Fiesta de los Santos Felipe y Santiago el Menor, Apóstoles
(Juan 14, 6-14) «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto»
(Juan 14, 6-14) «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto»
(Lucas 10, 1-9) «La mies es grande, y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies […]»
(Lucas 9, 23-26) «Si alguno quiere venir en pos de Mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame»
(Marcos 16, 15-20) «Id por el mundo entero, predicad el Evangelio a toda la creación. Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; mas, quien no creyere, será condenado»
(Mateo 23, 8-12) «El mayor entre vosotros sea servidor de todos. Quien se elevare, será abajado; y quien se abajare, será elevado»
(Mateo 13, 44-46) «El reino de los cielos es semejante a un mercader en busca de perlas finas. Habiendo encontrado una de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró»
(Juan 10, 11-16) «El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas»
(Mateo 5, 1-12) «Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos»
(Lucas 10, 1-9) “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos”
(Mateo 9, 14-17) «Nadie remienda un vestido viejo con un parche de tela nueva, porque el remiendo nuevo encoge, rompe la tela vieja y así se hace luego más grande la rotura»
(Mateo 22, 34-40) «”Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, con toda tu alma, y con todo tu espíritu. Éste es el mayor y primer mandamiento”. El segundo le es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas»
(Lucas 10, 1-9) «La mies es grande, y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id: os envío como corderos entre lobos […]»
Hubo una época en que los santos formaron a nuestros hijos y nietos, guiándolos por el camino de la virtud, entre ellos, encontramos a San Juan Bosco, para quien el difícil arte de educar se centra en la promoción y el fomento de una serie de acciones y actitudes que los niños y jóvenes necesitan para convertirse en hombres y mujeres de bien.
Como pilares de la vida cristiana, las Bienaventuranzas nos recuerdan, como cristianos caminantes, que es nuestro deber en la tierra ayudarnos unos a otros a sentirnos como en casa siendo pobres, mansos, puros y misericordiosos: todo lo que las Bienaventuranzas nos piden. Formamos una sociedad donde se esperan estas virtudes, incluso se dan por sentadas, y donde «reinan supremamente la entrega, la fidelidad, la amistad y la alegría», aunque sea de manera imperfecta.
(Lucas 12, 32-34) «No tengan miedo, mi rebaño pequeño, porque es la buena voluntad del Padre darles el reino»
(Mateo 19, 16-22) «Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme»
(Lucas 10, 1-9) «La mies es grande, y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id: os envío como corderos entre lobos […]»
La santa de los imposibles, no fue diferente a otras mujeres, tuvo sueños, anhelos, situaciones cotidianas comunes a mujeres de su época y las de ahora. Sin embargo, ella supo buscar la voluntad de Dios, fue obediente al Evangelio, y evangelizó con su ejemplo cada fase de su vida.
A los 12 años de edad, el joven Maximiliano María Kolbe preguntó a la Santísima Virgen María que sería de su vida. En sueños la misma Inmaculada sin mancha, le ofreció dos coronas. La blanca que significaba la pureza y la roja el martirio. Él aceptó ambas. Su vida concluye como una ofrenda, pues se ofreció como víctima en el campo de concentración de Auschwitz para salvar a un padre de familia.
Cuenta el Evangelio que «El primer día de la semana, de madrugada, siendo todavía oscuro, María Magdalena llegó al sepulcro; y vio quitada la losa sepulcral» (Jn 20,1).