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Los Dolores de la Santísima Virgen María

El 15 de septiembre, un día después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Iglesia celebra una de las grandes devociones marianas, la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores. Dos fiestas que están unidas por la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Meditar los Dolores de Nuestra Madre Santísima es una manera de compartir los sufrimientos más hondos de la vida de María en la tierra.
Los Dolores de la Santísima Virgen María

«Una espada atravesará tu alma…» palabras proféticas del anciano Simeón, que despertaron en el alma de María el presentimiento de un misterio infinitamente doloroso en la venida de su Hijo, el rechazo de Israel al Mesías, cuya inmensa tragedia conocerá María al pie de la Cruz.

Fiesta en que se recuerda los grandes sufrimientos de la Santísima Virgen María es celebrado en el mes de Septiembre. Del mismo modo que el Viernes de Dolores, previo al Domingo de Ramos. Lo de Semana Santa se explica porque se celebra la Pasión del Señor, el mayor dolor de su Madre.

El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor.

En verdad, una espada traspasó su alma. Esta espada no hubiera penetrado en la carne de su Hijo sin atravesar su alma. En efecto, después de que Jesús hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la suya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la suya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó su alma, y, por esto, con toda razón, la llamamos más que mártir, ya que sus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente su alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo ¡Vaya cambio! Se le entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar su alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?

Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Éste murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.

¿Cuáles son los siete dolores de la Virgen?

Estos son los Siete Dolores que la Virgen padeció durante la vida de Jesús y que es un reflejo del amor y sufrimiento de la Madre de Cristo.

-Primer Dolor: La profecía de Simeón. (Lucas 2,22-35): «Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción. ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones». (Lc2,34-35)

-Segundo Dolor: La huida a Egipto. (Mateo 2,13-15): «Cuando ellos se retiraron, el ángel de Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle. Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes: para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo». (Mt 2,13-15)

-Tercer Dolor: El Niño perdido en el Templo. (Lucas 2,41 -50): «Al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas…Cuando le vieron quedaron sorprendidos y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando…» (Lc2,46-48)

-Cuarto Dolor – María se encuentra con Jesús camino al Calvario. (Lam 1,12): «Vosotros que pasáis por el camino, mirad, fijaos bien si hay dolor parecido…» (Lam 1,12)

-Quinto Dolor – Jesús muere en la Cruz. (Juan 19,17-39): «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo :»Ahí tienes a tu madre…» (Lc 19, 25-27)

-Sexto Dolor – María recibe el Cuerpo de Jesús al ser bajado de la Cruz. (Juan 19, 38): «Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió.» (Jn 19,38)

-Séptimo Dolor -Jesús es colocado en el Sepulcro. (Lucas 23, 53-54): «…y, después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía.» (Lc 23, 53-54).

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Santa Isabel de la Trinidad escribe estas palabras sobre los dolores de la Virgen: «La Virgen conservaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 19 y 51): toda su historia puede resumirse en estas pocas palabras. Fue en su corazón donde ella vivió, y con tal profundidad que no la puede seguir ninguna mirada humana… Como la de Él, su oración fue siempre “Ecce, ¡heme aquí!” ¿Quién? “La sierva del Señor” (Lc 1, 38), la última de sus criaturas. Ella, ¡su madre! Ella fue tan verdadera en su humildad porque siempre estuvo olvidada, ignorante, libre de sí misma. Una vez más fue en su corazón donde la espada la traspasó (Lc 2, 35), porque en Ella todo se realiza por dentro. (…)

Qué hermoso es contemplar a la Reina de los mártires durante su largo martirio, tan serena, envuelta en una especie de majestad que manifiesta juntamente la fortaleza y la dulzura… es que Ella había aprendido del Verbo mismo cómo deben sufrir los que el Padre ha escogido como víctimas, los que ha determinado asociar a la gran obra de la redención, los que Él ha conocido y predestinado a ser conformes a su Cristo (Rm 8, 29), crucificado por amor. Ella está allí al pie de la cruz, de pie, llena de fortaleza y de valor, y he aquí que mi Maestro me dice: Ecce Mater tua (Jn 19, 27), Él me la da por Madre… Y ahora que Él ha vuelto al Padre, que Él me ha colocado en su lugar sobre la cruz para que yo sufra en mi cuerpo lo que falta a la pasión por su cuerpo, que es la Iglesia (Col 1, 24), la Virgen está todavía allí, para enseñarme a sufrir como Él, para decirme y hacerme escuchar estos últimos cantos de su alma que nadie, fuera de Ella, su Madre, ha sabido percibir».

