La casa sobre la roca

(Mateo 7,21. 24-27) «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial»
La casa sobre la roca

Evangelio según San Mateo 7, 21. 24-27

«No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial.

Así pues, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, se asemejará a un varón sensato que ha edificado su casa sobre la roca: Las lluvias cayeron, los torrentes vinieron, los vientos soplaron y se arrojaron contra aquella casa, pero ella no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.

Y todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica, se asemejará a un varón insensato que ha edificado su casa sobre la arena: Las lluvias cayeron, los torrentes vinieron, los vientos soplaron y se arrojaron contra aquella casa, y cayó, y su ruina fue grande».

Esta homilía apareció por primera vez aquí el 1 de Diciembre de 2022.
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Homilía del Padre Miguel Martínez

Queridos hermanos, la vida de cualquier persona puede ser construida sobre diferentes bases o cimientos: sobre roca, barro, humo o aire. El cristiano decide construir su vida al profesar su fe sobre roca, porque el Señor es la roca permanente. El Señor nos habla en el Evangelio de dos casas. Una quizá quiso ahorrar un poco de dinero porque quiso construirla a prisa y tenerla ya hecha. No se puso a hacer los cálculos debidos ni tuvo el cuidado necesario, y al que edificó de esta manera el Señor le llama un hombre loco, un hombre necio.

Las dos casas quedaron terminadas y parecían iguales, con apariencia de estar bien hechas, pero tenían distintos fundamentos. Una estaba cimentada sobre piedra firme, y la otra no. Cuando pasaron las dificultades que pondrían a prueba si esas casas eran sólidas o no, hubo un temporal, una tormenta, cayó la lluvia, los ríos bajaron, soplaron los vientos, y fue el momento en que esas casas fueron probadas. Una se mantuvo en pie, firme sobre sus cimientos, y la otra se derrumbó estrepitosamente. Grande fue el desastre.

Nuestra vida solo puede estar edificada sobre Cristo mismo, porque Él es nuestra única esperanza, nuestro único fundamento. Esto quiere decir que procuramos que nuestra voluntad esté sustentada en la suya. Nuestra adhesión no es superficial a una figura etérea de nuestro Señor Jesucristo, sino que debe ser firme a su querer y a su persona. Por eso dice el Señor que no todo aquel que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino quien cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

La voluntad de Dios es la brújula que nos indica el camino hacia Él y, al mismo tiempo, es el sendero de nuestra felicidad. Cumplir la voluntad de Dios nos da fortaleza. Al final de nuestra vida, lo que realmente nos traerá tranquilidad será haber hecho la voluntad de Dios. No nos importarán los triunfos, los fracasos ni los sufrimientos. Lo único que importará será si hemos amado su voluntad sobre nuestra vida, que se manifiesta a veces de modo general y otras veces de modo concreto.

La voluntad de Dios se refleja en los mandamientos, que son lo fundamental. Después habrá cosas particulares que Dios quiera que hagamos: una vocación, el matrimonio sagrado, una misión especial, etc. Pero lo fundamental son los mandamientos. Cumplirlos con amor es la cima de la santidad. Todos los fieles cristianos, en cualquier ocupación o circunstancia, se santifican al aceptar con fe lo que han de padecer o sufrir, y así cumplen la voluntad de Dios.

Demostramos nuestro amor a Dios cuando nos sometemos a su voluntad, que se manifiesta en los mandamientos, las indicaciones de la Iglesia, y los deberes de nuestra vocación. Dios quiere que un padre de familia sustente a su esposa e hijos, que un profesional haga bien su trabajo, y que todo esto se haga con fe. Amar la voluntad de Dios nos da fuerzas para cumplirla con perfección. Si no la amamos, seremos débiles; pero si la amamos, seremos fuertes.

La voluntad de Dios está relacionada con la caridad que podemos ejercer en el cumplimiento de nuestros deberes, aunque sean difíciles. Con la ayuda y la gracia de Dios, podemos cumplirlos deseando siempre hacer su voluntad.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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