Nuestra Señora del Santísimo Rosario
(Lucas 1, 26-38) «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho»
(Lucas 1, 26-38) «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho»
Históricamente, los laicos han participado en el Oficio Divino. Sin embargo, apariciones marianas como las de Fátima resaltan la importancia del Rosario, conocido como “el salterio del hombre pobre.” Este adquiere preeminencia para los laicos, sin excluir la valiosa participación de quienes puedan rezar el Oficio Divino.
El Santo Rosario es la oración de los pobres y sencillos. Es una oración de muchedumbres y de soledad, es una oración asequible a todos, es una oración sencilla, y entona el alma cada vez que se reza. Sirve para mantener el corazón atento al Señor, sirve para una oración comunitaria, para la meditación, para la oración contemplativa. Tiene un carácter contemplativo, repetitivo, y que da paz al alma.
La Santísima Virgen María dio el Santo Rosario a Santo Domingo de Guzmán para convertir a los herejes albigenses y a todos los pecadores. Le dijo que propagara esta devoción y la utilizara como arma poderosa en contra de los enemigos de la Fe.
El objetivo del Rosario es elevar nuestras almas a Dios a través de la contemplación de los más grandes misterios de la fe. Cuando se considera así el Rosario a la luz de su contenido eterno e infinito, no es de extrañarnos que los Santos lo hayan alabado tan profusamente, asegurándonos Sor Lucía de Fátima que, después del Santo Sacrificio de la Misa, la oración más agradable para Dios es el «Salterio de la Virgen».
Cuenta San Luis María Grignion de Montfort, en su libro «El Secreto Admirable del Santísimo Rosario», que en una ocasión estaba Santo Domingo de Guzmán predicando el Rosario y le llevaron un hereje albigense poseso por demonios, a quien exorcizó en presencia de una gran muchedumbre. Este milagro fue causa de la conversión de gran número de herejes.
La vidente de Fátima nos da tantas razones claras del por qué la devoción al Inmaculado Corazón de María es esencial.
Sin duda en los tiempos modernos, fue San Juan Pablo II quien promovió de manera intensa el rezo del Santo Rosario, por sobre todo en la Familia.