Preparar el alma
(Lucas 10, 13-16) «Quien a vosotros escucha, a Mí me escucha; y quien a vosotros rechaza, a Mí me rechaza; ahora bien, quien me rechaza a Mí, rechaza a Aquel que me envió»
(Lucas 10, 13-16) «Quien a vosotros escucha, a Mí me escucha; y quien a vosotros rechaza, a Mí me rechaza; ahora bien, quien me rechaza a Mí, rechaza a Aquel que me envió»
(Mateo 9, 9-13) «No son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: “Misericordia quiero y no sacrificio”. Porque no he venido a llamar justos, sino pecadores»
Cuando ayunamos sentimos hambre, y al sentirla recordaremos por qué estamos ayunando. Y si tomamos en serio nuestra fe, no nos será difícil entonces dirigir la atención hacia Dios.
El matrimonio solo se puede entender de verdad si se conoce el amor cristiano, que no es cualquier amor, es un amor crucificado, a imagen del amor que el mismo Hijo de Dios ha tenido por nosotros.
(Lucas 7, 24-30) «Es aquel de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino”. Yo les digo que no hay nadie más grande que Juan entre todos los que han nacido de una mujer»
Que estos días de la Santa Cuaresma sean para nosotros días de propiciación y así nos encontremos algo más dignos para celebrar con Nuestro Señor Jesucristo la gloriosa Pascua de Resurrección.
Prestos a celebrar la Cuaresma, la Iglesia nos propone meditar en nuestros pecados y arrepentirnos de corazón, nos invita alcanzar la conversión por medio de la oración, el ayuno y la mortificación.
La primera lección que nos enseña San Francisco de Sales para la adquisición de las virtudes «es el conocimiento de uno mismo». La mansedumbre y la humildad son el cimiento de la adquisición de todas las demás virtudes, pues sólo puede dominarse a sí mismo aquél que reconoce su flaqueza y está dispuesto a doblegar la voluntad.
Es necesario mortificar la carne para elevar el espíritu. «El ayuno consiste en hacer una sola comida al día, aunque se puede comer algo menos de lo acostumbrado por la mañana y la noche. Salvo caso de enfermedad» (CIC, 1252).
La aceptación resignada de las cruces que Dios nos envía es ya un grado muy estimable de amor a la cruz. Más perfecto aún es tomar la iniciativa y salirse al paso del dolor practicando voluntariamente la mortificación cristiana en todas sus formas.
Durante siglos cristianos fervorosos, enamorados realmente de la pasión de Cristo, desean imitarlo y reproducir de algún modo lo que Él había sufrido.
Con la imposición de la ceniza se inicia el tiempo de Cuaresma, tiempo litúrgico de cuarenta días, durante el cual los católicos se preparan para la mayor de las alegrías del cristiano, la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Es un tiempo de conversión, donde el morado penitencial adorna las Iglesias del mundo y los cantos penitenciales acompañan los sacrificios y ayunos de los católicos del mundo.
Las verdades que Cristo predicó desde lo alto de la montaña continúan siendo válidas para hoy: aparte de la Cruz no existe otra escalera por donde subir al Cielo. La Iglesia Católica siempre ha sostenido que el sacrificio tiene que estar presente en la vida del cristiano, como lo estuvo en la vida de Cristo. El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual.
Los santos nos dicen que no existe santidad sin penitencia. La Santidad es el triunfo de la voluntad, y la penitencia ayuda a ese camino.
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