Parábola de los obreros de la viña
(Mateo 20, 1-16) «El reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña. Habiendo convenido con los obreros en un denario por día, los envió a su viña».
(Mateo 20, 1-16) «El reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña. Habiendo convenido con los obreros en un denario por día, los envió a su viña».
(Lucas 9, 23-26) «Si alguno quiere venir en pos de Mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; mas el que pierda su vida a causa de Mí, la salvará […]»
El 19 de septiembre de 1846, en La Salette, en los Alpes franceses, la Santísima Virgen María se le apareció a dos pastorcitos. Sentada y llorando en medio de una luz resplandeciente, les habló sobre el dolor del cielo por las ofensas y los pecados cometidos por los hombres: «El desprecio por el precepto dominical y los insultos y las blasfemias cometidas contra su Divino Hijo».
La redacción del cuarto Mandamiento revela una profunda sabiduría cristiana. No dice: «Ama a tu padre y a tu madre», sino «honra». Has de ser, por tanto, un padre digno, que merezcas ser honrado por tu hijo, y que pueda éste ponerte por modelo. En cualquier momento, en cualquier circunstancia que te mire, ha de sentir por ti gran admiración.
(Lucas 7, 1-10 ) «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado»
(Mateo 18, 21-35) Entonces Pedro le dijo: «Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le perdonaré? ¿Hasta siete veces?» Jesús le dijo: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
(San Juan 17, 11-19) «Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Yo me santifico a mí mismo por ellos, para que también ellos sean santificados en la verdad»
(Mateo 18, 21-35) Arrojándose a sus pies el siervo, postrado, le decía: «Ten paciencia conmigo, y te pagaré todo». Movido a compasión el amo de este siervo, lo dejó ir y le perdonó la deuda.
(Lucas 2, 33-35) «Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, […] Y a ti, una espada te atravesará el alma»
El alma y la vida de San Francisco de Asís, «el Pregonero del gran Rey», fueron las de un intrépido apóstol e insigne misionero de su siglo. No fue un predicador profesional. No tenía los estudios teológicos necesarios para emprender la predicación dogmática, el Papa sólo le permitió predicar la moral de la penitencia cristiana. ¡Y con qué maravilloso poder de convicción trató este tema!
(Lucas 6, 12-19) «Había un gran numero de sus discípulos […], los cuales habían venido a oírlo y a que los sanara de sus enfermedades; y también los atormentados de espíritus inmundos eran sanados»
(Mateo 18, 15-20) «En verdad, os digo, si dos de entre vosotros sobre la tierra se concertaren acerca de toda cosa que pidan, les vendrá de mi Padre celestial. Porque allí donde dos o tres están reunidos por causa mía, allí estoy Yo en medio de ellos».
(Mateo 18, 15-20) En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si tu hermano peca contra ti repréndelo entre ti y él solo; si te escucha, habrás ganado a tu hermano».
(Lucas 5, 33-39) «¿Acaso pueden ustedes obligar a los invitados a una boda a que ayunen, mientras el esposo está con ellos? Vendrá un día en que les quiten al esposo, y entonces sí ayunarán»
(Mateo 1, 18-23) «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros»
El Santo Cura de Ars nos recuerda que las tentaciones son necesarias en la vida del hombre para recordarle su pequeñez y volcar su confianza en Dios. Por ello, nos recomienda tres cosas que son absolutamente necesarias en la hora de luchar contra la tentación: la Oración, para aclararnos; los Sacramentos, para fortalecernos; y la Vigilancia para preservarnos.
(Mateo 25, 14-30) «[…] ¡Bien! siervo bueno y fiel; en lo poco has sido fiel, te pondré al frente de lo mucho; entra en el gozo de tu señor»
(Mateo 16, 21-27) «Entonces, dijo a sus discípulos: “Si alguno quiere seguirme, renuncie a sí mismo, y lleve su cruz y siga tras de Mí. Porque el que quisiere salvar su alma, la perderá; y quien pierda su alma por mi causa, la hallará. Porque ¿De que sirve al hombre, si gana el mundo entero, mas pierde su alma?»
(Mateo 24, 42-51) «¡Feliz el servidor aquel, a quien su señor al venir hallare obrando así! En verdad, os digo, lo pondrá sobre toda su hacienda»