La herida del Corazón de Jesús, abierta por el amor a su Padre y a los hombres, debe movernos al reconocimiento, al amor y al arrepentimiento de las faltas.
Las llamas, que salen de ese Corazón adorable para comunicar el fuego divino que lo devora, deben encender nuestros corazones y moverlos a esparcir en derredor nuestro las virtudes de ese Corazón divino, contribuyendo a ello nuestra humildad, mansedumbre y abnegación, con el deseo de la felicidad de cuantos nos rodean.
La Cruz, esculpida en ese Corazón Sagrado, nos dice que la cruz debe reinar en nuestro corazón; que debemos amar la cruz, llevarla con valor mirándola como prenda de salvación. Enseña la experiencia que sólo en la cruz podemos encontrar verdadero consuelo.
La Corona de espinas que lo rodea nos enseña que el espíritu de mortificación ha de rodear a nuestro corazón para preservarlo del contagio del espíritu del mundo, recordándonos que es imposible evitar las penas de la tierra. La contemplación de esa corona nos llevará a recibir con sumisión y amor la corona que nos envíe la Providencia de Dios.
La corona de espinas es nuestra corona en esta tierra; pero con ella labramos poco a poco la corona del mérito, que es la de la gloria reservada únicamente para el cielo.
Comentar