¿Por qué no rezas?

¿Realmente no tenemos tiempo? Tenemos tiempo para lo que queremos, pero no para hacer una parada y dedicar quince minutos a la oración, para ver cuál es el sentido profundo de todo lo que hago.

Eutrapelia: la virtud del buen humor

La diversión es necesaria con vistas a la acción, pues sólo el que de vez en cuando descansa del trabajo y se divierte podrá luego reemprenderlo con fuerzas renovadas. Sepa en qué consiste esta virtud, practicada por grandes santos, como Tomás de Aquino, Francisco de Sales y Don Bosco.

La modestia

Rescatemos la virtud de la modestia

Es importante resaltar que la modestia no es un mero adorno superficial, sino la defensora de la virtud del pudor, que es la piel del alma que envuelve el misterio de la vida física y espiritual, mediante la custodia de los sentidos. La modestia nos protege en esos primeros pasos que no debemos dar y está relacionada con las virtudes mayores del pudor, la castidad, la virginidad y la fidelidad.

Los grandes daños que ocasionan la tristeza

Los grandes daños que ocasionan la tristeza

Decía San Francisco que mucho se alegra el demonio cuando el corazón de uno está triste; porque fácilmente le ahoga en la tristeza y desesperación. Al que anda triste y melancólico, el demonio lo lleva a caer en gran desconfianza y desesperación, como hizo con Caín y con Judas.

Carta a los Amigos de la Cruz

Carta a los Amigos de la Cruz

En la literatura espiritual sobre la cruz de Cristo, que es muy abundante –ya desde San Pablo o San Juan, pasando por los Padres y los autores medievales y renacentistas–, no es fácil hallar una síntesis tan perfecta de la espiritualidad de la cruz, como lo es «Carta a los Amigos de la Cruz» de San Luis María Grignion de Montfort. Aquí les dejamos un extracto de esta brillante obra que transmite la verdadera esencia del cristiano, fundamentada en la Cruz de Cristo.

La templanza, una virtud de capital importancia

La templanza, una virtud de capital importancia

Para entender la Virtud de la Templanza debemos leer a San Juan Pablo II, quien dice: «Un hombre templado es uno que es dueño de sí mismo. Aquel en quien las pasiones no prevalecen sobre la razón, la voluntad e incluso el “corazón”. ¡Un hombre que puede controlarse!

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