La Eucaristía y la Vida Eterna
(Juan 6, 44-51) «Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y por lo tanto el pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo»
(Juan 6, 44-51) «Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y por lo tanto el pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo»
(Juan 6, 30-35) «Soy Yo el pan de vida; quien viene a Mí, no tendrá más hambre, y quien cree en Mí, nunca más tendrá sed»
(Juan 6, 60-69) «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios»
(Juan 6, 41-51) «Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y por lo tanto el pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo»
(Juan 6, 24-35) «Soy Yo el pan de vida; quien viene a Mí, no tendrá más hambre, y quien cree en Mí, nunca más tendrá sed»
(Juan 6, 24-35) Le dijeron: «Señor, danos siempre este pan». Respondióles Jesús: «Soy Yo el pan de vida; quien viene a Mí, no tendrá más hambre, y quien cree en Mí, nunca más tendrá sed»
(Marcos 14, 12-16. 22-26) «Decid al dueño de casa: “El Maestro dice: ¿Dónde está mi aposento en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Y él os mostrará un cenáculo grande en el piso alto, ya dispuesto; y allí aderezad para nosotros» . Los discípulos se marcharon, y al llegar a la ciudad encontraron como Él había dicho; y prepararon la Pascua.
(Mateo 13, 54-58) «Un profeta no está sin honor sino en su país y en su familia».
Uno de los actos de piedad y devoción más destacados que pueden realizar los católicos en su vida diaria es quedarse en el banco una vez terminada la Misa para dar gracias a Dios.
(Juan 6, 51-58) «[…] Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre»
(Juan 6, 51-58) «Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes».
La Sagrada Comunión tiene una eficacia santificadora incomparable, ya que consiste propiamente en el desarrollo y crecimiento perfecto de la gracia y de las virtudes infusas en nuestra alma.
La Iglesia Católica cuenta con una gran riqueza en sus oraciones y devociones, una de ellas, que con el paso del tiempo ha caído en el olvido, es la oración «Alma de Cristo», en latín «Anima Christi»; una plegaria que nació probablemente alrededor del siglo XIV.
La Adoración Eucarística tiene su fundamento en el dogma de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Tal como nos dice la doctrina católica, Cristo está realmente presente en la Eucaristía mientras permanecen las especies sacramentales; y porque está presente y Cristo es Dios, le adoramos.
(Lucas 9,11-17) «Entonces tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, los bendijo, los partió y los dio a sus discípulos para que los sirviesen a la muchedumbre. »
Existen dos requisitos primordiales que los católicos deben cumplir para una recepción digna del Santísimo Sacramento del altar, como explican el Catecismo y el Código de Derecho Canónico.
Inspirada por Dios y su gran amor a la Eucaristía, Sor Faustina escribió una bellísima Letanía de alabanza a Jesús presente en el Santísimo Sacramento. Letanía que te invitamos a rezar y meditar durante tu Hora Santa.
(Juan 6, 41-51) «Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y por lo tanto el pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo»
Uno de los requisitos para la recepción del Sacratísimo Cuerpo de Cristo es la permanencia en estado de gracias del que lo recibe. El alma que incumple los mandamientos y se deja llevar por sus pasiones desordenadas no podrá ser participe del banquete celestial.
El diablo ha declarado una guerra abierta contra el celibato, el matrimonio y la Eucaristía. ¿El por qué? Lucifer odia la virginidad consagrada y el celibato sacerdotal porque este carisma y estado de vida es el más intrínsecamente opuesto al orgullo que provocó su caída, su eterna pérdida de la bienaventuranza, su condenación.