Obstáculos que pueden oponerse a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Siendo tan provechosa a las almas la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, parece que nada debiera oponerse a ella; sin embargo, cuatro son los obstáculos que las almas amantes de Corazón Deífico desconocen que pueden encontrarse en el camino de la verdadera devoción.
Obstáculos que pueden oponerse a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Los impedimentos que obstaculizan los frutos de la devoción al Sagrado Corazón pueden reducirse a cuatro: una gran tibieza, un gran amor propio, una soberbia secreta y unas ciertas pasiones que no se han mortificado desde el principio de la conversión. De estos cuatro principios, como de cuatro funestos manantiales, nacen todas las faltas e imperfecciones que detienen a tantas almas en el camino de la virtud, desvanecen las mejores y más generosas resoluciones y al fin llegan a malograr el fruto de los más santos ejercicios de devoción.

Analicemos cada una de ellas.

a. Primer obstáculo: La tibieza

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es un ejercicio continuo de un ardiente amor, el Corazón del Salvador pide almas puras que sean capaces de su amor, que estén dispuestas a recibir sus favores y llegar al grado de perfección al que las destina, pero esto no lo hallará en quienes son tibios. Una alma tibia se halla en un estado de ceguera causada por las pasiones que la tiranizan, por la disipación continua en la que vive, por la multitud de pecados veniales que comete y por rechazar las gracias del Cielo que le ocasiona su resistencia.

Como la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es un ejercicio continuo de un ardiente amor, está claro que la tibieza es uno de los mayores impedimentos para lograr fruto.

Es evidente que Jesucristo no reconocerá jamás por verdaderos amigos de su Corazón a los que son amigos de sus comodidades y que solo se aman a sí mismos.

b. Segundo obstáculo: El amor propio

La gran diferencia entre las personas espirituales y las que no lo son es que en éstas el amor propio obra sin ningún obstáculo, y en aquellas es menos perceptible y algo más disfrazado. Es menester hacerse violencia, plantar batalla a las pasiones, destruir, o al menos mortificar, nuestro amor propio, para llegar a ser sus discípulos y alcanzar un verdadero amor por Jesucristo. Es evidente que Jesucristo no reconocerá jamás por verdaderos amigos de su Corazón a los que son amigos de sus comodidades y que solo se aman a sí mismos. Nos lo ha dicho muy claramente, al explicarnos quiénes son sus verdaderos servidores.

“En vano, dice, se preciará ninguno de ser mi discípulo por haber dejado, por amor de mí, sus bienes, a sus parientes y a sus amigos, si no renuncia también a sí mismo”.

c. Tercer obstáculo: Una secreta soberbia

Podría decirse que el mayor obstáculo para nuestra perfección es la soberbia oculta. Si lo
venciéramos, se debilitarían todos los demás enemigos.
El adversario se hace fuerte con la soberbia, y lo hace muchas veces del modo más sutil, por ejemplo, con esa tristeza y decaimiento en que caemos después de un mal suceso; esa alegría y engreimiento que nos viene cuando se nos honra y se nos alaba. Todas ellas son pruebas manifiestas del espíritu de vanidad que nos mueve.

El amor de Jesucristo es incompatible con un vicio que le es tan contrario. Él hizo de la humildad la primera de las bienaventuranzas, el fundamento de la vida espiritual y la escogió con preferencia al resto de virtudes para que fuese su propio distintivo y carácter.

d. Cuarto obstáculo: Alguna pasión mal mortificada

El cuarto obstáculo de donde nacen las faltas que impiden o que apagan el amor de Jesucristo y, por consiguiente, la devoción al Sagrado Corazón, son ciertas pasiones no mortificadas que nos hemos guardado y que, tarde o temprano, suelen ser la causa funesta de una gran infelicidad.

Normalmente queremos darnos del todo a Dios y consecuentemente declaramos guerra mortal a los vicios, pero a veces hay alguna pasión dominante que nos reservamos. Suele haber un no sé qué más querido y más precioso que no tocamos; y para engañarnos sin escrúpulo, siempre hay algún buen pretexto para dejar un escondrijo en el corazón a alguno de nuestros enemigos. Pero quien tiene un gran amor a Jesucristo no se encuentra el efecto de este obstáculo.

Algunas prácticas de preparación que podemos realizar para vencer estos obstáculos son:
1) Ponerse en presencia de Dios.
2) Pedir la gracia de ser encendidos en amor al Sagrado Corazón, recibiendo luz para ver aquello en lo que somos tibios. Esforzarme por corregir mi juicio sobre alguien de quien veo sólo sus defectos, esforzándome por ver sus virtudes.

