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Santa Rita de Casia y la santificación en todos los estados de vida

La santa de los imposibles, no fue diferente a otras mujeres, tuvo sueños, anhelos, situaciones cotidianas comunes a mujeres de su época y las de ahora. Sin embargo, ella supo buscar la voluntad de Dios, fue obediente al Evangelio, y evangelizó con su ejemplo cada fase de su vida.
Santa Rita de Casia y la santificación en todos los estados de vida

La santa de los imposibles, no fue diferente a otras mujeres, tuvo sueños, anhelos, situaciones cotidianas comunes a mujeres de su época y las de ahora. Sin embargo, ella supo buscar la voluntad de Dios, fue obediente al Evangelio, y evangelizó con su ejemplo cada fase de su vida.

Tomado de GaudiumPress
Editado y adaptado por Formacioncatolica.org

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Margarita Lottius, quien será conocida más adelante por el diminutivo de Rita, nació en 1381, en el caserío de Rocaporrena, en la ciudad de Casia. Se puede decir que su nacimiento fue un milagro, pues sus padres llevaban 12 años de casados sin poder tener hijos. Muy piadosos, pidieron al Señor el milagro de tener descendencia, y es así como llegó al mundo nuestra santa.

Su vida no fue nada fácil, pero Dios se encargó de prepararla para todo desde el hogar. Sus padres, una prima, y el párroco del lugar fueron quienes la instruyeron en la fe, que acogió e hizo suya con ardor.

La santa de los imposibles, no fue diferente a otras, tuvo sueños, anhelos, situaciones cotidianas comunes a mujeres de su época y de ahora. Sin embargo, ella supo buscar la voluntad de Dios en cada fase de su vida.

Infancia y adolescencia de Rita

Ella tomó desde joven el gusto por la oración. A los ocho años consagró su virginidad a Jesús, pero según la costumbre de la época se resignó a la voluntad de sus padres y al final de la adolescencia se casó con el joven Paulo Fernando, fuente de muchos sufrimientos durante la vida matrimonial.

La familia, iglesia doméstica: sufrimientos y pruebas

Su esposo, descrito como un individuo pervertido e impulsivo, de carácter feroz y sin temor de Dios, no admitía opiniones diferentes a la suya . Muchas veces insultaba a su esposa sin motivos, pero ella nunca respondía con resentimiento o quejas. Rita era obediente, pidiendo permiso incluso hasta para ir a la iglesia, lo que con el pasar de los años transformó al feroz león en un manso cordero gracias a la docilidad y cariño de su esposa. Comenzó a ser respetuoso, dando buen ejemplo a sus dos hijos, Juan Tiago y Paulo María, que lamentablemente heredaron el temperamento paterno.

El matrimonio duró dieciocho años, hasta el momento en que Paulo Fernando fue cruelmente asesinado por enemigos que cultivó en los tiempos de violencia. Sepultado, fue agraciado con muchas oraciones y penitencias de Rita en sufragio de su alma, tomando la santa viuda la valiente decisión de perdonar a los asesinos.

Tomó entonces la difícil pero firme resolución de pedir a Jesús que se llevase a sus hijos antes que cometieran ese pecado

Prefiere que los hijos mueran antes que cometan un pecado

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Otro sufrimiento se abatió sobre Rita: además del dolor causado por la muerte de su esposo y dedicándose sólo a la formación de sus dos hijos, se dio cuenta que ambos estaban inclinados a vengar la muerte de su padre. Tomó entonces la difícil pero firme resolución de pedir a Jesús que se llevase a sus hijos antes que cometieran ese pecado, si fuese humanamente imposible evitarlo; los amaba tanto que quería encontrarlos en el Paraíso, llevada por el mismo sentimiento que llevó a la madre de San Luis, rey de Francia, a decirle a su hijo que prefería verlo muerto a sus pies antes que cometiese un pecado mortal. Juan Tiago y Paulo María se enfermaron, recibieron continuamente los cuidados de su diligente madre que les conseguía los remedios entonces disponibles para conservarles la vida, y luego de haberse reconciliado con Dios y habiendo perdonado a los asesinos del padre, partieron para la eternidad (un año después de la muerte de Paulo Fernando, junto al que fueron sepultados). Se podría decir que Rita se quedó sola en el mundo, pero en la más perfecta de las soledades, pues tenía a Dios consigo.

