Las tentaciones de Jesús
(Lucas 4, 1-13) «En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio»
(Lucas 4, 1-13) «En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio»
(Marcos 1, 12-15) «El tiempo se ha cumplido, y se ha acercado el reino de Dios. Arrepentíos y creed en el Evangelio»
La estrategia fundamental para evitar la tentación fue sugerida por Nuestro Señor cuando dijo a los discípulos en Getsemaní: «Velad y orad para que no accedáis a la tentación» (Mt. 26, 41).
Por supuesto, no podemos luchar contra el pecado sin tener la mirada puesta en Cristo. Su sangre derramada por nosotros es la mayor motivación a vivir en santidad, y el mayor consuelo cuando hemos fallado en eso.
Que padezcan los malos, dirá alguno, es justo; ¿pero los buenos? Los buenos nacen culpables; con las cruces se purifican más y más y aumentan el número de sus coronas; sin las cruces se volverían malos, y no hallaríamos ya conformidad entre ellos y Jesucristo; los buenos sufren para obtener la conversión de los malos y para expiar sus pecados.
Cristo quiso ser tentado para darnos ejemplo y enseñarnos de qué manera hemos de vencer las tentaciones del demonio. Él salió victorioso en su sacratísima humanidad como signo perenne de que nosotros con su auxilio podemos también obtener la victoria sobre nuestros enemigos.