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La Virgen de Fátima y la visión del infierno

Las almas de los pastorcitos no se quedaron traumatizadas con la visión del Infierno, sino que se llenaron de una lucidez sobrenatural, de fervor en la oración y de caridad apostólica por la conversión de los pobres pecadores. No los trastornó tanto el horror de la visión como la tristeza de la Virgen María y el destino de los condenados al infierno.
La Virgen de Fátima y la visión del infierno

Por Padre Bertrand Labouche

Por primera vez en la historia de sus apariciones, Nuestra Señora mostró el infierno a los tres niños el día 13 de julio de 1917. La Santísima Virgen vino expresamente y uso este medio para impedir que otros hijos suyos cayeran en el abismo del fuego eterno y la desesperación. Una visión que debe llevarnos a nosotros, como a los pastorcitos, al camino de la penitencia y la oración.

«Recuerda tus postrimerías y nunca pecarás» (Ecli. 7, 40). El recuerdo de la muerte, el juicio y el infierno o la gloria que puede esperarnos, ciertamente ha sido siempre saludable para alejarnos del pecado, como ayuda a nuestra fragilidad, cuando flaqueamos por no tener la perfección del amor a Dios que tuvieron los santos. Estos, sin embargo, nunca quitaron estas verdades eternas de delante de sus ojos para no caer en la presunción. La tercera aparición de la Virgen de Fátima, el 13 de julio de 1917, nos recuerda esta realidad.

En Fátima, Nuestra Señora recordó a los hombres sus postrimerías:

El Cielo: «Soy del Cielo (…) Iras al Cielo y Jacinta y Francisco también» (13 de Mayo). «Cuando recéis el Rosario, diréis después de cada misterio: ¡Oh Jesús (…) lleva todas las almas al Cielo!» (13 de Julio).
El purgatorio: «Amelia estará en el purgatorio hasta el fin del mundo» (13 de Mayo).
El infierno: La Santísima Virgen, con un rostro triste, pidió cinco veces a los pastorcitos oraciones y sacrificios por la conversión de los pecadores:«Después de cada misterio, diréis: ¡Oh Jesús, (…) líbranos del fuego del infierno!» (13 de Julio). 

Más aún, por primera vez en la historia de sus apariciones, Nuestra Señora mostró el infierno a los tres niños. Fue el día 13 de julio de 1917, después de haber dicho estas palabras:
«Sacrificaos por los pecadores, y decid muchas veces, en especial cuando hicierais algún sacrificio: Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en desagravio por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María». 

Al decir estas últimas palabras, escribe Sor Lucía en sus Memorias: «Abrió de nuevo las manos como en los meses pasados. El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o broceadas, con forma humana que fluctuaban en el incendio, llevadas de las llamas que de ellas misma salían, juntamente con nubes de humo cayendo por todos los lados, semejantes al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debe haber sido a la vista de esto cuando di aquel “ay”, que dicen haberme oído). Los demonios distinguíanse por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa. 

Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora, que nos dijo entre bondadosa y triste: “Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”». 

Mar de fuego, formas horribles de los demonios, gritos de desesperación: Lo que vieron los pastorcitos corresponde perfectamente con las penas físicas y morales que sufren para siempre los que murieron en estado de pecado mortal.

Ciertamente, esta visión es para nuestra época una gran gracia; pues en el espíritu del «hombre moderno», la idea de poder ser condenado a un fuego eterno ha desaparecido progresivamente. Incluso se burla de eso. ¿Y cual fue el instrumento principal de esta terrible anestesia? El silencio de los predicadores. ¿Cuántos gritan: «¡Fuego!», «¡Fuego eterno!»? San Alfonso, doctor de la Iglesia, decía que se consideraría culpable de un pecado mortal si no hubiese predicado sobre el infierno por lo menos una vez al año.

Añadamos, como «co-instrumento», la generación de los que no transmitieron a sus hijos las convicciones que habían recibido en la misma edad.

Miles de almas se levantarán el día del juicio final: Ustedes, que lo sabían, ¿por qué no nos avisaron? ¿Por qué nos tranquilizaron? Ustedes, que sabían en qué estado estábamos, ¿por qué no se preocuparon por nuestra conversión? ¿Por qué, por lo menos, no rezaron por nosotros?.

La Santísima Virgen vino expresamente y uso este medio para impedir que otros hijos suyos cayeran en el abismo eterno del fuego y la desesperación.

La mejor de las Madres ha avisado a sus hijos. De hecho, la evocación de esta visión del infierno ha producido ya muchas veces efectos saludables en las almas, sobre todo con el apoyo de la oración y de la penitencia. Todavía produce y seguirá produciendo estos efectos. La Santísima Virgen vino expresamente y uso este medio para impedir que otros hijos suyos cayeran en el abismo eterno del fuego y la desesperación.

