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San Juan Crisóstomo, Obispo y doctor

(Marcos 4, 1-10. 13-20) «Aquellos, en fin, que han sido sembrados en buena tierra, son: quienes escuchan la palabra, la reciben y llevan fruto, treinta, sesenta y ciento por uno»
San Juan Crisóstomo, Obispo y doctor

Evangelio según san Marcos 4, 1-10. 13-20

De nuevo se puso a enseñar, a la orilla del mar, y vino a Él una multitud inmensa, de manera que Él subió a una barca y se sentó en ella, dentro del mar, mientras que toda la multitud se quedó en tierra, a lo largo del mar. Y les enseñó en parábolas muchas cosas; y en su enseñanza les dijo: “¡Escuchad! He aquí que el sembrador salió a sembrar. Y sucedió que al sembrar una semilla cayó a lo largo del camino, y los pájaros vinieron y la comieron. Otra cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotó en seguida, por falta de profundidad de la tierra. Mas al subir el sol, se abrasó, y no teniendo raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos crecieron y la ahogaron, y no dió fruto. Y otra cayó en buena tierra; brotando y creciendo dió fruto, y produjo treinta, sesenta y ciento por uno”. Y agregó: “¡Quien tiene oídos para oír, oiga!” Cuando estuvo solo, preguntáronle los que lo rodeaban con los Doce, (el sentido de) estas parábolas.

Y añadió: “¿No comprendéis esta parábola? Entonces, ¿cómo entenderéis todas las parábolas? El sembrador es el que siembra la palabra. Los de junto al camino son aquellos en quienes es sembrada la palabra; mas apenas la han oído, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. De semejante manera, los sembrados en pedregal son aquellos que al oír la palabra, al momento la reciben con gozo, pero no tienen raíz en sí mismos, y son tornadizos. Apenas sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la palabra, se escandalizan en seguida. Otros son los sembrados entre abrojos; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes del mundo, el engaño de las riquezas y las demás concupiscencias invaden y ahogan la palabra, la cual queda infructuosa. Aquellos, en fin, que han sido sembrados en buena tierra, son: quienes escuchan la palabra, la reciben y llevan fruto, treinta, sesenta y ciento por uno”.

***

Memoria de San Juan Crisóstomo

Benedicto XVI explica la vida de San Juan Crisóstomo

Nació en Antioquía, en el 347. Vivió retirado como monje, hasta que fue ordenado diácono y sacerdote, destacando enseguida por sus dotes oratorias que le han valido el conocido sobrenombre (“crisóstomo” = boca de oro). Nombrado patriarca de Constantinopla, puso gran empeño en elevar el nivel moral y espiritual de los fieles. Su celo pastoral le acarreó una dura persecución contra su persona, hasta acabar muriendo desterrado, en el 407.

Es fundamental que en la infancia «entren realmente en el hombre las grandes orientaciones que dan la perspectiva justa a la existencia», recuerda el Papa.

Esta indicación procede de la doctrina del obispo de Constantinopla San Juan Crisóstomo, «más actual que nunca», dijo Benedicto XVI ante unos veinte mil peregrinos en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, dedicando este miércoles la audiencia general al Padre Apostólico en el año del decimosexto centenario de su muerte.

Llamado Crisóstomo o «Boca de oro» por su elocuencia, en el «alma de fuego» de Juan maduró «la urgencia de predicar el Evangelio» y el «ideal misionero» le lanzó «a la atención pastoral», convirtiéndose en «pastor de almas a tiempo completo», describió el Papa.

Este Padre de la Iglesia, entre los más prolíficos, transmitió «la doctrina tradicional y segura de la Iglesia» con la preocupación constante «dela coherencia entre el pensamiento expresado por la palabra y la vivencia existencial».

Y es que «las dos cosas, conocimiento de la verdad y rectitud de vida, van juntas –recalcó Benedicto XVI–: el conocimiento debe traducirse en vida».

Por eso toda intervención de San Juan Crisóstomo «se orientó siempre a desarrollar en los fieles el ejercicio de la inteligencia, de la verdadera razón, para comprender y traducir en la práctica las exigencias morales y espirituales de la fe», explicó.

Acompañando siempre «el desarrollo integral de la persona, en las dimensiones física, intelectual y religiosa», San Juan Crisóstomo hizo hincapié en la infancia, esta primera edad en la que «se manifiestan las inclinaciones al vicio y a la virtud»; «por ello la ley de Dios debe ser desde el principio impresa en el alma “como en una tablilla de cera”», puntualizó el Papa citando al Crisóstomo.

La infancia es «la edad más importante –subrayó–. Debemos tener presente cuán fundamental es que en esta primera fase de la vida entren realmente en el hombre las grandes orientaciones que dan la perspectiva justa a la existencia».

«A la juventud –proseguía San Juan Crisóstomo– le sucede la edad de la persona madura, en la que sobrevienen los compromisos de familia».

En el itinerario formativo, «los esposos bien preparados cortan el camino al divorcio –advirtió el Santo Padre–: todo se desarrolla con gozo y se pueden educar a los hijos en la virtud».

Y la familia, «pequeña Iglesia», vive en recíproca relación con la gran Iglesia, en la que participa el laico en virtud del Bautismo, sacramento que le da «el deber fundamental de la misión» –recordó– «porque cada uno en alguna medida es responsable de la salvación de los demás».

«Esta lección del Crisóstomo sobre la presencia auténticamente cristiana de los fieles laicos en la familia y en la sociedad, es hoy más actual que nunca», concluyó Benedicto XVI.

Con su meditación, el Papa continúa con la serie de intervenciones sobre las grandes figuras de los orígenes de la Iglesia.

Por Benedicto XVI

Esta homilía apareció por primera vez aquí el  12 de septiembre de 2021.
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