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¿Cuál debe ser la conducta del alma durante las tentaciones?

La estrategia fundamental para evitar la tentación fue sugerida por Nuestro Señor cuando dijo a los discípulos en Getsemaní: «Velad y orad para que no accedáis a la tentación» (Mt. 26, 41). 
Cuál debe ser la conducta del alma no sólo durante las tentaciones sino también entre ellas

El P. Antonio Royo Marín, O.P. ha escrito como debe ser la conducta del alma antes, durante y después de la tentación. El diablo puede parecer poderoso, pero los santos y el mismo Jesucristo nos demuestran una y otra vez que no lo es, y que no es rival para quienes ponen su confianza en Dios.

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Antes de la tentación

Investiguemos lo que el alma debería de hacer antes, durante y después de la tentación. La estrategia fundamental para evitar la tentación fue sugerida por Nuestro Señor cuando dijo a los discípulos en Getsemaní: «Velad y orad para que no accedáis a la tentación» (Mt. 26, 41). Esto significa que tanto la vigilancia como la oración son necesarias aun antes de presentarse las tentaciones.

Respecto a la vigilancia, el demonio nunca abdica por completo en su batalla para ganar nuestra alma. Si a veces parece dejarnos en paz y no tentarnos, sólo es para volver al ataque cuando menos nos lo esperamos. Durante los períodos de calma debemos estar convencidos de que la batalla se reanudará y quizás con mayor intensidad que antes. Por lo tanto, es necesario mantenerse en alerta vigilancia para que no seamos tomados por sorpresa. Esta vigilancia se manifiesta en evitar todas las ocasiones de pecado, en intentar anticipar los asaltos inesperados, en la práctica de auto-control – especialmente del sentido de la vista y de la imaginación – en el examen particular, en la renovación frecuente de la resolución firme de uno de no volver a pecar jamás, evitando la pereza, la madre del vicio. Estamos en estado de guerra con el demonio, y no podemos abandonar nuestro puesto a no ser que deseemos ser superados en un momento de debilidad o de descuido.

 La más cuidadosa vigilancia y los esfuerzos más fervientes serían totalmente ineficaces sin la ayuda de la gracia de Dios.

Pero la sola vigilancia no es suficiente. Para permanecer en la gracia de Dios y por lo tanto ser victoriosos contra toda tentación se requiere una gracia eficaz de Dios, obtenible sólo por medio de la oración. La más cuidadosa vigilancia y los esfuerzos más fervientes serían totalmente ineficaces sin la ayuda de la gracia de Dios. Pero con Su gracia la victoria es infalible. Como dijimos, la gracia eficaz no depende del mérito de la estricta justicia , y por esa razón no se debe a nadie, ni hasta a los mayores santos. Pero Dios nos ha dado Su palabra de que Él nos concederá infaliblemente su gracia si se lo pedimos con oración que reúne las necesarias condiciones. Esto debería de hacer evidente lo importante que es la oración de petición. Por buena razón dice San Alfonso respecto a la necesidad absoluta de la gracia eficaz que puede eser obtenida sólo por medio de la oración: «El que reza, será salvado; y el que no reza, será condenado». Ésta es la razón por la cual Cristo nos enseñó a pedirle a Dios en el Padre Nuestro: «No nos dejes caer en la tentación». También es razonable que en esta oración preventiva invoquemos a la Santísima Madre, que aplastó la cabeza de la serpiente con su talón virginal, y a nuestro Ángel custodio, que tiene como uno de sus principales deberes el defendernos contra los asaltos del demonio.

Durante la tentación

Durante la tentación la conducta del alma puede ser resumida en una importante palabra: Resistir. No es suficiente permanecer meramente pasivo ante la tentación; la resistencia positiva es necesaria. Esta resistencia puede ser directa o indirecta. La resistencia directa es aquella que se enfrenta a la misma tentación y la conquista haciendo precisamente lo contrario de lo que se sugiere. Por ejemplo, empezar a hablar bien de una persona cuando estamos tentados a criticarle, dar una limosna generosa cuando nuestro egoísmo nos mueve a rehusar, prolongar nuestra oración cuando el demonio nos sugiere que lo acortemos o abandonemos por completo. La resistencia directa puede usarse contra cualquier clase de tentación, excepto aquellos contra la fe o la pureza, como veremos en un momento.

