santos formaron a nuestros hijos y nietos, guiándolos por el camino de la virtud, entre ellos, encontramos a San Juan Bosco, para quien el difícil arte de educar se centra en la promoción y el fomento de una serie de acciones y actitudes que los niños y jóvenes necesitan para convertirse en hombres y mujeres de bien.
(Juan 10, 11-16) «El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas»
Como pilares de la vida cristiana, las Bienaventuranzas nos recuerdan, como cristianos caminantes, que es nuestro deber en la tierra ayudarnos unos a otros a sentirnos como en casa siendo pobres, mansos, puros y misericordiosos: todo lo que las Bienaventuranzas nos piden. Formamos una sociedad donde se esperan estas virtudes, incluso se dan por sentadas, y donde «reinan supremamente la entrega, la fidelidad, la amistad y la alegría», aunque sea de manera imperfecta.
(Mateo 5, 1-12) «Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos»
(Mateo 19, 16-22) «Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme»
(Lucas 10, 1-9) “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos”
(Mateo 9, 14-17) «Nadie remienda un vestido viejo con un parche de tela nueva, porque el remiendo nuevo encoge, rompe la tela vieja y así se hace luego más grande la rotura»
(Mateo 22, 34-40) «”Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, con toda tu alma, y con todo tu espíritu. Éste es el mayor y primer mandamiento”. El segundo le es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas»
(Lucas 10, 1-9) «La mies es grande, y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id: os envío como corderos entre lobos […]»
La santa de los imposibles, no fue diferente a otras mujeres, tuvo sueños, anhelos, situaciones cotidianas comunes a mujeres de su época y las de ahora. Sin embargo, ella supo buscar la voluntad de Dios, fue obediente al Evangelio, y evangelizó con su ejemplo cada fase de su vida.
(Juan 14, 6-14) «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto»
(Lucas 10, 1-9) «La mies es grande, y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies […]»
(Mateo 23, 8-12) «El mayor entre vosotros sea servidor de todos. Quien se elevare, será abajado; y quien se abajare, será elevado»
(Mateo 13, 44-46) «El reino de los cielos es semejante a un mercader en busca de perlas finas. Habiendo encontrado una de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró»
A los 12 años de edad, el joven Maximiliano María Kolbe preguntó a la Santísima Virgen María que sería de su vida. En sueños la misma Inmaculada sin mancha, le ofreció dos coronas. La blanca que significaba la pureza y la roja el martirio. Él aceptó ambas. Su vida concluye como una ofrenda, pues se ofreció como víctima en el campo de concentración de Auschwitz para salvar a un padre de familia.
Cuenta el Evangelio que «El primer día de la semana, de madrugada, siendo todavía oscuro, María Magdalena llegó al sepulcro; y vio quitada la losa sepulcral» (Jn 20,1).
Santa María Goretti tenía claro la belleza de la virtud de la pureza, pues ella la había vivido desde muy pequeña. Pío XII la llamó “la pequeña y dulce mártir de la pureza”, una virtud posible aún en estos tiempos tan erotizados.
Al sacerdote español San Josemaría Escrivá se lo conoce como «el santo de la vida ordinaria», ya que se dedicó a predicar que todos están llamados a la santidad en el trabajo y las responsabilidades cotidianas.
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