Por Padre Lucas Prados
El demonio, que es el padre de la mentira y de todos los mentirosos (Jn 8:44), en un movimiento de profunda inteligencia y sutileza, ha sido capaz de deslizar entre los hombres tres sibilinas mentiras que muchos han aceptado y que están haciendo mucho daño a todos los creyentes. Estas mentiras son las siguientes: «no tengo pecados»; «estoy salvado» y «Dios no puede condenar a nadie pues es infinitamente misericordioso».
Muchos cristianos han reducido los Mandamientos de Dios a no matar y a no robar, olvidándose de que hay otros mandamientos. Con frecuencia experimento extrañeza cuando una persona, después de estar varios años sin confesar, viene un día y me dice que no tiene ningún pecado grave. Yo, conociendo el paño, insinúo al penitente si le puedo hacer algunas preguntas con el fin de hacer una confesión íntegra, a lo que siempre me responden que no hay problema alguno. Entonces, les empiezo a hacer un repaso mandamiento por mandamiento y descubro que hay muchos pecados mortales.
Es por ejemplo muy frecuente no venir a Misa todos los domingos y no confesarse de ese pecado. En el caso de las personas casadas, si les preguntas si viven castidad matrimonial y hacen todo de acuerdo con la voluntad de Dios, en un primer momento te dicen que sí, pareciendo que todos viven una castidad matrimonial perfecta y ninguno tiene nada de qué acusarse; pero si desciendes a detalles: ¿Está haciendo alguna cosa para evitar tener hijos, como usar preservativos o anticonceptivos? Descubres, no sin sorpresa, que tampoco se pensaban confesar de eso pues creían que la Iglesia no tenía por qué meterse en esas cosas. Y estos dos pecados son sólo a modo de ejemplo, pero la lista sería interminable.
Pecan, pero la conciencia no les acusa porque la tienen adormecida.
Si estas personas creen que no tienen nada que confesarse es porque han perdido el sentido del pecado. Pecan, pero la conciencia no les acusa porque la tienen adormecida.
Si el demonio ha conseguido hacerme creer que no tengo ningún pecado, la conclusión siguiente es creerme ya salvado. ¡Qué mentira tan grande! ¿Cómo hemos sido capaces de caer en esa trampa tan descomunal? Por supuesto que no ha sido sin culpa de nuestra parte, pues si hemos llegado a aceptar tal mentira del demonio es porque previamente ya habíamos hecho un pacto con él. ¿Cómo pretendemos llegar al cielo si no llevamos una vida realmente cristiana?
Se salvarán aquéllos que cumplan los mandamientos de Dios; todos y cada uno de ellos. Se salvarán aquéllos que pidan perdón a Dios, se arrepientan y confiesen sus pecados. Se salvarán aquéllos que hayan puesto a Dios en el centro de su corazón y luego vivan una vida siguiendo el camino trazado por Él. Para salvarse, como dice San Pablo, hay que vivir con Cristo y morir con Cristo (Fil 1:21; 1 Tes 4:14).
Otros me dirán: pero si Dios es infinitamente misericordioso no puede castigar eternamente a una persona al infierno por haber faltado a la Santa Misa los Domingos o por haber cometido cualquier otro pecado mortal. ¿Cómo va a infligir Dios un castigo eterno a aquél que ha faltado a Misa algunos domingos o ha usado anticonceptivos para no tener más hijos? ¿No es un castigo desproporcionado para unos pecados que «no son tan graves»?
¡Qué lejos andamos del modo de pensar de Dios! Por supuesto que Dios es infinitamente misericordioso, pero no olvidemos que al mismo tiempo es infinitamente justo, no pudiéndole dar premio a aquél que le ha ofendido y luego no se ha arrepentido de su ofensa. Si nos parece exagerado el castigo de Dios es porque, como decíamos antes, hemos perdido el sentido de la gravedad del pecado; no nos damos cuenta que el pecado mortal es una ofensa inmensa hecha a Dios nuestro Señor.
Han vivido como si Dios no existiera, han muerto sin sacramentos
Cuando veo la situación en la que mueren muchos cristianos que se han creído estas mentiras del demonio, me echo las manos a la cabeza. Han vivido como si Dios no existiera, han muerto sin sacramentos; y ahora se creen en el derecho de que Dios los lleve al cielo. ¡Qué lejos andamos de la verdad! El demonio nos ha engañado y ha vencido. Veo cómo bajan diariamente al infierno miles de almas que se creían buenas, pero que no vivieron como Dios esperaba.
Todavía estamos a tiempo de cambiar. No seamos tan locos de creer en las mentiras del demonio. Pensemos mejor en lo que el Señor nos dijo: «Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición, y son muchos los que por ella entran. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida, y cuán pocos los que dan con ella!» (Mt 7: 13-14).
1 comentario en “El demonio y sus mentiras”
Excelente!! Pero quiero hacer una sugerencia,a mi particularmente me gustaría que el hermano Sacerdote me hagan preguntas sobre mis muchos pecados,porque como dice el artículo,el demonio hace que me olvide de mis pecado,y gracias a ésta formación cristiana recoder algunos pero seguro que hay mucho más.Amen