La resistencia indirecta no ataca la tentación sino que se retira de ella distrayendo la mente a algún otro objeto que es completamente distinto. Este tipo de resistencia es especialmente indicada para tentaciones contra la fe o contra la pureza, porque en estos casos un ataque directo muy probablemente aumentará la intensidad de la misma tentación. Lo importante es encontrar algún hobby o pasatiempo o actividad que es lo bastante interesante como para absorber la atención de uno por el momento.

A veces la tentación no desaparece enseguida, y el demonio podría atacar una y otra vez con gran tenacidad. Uno no debería desanimarse por esto. La insistencia del demonio es una de las mejores pruebas de que el alma no ha sucumbido a la tentación. El alma debería resistir sus ataques tan frecuentemente como sea necesario, pero siempre con gran serenidad y paz interior, teniendo cuidado de evitar cualquier tipo de nervios o disturbio.

Después de la tentación

Siempre es aconsejable manifestar estas cosas al director espiritual de uno, especialmente si es cuestión de tentaciones muy tenaces o los que han ocurrido repetidas veces. El Señor suele recompensar este acto de humildad y sencillez con nuevas y poderosas ayudas. Por esa razón, deberíamos tener la valentía de manifestar nuestra conciencia sinceramente y honestamente, sobre todo cuando nos sentimos inclinados a permanecer en silencio sobre estas cuestiones. Uno no debería de olvidar nunca la enseñanza de los maestros de la vida interior: «Una tentación declarada ya está medio conquistada».

Cuando termina la tentación, una de tres cosas ocurre: el alma ha sido victoriosa, ha cedido a la tentación, o permanece en un estado de duda. Si el alma ha conquistado y está seguro de ello, lo ha hecho sólo con la ayuda de la gracia de Dios. Por eso debería dar gracias y pedir la continuación de la ayuda divina en otras ocasiones. Esto se podría decir con gran brevedad y sencillez, como en la siguiente oración breve: «Gracias Os sean dadas, Oh Dios; Os lo debo todo; continuad a ayudarme en todas las ocasiones peligrosas y tened misericordia de mí».

Si el alma ha caído y no lo duda, no debería de desanimarse. Debería recordar la infinita misericordia de Dios y la lección del hijo pródigo, y entonces lanzarse con toda humildad y arrepentimiento a los brazos del Padre, pidiéndole perdón y prometiendo con Su ayuda nunca pecar más. Si la caída ha sido grave, el alma no debería de contentarse con un simple acto de contrición, sino que debería acercarse al Sacramento de la Reconciliación y usar esta triste experiencia de pecado para redoblar su vigilancia e intensificar su fervor para no pecar nunca más.

Si el alma permanece en duda sobre si ha dado o no su consentimiento, no debería examinar su conciencia detalladamente y con escrupulosidad, ya que esto podría posiblemente provocar la tentación de nuevo y hasta aumentar el peligro de caer. A veces es mejor dejar que pase cierto período de tiempo hasta que el alma se vuelva más tranquila, y entonces examinar la conciencia de uno cuidadosamente para ver si el pecado ha sido o no ha sido cometido. En cualquier caso, es bueno hacer un acto de contrición y darle a conocer al confesor en el debido momento la tentación que se ha encontrado, reconociendo la culpabilidad de uno tal y como aparece ante la vista de Dios.

Cuando San Antonio Abad fue tentado en el desierto, venció al diablo con la fe, la oración, el ayuno y la señal de la cruz. El diablo puede parecer poderoso, pero los santos demuestran una y otra vez que no lo es y que no es rival para quienes ponen su confianza en Dios.


Capítulo III del Libro «La teología de la perfección cristiana»

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