Según San Alfonso María Ligorio, Nuestro Señor reveló a Santa Isabel de Hungría que El concedería cuatro gracias especiales a los devotos de los dolores de Su Madre Santísima:

1. Aquellos que antes de su muerte invoquen a la Santísima Madre en nombre de sus dolores, obtendrán una contrición perfecta de todos sus pecados.

2. Jesús protegerá en sus tribulaciones a todos los que recuerden esta devoción y los protegerá muy especialmente a la hora de su muerte.

3. Imprimirá en sus mentes el recuerdo de Su Pasión y tendrán su recompensa en el cielo.

4. Encomendará a estas almas devotas en manos de María, a fin de que les obtenga todas las gracias que quiera derramar en ellas.

«Pero quizá alguien dirá: “¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?” Sí, y con toda certeza. “¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?” Sí, y con toda seguridad. “¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?” Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante», San Bernardo de Claraval.

Rosario de los Siete Dolores de la Virgen María

Meditar los siete Dolores de Nuestra Madre Santísima es una manera de compartir los sufrimientos  más hondos de la vida de María en la tierra: El Rosario se comienza diciendo el Acto de contrición, y (ya sea al principio o al final) se rezan tres Avemarías en honor a las lágrimas que derramó Nuestra Madre Dolorosa. En cada misterio se reza 1 Padre Nuestro y 7 Avemarías.

Oración Inicial: Dios mío te ofrezco este Rosario para tu gloria, en honor de tu Santísima Madre, la Virgen Santa, para compartir y meditar en su sufrimiento. Te ruego con humildad que me  ayudes a arrepentirme de corazón de mis pecados. Amén.

1º Dolor
La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús

2º Dolor
La huida a Egipto con Jesús y José

3º Dolor
La pérdida de Jesús

4º Dolor
El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario

5º Dolor
La crucifixión y la agonía de Jesús

6º Dolor
La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto

7º Dolor
El entierro de Jesús y la soledad de María

Oración Final: Reina de los Mártires, Tu que has padecido tanto, te ruego, por los méritos de las lágrimas que derramaste en estos terribles y dolorosos momentos, que obtengas para mí, y todos los pecadores del mundo, la gracia del sincero y completo arrepentimiento. Amén.

 Oración a Nuestra Madre Dolorosa

Oh Madre de los Dolores, tú, que bajo la Cruz de Jesús nos fuiste dada por Madre nuestra, míranos con piedad a nosotros, tus hijos, que lloramos y lamentamos en este valle de lágrimas. Por esa espada de dolor que traspasó tu Corazón cuando contemplaste el Rostro de tu Hijo muerto, obténnos ese consuelo que tanto necesitamos en nuestros sufrimientos.

Nos fuiste dada a nuestra Madre en la hora de tu mayor dolor para que pudieras tener presente nuestra fragilidad y los males que nos apremian. Sin tu ayuda, oh Madre Dolorosa, no podemos obtener la victoria en esta lucha contra la carne y la sangre. Por lo tanto, buscamos tu ayuda, oh Reina de los Dolores, para que no caigamos presa de las artimañas del enemigo. Somos huérfanos necesitados de la mano guía de nuestra Madre en medio de los peligros que amenazan nuestra destrucción. Tú, cuyo dolor era ilimitado como el mar, concédenos por el recuerdo de esos dolores la fuerza para salir victoriosos.

Intercede aún más, oh Madre de los Dolores, por nosotros y por todos los que nos son cercanos y queridos, para que podamos hacer siempre la Voluntad de tu Hijo y dirigir todas nuestras acciones a Su honor y al fomento de la devoción a tus dolores. Amén.

Virgen Dolorosa, ruega por nosotros.

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