Se inclina a la vida religiosa conventual

Al no tener obligaciones matrimoniales ni maternales, Rita se perfeccionó en la practica de las virtudes dedicándose a la caridad y la oración, pero esto no era suficiente para quien estaba tomada por el amor a Dios y que desde la infancia aspiraba a la vida religiosa. Al pasar junto a los conventos y monasterios sentía una atracción interior para la vida de los claustros, con una santa envidia de las almas vírgenes que allí estaban encerradas en total entrega a Jesús, pero el matrimonio levantó un muro infranqueable entre ella y la vida monástica: según las normas y reglas entonces vigentes le era prohibida la entrada a la vida que tanto quería. Rita quería algo imposible: tocando las puertas del convento de las religiosas agustinas de Santa María Magdalena, recibió de la madre superiora la respuesta negativa a pesar de la buena impresión que le causó, pues allí sólo admitían mujeres solteras, no siendo permitido el ingreso a quien ya había tenido vida matrimonial.

Quería seguir los consejos evangélicos

Rechazada, continuó con sus oraciones y penitencias, además de sus buenas obras, pero manteniendo la confianza en aquello que consideraba una «causa perdida» regresó dos veces al mismo convento para implorar la admisión, siendo en ambas ocasiones nuevamente rechazada. Se entregó a la voluntad de Dios, encomendándose a los santos de su devoción. Practicaba la pobreza, desapegándose de los bienes que poseía para distribuirlos entre los necesitados; la castidad la vivía en el estado de viudez, desinteresándose de contraer nupcias nuevamente. Le faltaba todavía la obediencia que deseaba abrazar dentro de un convento sometiéndose enteramente su voluntad a alguna persona revestida de superioridad religiosa.

Dios le proporciona la entrada al convento

image 41 - Santa Rita de Casia y la santificación en todos los estados de vida

Cierta noche escuchó a alguien que la llamaba por su nombre: «Rita, Rita…» Nadie parecía estar allí y regresando nuevamente a sus oraciones escuchó nuevamente el llamado: «Rita, Rita». Fue hasta la puerta y se encontró con tres personas y en ellas reconoció a San Juan Bautista (quien al igual que ella fue concebido en la vejez de los padres), San Agustín (fundador de la familia agustina y a quien tanto admiraba) y San Nicolás de Tolentino (religioso agustino), los cuales la invitaron a seguirlos.

Llegando al convento de Santa María Magdalena, donde ella fue tres veces rechazada, la puerta estaba obviamente bien cerrada, pues las religiosas dormían, pero los tres protectores hicieron que ella milagrosamente se encontrara en el interior de la propiedad. Al reunirse para las obligaciones matinales, las religiosas se sorprendieron al encontrar a Rita rezando en la capilla y tras haber comprobado que la puerta no había sido forzada y que no había señales que explicasen la entrada de la viuda por medios humanos, creyeron el relato que de ella escucharon, reconociendo así la voluntad de Dios: una nueva alma fue entonces recibida en aquella familia religiosa.

Un milagro es el premio a la obediencia

En una ocasión recibió de la superiora la orden para regar dos veces al día una rama seca, lo que fue cumplido con diligencia por la mañana y la tarde cotidianamente, mes a mes, observada con sonrisa irónica por las demás hermanas. Ellas se sorprendieron un año más tarde con el nacimiento de un viñedo que allí comenzaba a crecer y que comenzó a dar sabrosas uvas siglo tras siglo, producto de la santa obediencia. Este árbol atravesó los siglos, llegando hasta nuestros días, manteniéndose vivo y fructífero, fruto de la ciega obediencia a la que se sometió.

Postrada delante de la imagen del Crucificado, pidió la participación en aquellos profundos dolores, incluso que sólo fuese el dolor de una de las espinas

Con los estigmas, participa del sufrimiento de Jesús

En la cuaresma de 1443 Rita escuchó un edificante sermón predicado por San Tiago de Marca (Giacomo della Marca, 1394-1476), fraile franciscano, discípulo de San Bernardino de Siena. Las palabras del religioso la conmovieron profundamente, y, postrada delante de la imagen del Crucificado, pidió la participación en aquellos profundos dolores, incluso que sólo fuese el dolor de una de las espinas, a lo que fue inmediatamente atendida: su frente fue herida por una espina de la corona, lo que la hizo desmayar del dolor. A diferencia de las llagas de Jesús que se abrieron en otros santos, la de Rita se manifestó con aspecto repugnante, con salida de pus y un olor fétido, lo que la llevó a una vida aislada dentro del convento, en una habitación alejada a la que una religiosa le llevaba lo necesario para vivir. Ese sufrimiento se extendió por quince años.