Del libro de Jean Croiset La devoción al Sagrado Corazón de Jesús: Perfil de la persona que ama profundamente a Jesucristo

Una persona sólidamente virtuosa y que ame a Jesucristo con entera intensidad procura ser una persona sin amor propio, recta, sin ambición. Es alguien exigente consigo mismo, pero amable con los demás, interpretando en el buen sentido lo que hacen. Es honesto sin ser afectado, educado sin ser cobarde, servicial sin buscar su propio interés. Es extremadamente exacto sin ser escrupuloso, se mantiene siempre unido a Dios sin tiranteces; no está nunca inactivo y, a la vez, no permite que le supere un ímpetu desmedido, nunca está demasiado preocupado o distraído con sus ocupaciones, porque mantiene constantemente libre su corazón, atento al mayor de sus objetivos: su salvación eterna.

Como los grandes santos, tiene una baja opinión de sí mismo y un gran respeto por los demás, porque solo contempla sus virtudes y no les juzga sus defectos. No deja que aquellos que le desprecian le hagan daño, porque no cree que el honor que le puedan negar sea algo que le pertenezca. Por último, es alguien que nunca está de mal humor, porque tiene lo que quiere y, siempre y cuando sea agradable a Dios, no desea nada más. Siempre está satisfecho, siempre en paz, siempre sereno. No se pavonea con el éxito ni se descorazona tras el fracaso, porque sabe que las bendiciones y las cruces de la vida vienen de la mano de Dios, y que, como la voluntad de Dios es 3 de 4 su única norma de conducta, siempre hace lo que Dios quiere y siempre acepta lo que Dios le manda.

Guiado por estos principios, no busca lo que le pueda traer más fama. Y como sabe que lo que hacemos no tiene más mérito que el de estar en sintonía con la voluntad divina, no lucha por
conseguir mucho, sino que se esfuerza por hacer con perfección lo que su Maestro desea que haga.

Por tanto, está constantemente en guardia contra sus inclinaciones naturales y contra su amor propio, y prefiere las obligaciones humildes de su situación personal y sus circunstancias a las grandes acciones elegidas por él. Animado por este amor puro a Jesucristo, acepta la privación de los talentos de los que Dios no le ha dotado, de las virtudes que Dios ha preferido que no tenga y del bien que Él no desea que haga. De la misma manera, es fiel correspondiendo a los dones que Dios le ha conferido y ejercitando las virtudes y sembrando el bien que Dios pone en su camino y que quiere que cumpla.

Por último, es un hombre que se distingue por su mansedumbre, su humildad y, especialmente, por su intenso amor a Jesucristo y su devoción a la Santísima Virgen, y por el aire de santidad que le rodea. Todo lo cual es por sí mismo una forma inmejorable de apostolado.

Vive de los sacramentos y los recibe respetuosamente, lo que aumenta diariamente su virtud y le dará ese hambre y esa sed de justicia de la que habla nuestro Salvador. Y siendo un hombre de fe, nunca asistirá al Sacrificio de la Misa sin una profunda gratitud y veneración. Busca honestamente conocer la voluntad de Dios en todas las circunstancias que surgen y es generoso con Dios, quien nos ha concedido todas las cosas sin reservas, incluso a sí mismo, para inducirnos a no negarle nada. Se sacrifica constantemente, en todas las etapas de su vida, porque sabe que nuestro Salvador crucificado, Jesucristo, es nuestro modelo en todas las cosas. Lleno del espíritu de Cristo, en cada ocasión, tanto cuando reza como cuando está inmerso en sus obligaciones, se esfuerza por hacer coincidir sus opiniones y todos sus pensamientos con la voluntad de Dios, que es su guía en todo.

¡Oh Corazón de amor, yo pongo toda mi confianza en ti, porque todo
lo temo de mi flaqueza, pero todo lo espero de vuestras bondades!

Tomado del Libro «Mes del Sagrado Corazón» compuesto por la Rvda. Hna. Ana du Rousier y aumentado por el Padre Dionisio Fierro Gasca, Escolapio.

Facebook
Twitter
WhatsApp
Telegram
Email

Sobre el autor de esta entrada

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Carrito de compra
WhatsApp

¡No dejes al padre hablando sólo!

Homilía diaria.
Podcast.
Artículos de formación.
Cursos y aulas en vivo.

En tu Whatsapp, todos los días.