Hay personas que se extrañan de que Nuestra Señora haya revelado a unos niños un espectáculo tan espantoso y asqueroso. En general, para no decir casi siempre, ¡estas personas necesitaban escuchar este relato para empezar a entender después, que ellas mismas debían convertirse! Y comprenden entonces la pedagogía de Nuestra Señora, ejemplo de las madres: Las almas de los pastorcitos no se quedaron traumatizadas, «estresadas», sino llenas de una lucidez sobrenatural, de fervor en la oración y de caridad apostólica por la conversión de los pobres pecadores. No los trastornó tanto el horror de la visión como la tristeza de la Virgen María y el destino de los condenados al infierno. Una enfermedad con llagas repulsivas provoca en el buen médico, no un invencible asco, sino el deseo de hacer todo para curarla. Del mismo modo, estos santos niños harán todo lo posible para que se salven las almas en peligro de condenarse.

La contemplación del Inmaculado Corazón de María y la visión del infierno fueron las causas de la santificación de Jacinta. «Ella decía con frecuencia: ¡Oh infierno! ¡Oh infierno! ¡Qué pena tengo de las almas que van para el infierno! ¡Y las personas que, estando allí vivas, arden como la leña en el fuego! ¡Tanta gente que va al infierno! ¡Tanta gente en el infierno!» (Memorias de Sor Lucia).

Y la pastorcita advertía a los padres: «¡No dejen cometer pecados a sus hijos, que pueden ir a parar al infierno”! Si eran personas mayores: “Díganles que no hagan eso, que ofenden a Dios Nuestro Señor, ¡y después pueden condenarse”!» (Memorias de Sor Lucia).

La visión del lugar que ocuparía en el infierno fue también la que impulsó a Santa Teresa de Ávila en el camino de la santidad: «Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles».

En el mes siguiente, el día 19 de agosto, Nuestra Señora pronunció un pequeño “pues” que nos debe hacer pensar: «Rezad, rezad mucho, y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno por no tener quién se sacrifique y pida por ellas». 

Hay una relación de causa a efecto entre el celo de un cristiano y la salvación de otra alma, o entre la falta de generosidad de un cristiano y la condenación de esta alma.

image 45 - La Virgen de Fátima y la visión del infierno

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MEDITACIÓN SOBRE EL INFIERNO Y LA ETERNIDAD

Un día llegamos con nuestras ovejas al lugar escogido para pastar, Jacinta se sentó pensativa en una piedra.
– Jacinta ven a jugar
– Hoy no quiero jugar
– ¿Por qué no quieres jugar?
– Porque estoy pensando así: aquella Señora nos dijo que rezásemos el Rosario e hiciésemos sacrificios por la conversión de los pecadores. Ahora cuando recemos el Rosario tenemos que rezar las avemarías completas y el Padrenuestro entero. ¿Y que sacrificios podemos hacer?
Francisco pensó enseguida en un buen sacrificio:
– Vamos a darle nuestra comida a las ovejas y así haremos el sacrifico de no comer.
En poco tiempo, habíamos repartido nuestro fiambre entre el rebaño. Y así pasamos un día de ayuno más riguroso que el de los austeros cartujos. Jacinta seguía pensativa, sentada en su piedra y preguntó:
– Aquella Señora también dijo que iban muchas almas al infierno. ¿Pero que es el infierno?
– Es una cueva de bichos y una hoguera muy grande (así me lo explicaba mi madre) y allá van los que cometen pecados y no se confiesan y permanecen allí siempre ardiendo.
– Y ¿nunca más salen de allí?
– No
– ¿Ni después de muchos años?
– No, el infierno nunca se termina.
– Y ¿el Cielo tampoco acaba?
– Quien va al Cielo nunca mas sale de ahí
– Y ¿Y el que va al infierno tampoco?
– ¿No ves que son eternos, que nunca se acaban?

Hicimos por primera vez en aquella ocasión, la meditación del infierno y de la eternidad. Tanto impresionó a Jacinta la eternidad que a veces jugando preguntaba:
– Pero, oye ¿después de muchos, muchos años, el infierno no se acaba?
Y otras veces:
– ¿Y los que allí están, en el infierno ardiendo, nunca se mueren? ¿Y no se convierten en ceniza? ¿Y si la gente reza mucho por los pecadores, el Señor los libra de ir allí? ¿Y con los sacrificios también? ¡Pobrecitos! Tenemos que rezar y hacer muchos sacrificios por ellos.
Después añadía
– ¡Que buena es aquella señora. Ya nos prometió llevarnos al Cielo!

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