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La mártir que aún no tenía la edad para ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria

La patrona de las jóvenes, de la pureza, de las novias y de las prometidas en matrimonio, tiene mucho que enseñarnos. A tan corta edad supo demostró un alto nivel de madures y un amor sublime a nuestro Señor Jesucristo. En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio.
La mártir que no tenía aún edad de ser condenada

Meditación del tratado de San Ambrosio sobre las vírgenes: «No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria»

Cada 21 de enero la Iglesia celebra el nacimiento para el cielo de una virgen, de quien debemos imitar su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de Santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita.

¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada donde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pinchan con una aguja, se poner a llorar como si se tratara de una herida.

¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria

Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla; al ser arrastrada por la fuerza al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo sus manos, y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con esta posición el estandarte triunfal de la victoria del Señor; intentaban aherrojar su cuello y sus manos con grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños para quedar encerrados en ellos.

¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; la lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que parecía imposible por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada. Una recién casada no iría al tálamo nupcial con la alegría con que iba esta doncella al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo, coronada no de flores, sino de virtudes.

Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que, con tanta generosidad, entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera ya testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales.

El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo: «Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que no quiero».

Santa Inés es una de las más célebres vírgenes y mártires de las persecuciones romanas. Su alabanza resonó por toda la Iglesia y se hicieron eco de su virginidad y su martirio los Santos Padres y los escritores eclesiásticos. Su elogio en el Martirologio Romano es éste:

«En Roma, el triunfo de Santa Inés, virgen y mártir, la cual, por orden del prefecto Sinfronio, fue echada al fuego, que se apagó por la oración de la santa, y fue pasada a cuchillo. De ella escribe San Jerónimo estas palabras: En los escritos y lenguas de todo el mundo, especialmente en las iglesias, es alabada la vida de Inés, porque venció a la tierna edad y al tirano, y consagró con el martirio el título de la castidad.»

Los elogios a la santa siempre subrayan la doble corona con la que fue coronada: la de la virginidad, que de ningún modo quiso perder, y la del martirio, pues dio la vida a causa de su fe cristiana: la castidad virginal y la fortaleza de la fe. San Ambrosio y San Agustín se expresan de manera similar sobre esta Santa diciendo:  «Con María Santísima y Santa Tecla, se invoca a Santa Inés para obtener la virtud de la pureza».

Virtudes de que Santa Inés nos da ejemplo.

¿Cuáles son las virtudes de que Santa Inés es perfecto modelo, especialmente para las niñas y las jóvenes? Tres particularmente: la vida santa, la pureza y la fortaleza.

La vida santa. Fue Inés un modelo de alma santa. Su santidad de vida se vio asegurada por la educación cristiana recibida de los padres, por las buenas compañías de que supo rodearse, por la oración continua y la huida de la vida mundana. De todo ello nació en su alma un deseo profundo de consagrarse total y exclusivamente a Nuestro Señor Jesucristo. Y como en ese tiempo no existía aún la vida religiosa tal como hoy la conocemos, Inés hizo el voto de castidad, prometiendo a Nuestro Señor no amar a nadie fuera de Él. ¡Gran triunfo de la gracia en una joven aún tan niña!

La pureza. ¡Cuántas ocasiones tuvo que enfrentar Inés para guardar intacta esta bella virtud! Primero, no se envaneció de su belleza, como suelen hacer tan fácilmente las jóvenes, ni se empeñó en exponerla provocativamente, ni coquetamente, como hacen tantas chicas de hoy, perdiendo así su pudor por querer mostrarse bonitas. Luego, confió esta bella virtud a su ángel, segura de que Dios le daría los medios para conservarla. Dios así lo hizo, de modo que ni cuando fue despojada de sus vestidos, ni cuando fue llevada a un lugar de mala vida, temió Inés por su pureza, porque sabía que Dios velaba por protegérsela. ¡Cómo nos debe estimular este ejemplo a amar siempre la virtud de la pureza, y a hacer los esfuerzos necesarios para conservarla!

La fortaleza. ¡Qué gran victoria la de la gracia en esta niña, que a sus trece años no sólo no temió las amenazas y los tormentos a que se la expuso, sino que tampoco dudó en morir antes que perder a Nuestro Señor Jesucristo! Mas lo mismo que la gracia de Dios consiguió en ella, podrá conseguirlo en nosotros si de veras queremos agradar a Dios y vivir virtuosamente, ayudándonos a superar todas las tentaciones, a ser fuertes y decididos en nuestra profesión de cristianos, y a vencer todos los respetos humanos.

Pidamos a Santa Inés la gracia de ser fuertes como ella en la práctica de la pureza y de una vida santa, para que alcancemos, a imitación suya, el galardón prometido por Dios a los que luchan por conservar su gracia.

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