Fiesta de los Santos Inocentes, Mártires
(Mateo 2, 13-18) «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, donde permanecerás, hasta que yo te avise. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo»
(Mateo 2, 13-18) «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, donde permanecerás, hasta que yo te avise. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo»
(Mateo 10, 17-22) «Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará»
(16, 15-20) «Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban»
(Juan 12, 24-26) «[…] Si alguno me quiere servir, sígame, y allí donde Yo estaré, mi servidor estará también; si alguno me sirve, el Padre lo honrará»
(Lucas 9, 43-45) «Presten mucha atención a lo que les voy a decir: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres»
(Lucas 9, 23-26) «Si alguno quiere venir en pos de Mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; mas el que pierda su vida a causa de Mí, la salvará […]»
(San Juan 17, 11-19) «Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Yo me santifico a mí mismo por ellos, para que también ellos sean santificados en la verdad»
Místicamente revestidas de su manto blanco, las esposas de Cristo subieron, una a una, las escaleras del cadalso para recibir la palma del martirio. En el Cielo les esperaba el Cordero inmolado para hacerlas partícipes de su gloria.
(Mateo 16, 13-19) «Bienaventurado eres, Simón Bar-Yoná, porque carne y sangre no te lo reveló, sino mi Padre celestial. Y Yo, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del abismo no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos: lo que atares sobre la tierra, estará atado en los cielos, lo que desatares sobre la tierra, estará desatado en los cielos»
(Mateo 5, 1-12) «Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros»
(Marcos 6, 14-29) «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos, y por eso las virtudes obran en Él»
(Lucas 6, 12-19) «Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles»
A mediados del siglo XVII, las tierras canadienses fueron bañadas por la sangre de los 8 mártires de la Compañía de Jesús. Estos valientes misioneros recibieron las más crueles y espantosas torturas por parte de las tribus caníbales de aquel lugar, y aun en las peores circunstancias, no sucumbieron ante los enemigos que con saña descuartizaban a sus víctimas.
Realizamos un deficiente trabajo cuando preparamos a nuestros hijos solo con el conocimiento de la fe, sin comprender el costo de la misma en el siglo XXI, una era de capitulación y apostasía que nos pide que ofrezcamos delante de sus ídolos «una pizca de incienso».
(Mateo 5, 13-16) «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? Para nada vale ya, sino para que, tirada fuera, la pisen los hombres»
Dos cruces se yerguen en varias iglesias circundadas por la topografía accidentada de las serranías gaúchas, como testimonios elocuentes de una auténtica catolicidad. Dos figuras que alcanzaron la palma del martirio, y tras de sí una florecida devoción.
Aun resuenan los villancicos y la ternura de la Nochebuena y Navidad, y apenas amanece el 26 de diciembre la Iglesia se tiñe del rojo de los mártires para recordar al Primer Mártir de la Iglesia, el diácono Esteban y con esta conmemoración se abre la celebración de la llamada Triple Corona del Rey.
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