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Los confidentes del Sagrado Corazón de Jesús

Te invitamos a que puedas acompañarnos en nuestros siguientes artículos donde hablaremos en detalle de cada uno de estos santos que tan cerca estuvieron del ese, según palabras del Card. Berulle «Corazón humanamente divino y divinamente humano».
Los confidentes del Sagrado Corazón de Jesús

Sabemos nosotros el lugar preeminente que posee Santa Margarita María de Alacoque, en la devoción al Sagrado Corazón, pero no fue ella su única confidente. A lo largo de la historia, Nuestro Señor suscitó devotos a su Corazón prodigándoles muestras irrefutables de su amor. Te invitamos a que puedas conocer a estos santos, algunos de ellos no tan conocidos, y su especial relación con aquel Corazón que tanto ha amado a los hombres.

En primer lugar tenemos a Santa Lutgarda, (1182-1246) monja cisterciense, estigmatizada. Recibió la gracia de besar la llaga del Corazón de Jesús en sus apariciones.  A los 17 años tuvo una visión de Jesucristo, quien le mostraba la herida de su costado. Es la primera visión medieval del Sagrado Corazón de Jesús.

Luego está Santa Gertrudis, (1256-1301) quien en la fiesta de San Juan Evangelista, tuvo una visión de Nuestro Señor, quién le permitió descansar su cabeza en la Llaga de su costado.  Al escuchar el palpitar de Su Corazón, ella le preguntó al apóstol por qué no relató en su Evangelio lo que había escuchado en la Última Cena, cuando se reclinó sobre el pecho del Señor, y San Juan contestó: «Mi ministerio en ese tiempo en que la Iglesia se formaba consistía en hablar únicamente sobre la Palabra del Verbo Encarnado (…) pero a los últimos tiempos les está reservada la gracia de oír la voz elocuente del Corazón de Jesús. A esta voz, el mundo, debilitado en el amor a Dios, se renovará, se levantará de su letargo y una vez más, será inflamado en la llama del amor divino». 

En tercer lugar tenemos a Santa Mechtilde (+1298) quien entró en el Sagrado Corazón y reposó en Él. En su Liber specialis gratiae, según cita el Papa Benedicto XVI, relata que Jesús abriéndole la llaga de su dulcísimo Corazón, le dice: «Considera qué inmenso es mi amor: si quieres conocerlo bien, en ningún lugar lo encontrarás expresado más claramente que en el Evangelio. Nadie ha oído jamás expresar sentimientos más fuertes y más tiernos que estos: Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros (Joan. XV, 9).» 

A continuación también tenemos que nombrar a Santa Liduvina de Schiedan (1380-1433). Ella besó también la llaga del Corazón de Jesús en sus apariciones. Habiéndose quebrado la columna a los 15 años, pasó toda su vida postrada, ofreciendo sus dolores entre horribles enfermedades: Una llaga le fue destrozando la piel. Perdió la vista de un ojo y el otro se volvió tan sensible a la luz que no soportaba ni siquiera el reflejo de la llama de una vela. Estaba completamente paralizada y solamente podía mover un poco el brazo izquierdo. En los inviernos de Holanda quedaba a veces en tal estado de enfriamiento que sus lágrimas se le congelaban en la mejilla. En el hombro izquierdo se le formó un absceso dolorosísimo y la más aguda neuritis (o inflamación de los nervios) le producía dolores casi insoportables. Parecía que en vida estuviera descomponiéndose como un cadáver. Pero nadie la veía triste o desanimada, sino feliz por sufrir por amor a Cristo y por la conversión de los pecadores. A pesar de su enfermedad, se sentía a su alrededor un aroma agradable.

En quinto Santa Brígida de Suecia (1302-1373) quien pudo, por los designios divinos, ver el Sagrado Corazón destrozado cuando penetró la lanza.

No podemos dejar de hablar también de Santa Catalina de Siena (1347-1380), esta gran doctora de la Iglesia que llevó una cicatriz  en su pecho porque Nuestro Señor le puso su Corazón en el lugar del suyo.

Así también, ya en tierras americanas Santa Rosa de Lima (1586-1617), quien veía sin cesar el Corazón de Jesús brillar encima de su cabeza.

Y finalmente la Beata María del Divino Corazón de Jesús (1863-1899) religiosa de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, quien tras recibir alocuciones interiores de Nuestro Señor escribió al papa León XIII para pedir la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús. León XIII no sólo accedió a la petición, escribiendo su Encíclica Annum Sacrum del 25 de mayo de 1899 y consagrando todo el mundo al Sagrado Corazón,​ sino que además dijo que ese fue el mayor acto de su pontificado.

Te invitamos a que puedas acompañarnos en nuestros siguientes artículos donde hablaremos en detalle de cada uno de estos santos que tan cerca estuvieron del ese, según palabras del Card. Berulle «Corazón humanamente divino y divinamente humano».  Para que así podamos amar este Sagrado Corazón al menos un poco como le amaron estos santos. 

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