Con motivo del año del Jubileo proclamado por el Papa Nicolás IV, en 1450, Rita manifestó el deseo de ir a Roma con otras religiosas, pero no obtuvo el permiso de la superiora debido a su estado de salud que empeoraba como consecuencia de la herida causada por la espina. Rita entonces pidió a Dios la desaparición de la herida, el cual fue atendido, de modo que pudo viajar a la Ciudad Eterna para practicar los actos de piedad propios de la ocasión. Al regresar al convento la herida reapareció y la religiosa regresó a su vida de sufrimientos. La salud se debilitaba, los dolores aumentaban, pero la alegría y la sonrisa continuaban en medio del santo sufrimiento por el que pasaba. En sus últimos días de vida su único alimento fue el Pan Eucarístico.

Santa Rita no dejó escritos, solamente sus ejemplos y el recuerdo de su vida de santidad.

La rosa floreció en pleno invierno, representando la realización de algo imposible

Hacia el final de su vida, para Rita fue una consolación la noticia de un fenómeno inusual, o mejor «imposible»: durante un fuerte invierno se observó en la huerta una hermosa rosa florecida y además una higuera cuyos frutos estaban maduros y sabrosos. Este hecho era prefigura de la nueva rosa que en poco tiempo adornaría el Paraíso y el fruto que Jesús recogería en la Tierra para deleitarse con él en el Cielo. Hasta hoy es tradicional la Bendición de las Rosas, las cuales son llevadas a los enfermos, alusión a la rosa que milagrosamente floreció en pleno invierno y que confortó a Rita en su enfermedad. Al fin, confortada por los Sacramentos, Rita fue llamada a la Casa del Padre, el 22 de mayo de 1457, cuando tenía 76 años de edad y cuatro décadas de vida religiosa.

Santa Rita no dejó escritos (cartas, libros, diarios: ninguno), solamente sus ejemplos y el recuerdo de su vida de santidad. Se registró en los archivos de la Historia, que las campanas del convento y de la ciudad de Cascia sonaron sin ser tocadas por manos humanas.

En el Cielo, patrona de las cosas imposibles y de las causas perdidas

Con la muerte de Rita la herida en la frente, antes repugnante, se convirtió en brillante y limpia, exhalando un olor perfumado. La exposición de su cuerpo para el último adiós de los numerosos peregrinos que fueron al convento se fue extendiendo día tras día y terminó por no haber un entierro formal. El cadáver no sufrió la habitual descomposición, por lo que lo pueden hasta hoy apreciar los visitantes de la capilla del convento donde la Santa de las Cosas Imposibles vivió.

Oración a Santa Rita de Casia

Oh poderosa Santa Rita,
llamada Abogada de los casos desesperados,
socorredora en la última esperanza,
refugio y salvación en el dolor,
que conduce al abismo del delito
y de la desesperación:
con toda la confianza en tu celestial poder,
recurro a ti en el caso difícil e imprevisto
que oprime dolorosamente mi corazón.

Dime, oh Santa Rita, ¿no me vas a ayudar tu?,
¿no me vas a consolar?
¿Vas a alejar tu mirada y tu piedad de mi corazón,
tan sumamente atribulado?

¡Tú también sabes lo que es el martirio del corazón,
tan sumamente atribulado!

Por las atroces penas, por las amargas lágrimas
que santamente derramaste, ven en mi ayuda.

Habla, ruega, intercede por mí, que no me atrevo a hacerlo,
al Corazón de Dios, Padre de misericordia
y fuente de toda consolación, y consígueme la gracia que deseo
(indíquese aquí la gracia deseada).

Presentada es seguro que me escuchará:
y yo me valdré de este favor para mejorar mi vida y mis costumbres,
para cantar en la tierra y en el cielo
las misericordias divinas.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria

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