Que la práctica de poner el Pesebre en Navidad «nunca se debilite»

El Pesebre forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él. El Pesebre, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura.

Orar en todo tiempo

Orar en todo tiempo

Dios quiere para nuestro propio bien, que le pidamos cada día las gracias que necesitamos para cumplir, aquí y ahora, lo que nos corresponde. Esto implica, en la práctica, que debemos rezar todos los días, porque todos los días hay algo que Dios nos pide para avanzar por el camino de la santidad.

El horror al sufrimiento nos imposibilita alcanzar la santidad

El horror al sufrimiento nos imposibilita alcanzar la santidad

Como el oro se limpia y purifica en el crisol, así el alma se embellece y abrillanta con la áspera lima del dolor. Todo pecado, por insignificante que parezca, es un desorden y, por lo mismo, es una deformidad, una verdadera fealdad del alma, ya que la belleza, como es sabido, no es otra cosa que «el esplendor del orden». Por consiguiente, todo aquello que por su misma naturaleza tienda a destruir el pecado o a borrar sus huellas tiene forzosamente que embellecer el alma. He ahí por qué el dolor purifica y hermosea nuestras almas.

El Sagrado Corazón de Jesús y la contrarrevolución

El Sagrado Corazón de Jesús como devoción está ampliamente difundido dentro del pueblo cristiano. Sin embargo, entre sus demandas resalta con insistencia su reconocimiento público como rey y señor. He aquí el problema: su fiesta litúrgica y su devoción hasta pueden tolerarse, pero su injerencia en el orden civil (leyes, instituciones, tratados, palacios, etc.), no.

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