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Fiesta de los Santos Inocentes, Mártires

(Mateo 2, 13-18) «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, donde permanecerás, hasta que yo te avise. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo»

Evangelio según San Mateo 2, 13-18

Luego que partieron, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, donde permanecerás, hasta que yo te avise. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». Y él se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y salió para Egipto, y se quedó allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por el profeta: “De Egipto llamé a mi hijo”.

Entonces Herodes, viendo que los magos lo habían burlado, se enfureció sobremanera, y mandó matar a todos los niños de Betlehem y de toda su comarca, de la edad de dos años para abajo, según el tiempo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió la palabra dicha por el profeta Jeremías: Un clamor se hizo oír en Rama, llanto y alarido grande: Raquel llora a sus hijos y rehúsa todo consuelo, porque ellos no están más.

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Santos Inocentes, Mártires

Martirologio Romano: Fiesta de los Santos Inocentes, mártires, niños que fueron ejecutados en Belén de Judea por el impío rey Herodes, para que pereciera con ellos el niño Jesús, a quien habían adorado los Magos. Fueron honrados como mártires desde los primeros siglos de la Iglesia, primicia de todos los que habían de derramar su sangre por Dios y el Cordero.

Hoy la Iglesia celebra la fiesta de los Santos Inocentes, niños mártires ya por odio a la fe, manifestada por el cruel Herodes que quería matar al Mesías que acababa de nacer.

Con Herodes se cumplía una antigua profecía, hecha por el patriarca Jacob: “El cetro no se apartará de Judá ni el bastón de mando de entre sus piernas, hasta que llegue Aquel a quien le pertenece y a quien los pueblos deben obediencia” (Gn 49, 10): Efectivamente, Herodes había sido impuesto a los judíos por el emperador Marco Antonio, por disensiones entre los judíos.

El trono se había apartado de Judá, había recaído en un tirano, que sería flagelo del pueblo elegido, pero que presagiaba la venida del Mesías. Las almas electas, las espirituales y no carnales, vieron en eso una señal de los tiempos.

Advertido por los Reyes Magos, y luego por sus doctores de la Ley de que en Belén de Judá nacería el Rey de Israel, el tirano idumeo no tuvo inconveniente en practicar lo que hoy se llama genocidio, y mandó asesinar a todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores.

Pero ¿por qué Dios «abandonó» a esos niños, que murieron por su causa, se pregunta San Pedro Crisólogo? “Él había nacido rey y rey del cielo, ¿por qué abandonó a los que eran inocentes?

«Hermanos – responde el mismo Crisólogo – Cristo no abandonó sus soldados, sino que les dio mejor suerte, les concedió triunfar antes de vivir, los hizo alcanzar la victoria sin lucha alguna, les concedió las coronas antes incluso de que sus miembros se hubiera desarrollado, quiso por su poder, que pasasen por encima de los vicios, que poseyesen el Cielo antes que la tierra». Es una visión cristiana la anterior, que coloca primero el Cielo que cualquier vida en la Tierra. Los Santos Inocentes son felices en el Cielo adorando al Cordero.

Son bienaventurados, su martirio estaba anunciado

El martirio de los Santos Inocentes estaba anunciado en la Escritura, pero también su felicidad eterna.

«Así habla el Señor: ¡Escuchen! En Ramá se oyen lamentos, llantos de amargura: es Raquel que llora a sus hijos; ella no quiere ser consolada porque ya no existen” decía el profeta Jeremías (31, 15). Pero los dos hijos de Raquel murieron después de ella, ella no podía haber llorado la muerte de sus hijos. Entonces ¿qué estaba queriendo decir el profeta?: «Raquel era un mero símbolo de las madres de Israel».

Eso lo constata el propio Evangelista: «Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías: “En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen”» (Mt 2, 17-18).

Pero sí su martirio estaba profetizado, también su gloria.

«La perfecta alabanza os es dada por los labios de los más pequeñitos, de los niños que la madre amamanta; he aquí la fuerza que oponéis a los malos, reduciendo al enemigo al silencio», canta el Rey Profeta David (Sl 8, 3).

«Bienaventurados niños, cuya vida fue inmolada a fin de conservar la vida de vuestro Salvador. Si vuestras madre hubiesen conocido ese misterio, en lugar de lamentaciones y de lágrimas, sólo se oirían bendiciones y alabanzas», decía el gran Bossuet.

Dos finales, los niños vencen

Al final, se sabe quien obtuvo la victoria.

Los Santos Inocentes están en el cielo, Aquel del que eran soldados, murió y resucito, y los preside en la Bienaventuranza Eterna. Herodes, rey sumamente cruel, que mató a la familia rival derrocada, que era la familia de su mujer, que mandó a ejecutar a su propia mujer, a dos de sus hijos, en fin, un sujeto totalmente títere del demonio, muere en la infelicidad, y habrá enfrentado el terrible juicio de Dios, que también prescribe no solo la bienaventuranza, sino para los malvados la condenación eterna.

Es pues, la de hoy, también la fiesta de la Inocencia, la que abre las puertas del cielo.

«La santa Familia de Nazaret atravesó muchas pruebas, como esa – recordada en el Evangelio según san Mateo – de la “matanza de los inocentes”, que obligó a José y María a emigrar a Egipto. Pero, confiando en la divina Providencia, encontraron su estabilidad y aseguraron a Jesús una infancia serena y una educación sólida» (Benedicto XVI, 1 de enero de 2011).

Tomado de Gaudium Press

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Esta homilía apareció por primera vez aquí el 28 de Diciembre de 2020.
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