Como católicos, tenemos la bendición de compartir una herencia de oración rica y vibrante, acumulada literalmente a través de miles de años. Con el tiempo, muchas de estas oraciones que en algún momento constituyeron pilares de nuestra fe han sido tristemente descuidadas o simplemente no enseñadas – y por ende no pronunciadas- tan frecuentemente como antes
Quien reza con devoción esta oración después la Santa Comunión adquiere Indulgencia Parcial. Así consta en el Manual de Indulgencia «Enchiridion indulgentiarum» de la Penitenciaría Apostólica: «Se concede indulgencia parcial al fiel cristiano que pronuncie cualquier fórmula piadosa legítimamente aprobada: en la acción de gracias después de la comunión (por ejemplo, Alma de Cristo, Oh mi amado y buen Jesús)».
El origen exacto de esta oración no se conoce, se cree que pudo ser compuesta en el siglo XIV o antes, pero su contenido nos recuerda la Pasión de Jesucristo, y busca una mayor unión con la divinidad del Hijo de Dios desde su presencia real en la Eucaristía, de ahí que sea costumbre rezarla tras recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
La oración
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús, óyeme!
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de ti.
Del enemigo maligno, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame
y mándame ir a ti,
para que con tus santos te alabe,
por los siglos de los siglos. Amén.
En latín
Anima Christi, sanctifica me.
Corpus Christi, salva me.
Sanguis Christi, inebria me.
Aqua lateris Christi, lava me.
Passio Christi, conforta me.
O bone Iesu, exaudi me.
Intra tua vulnera absconde me.
Ne permittas me separari a te.
Ab hoste maligno defende me.
In hora mortis meae voca me.
Et iube me venire ad te,
ut cum Sanctis tuis laudem te,
in saecula saeculorum. Amen.
En su blog Espada de Doble filo, Bruno M, señala que la oración «Alma de Cristo: Es una oración que todo el mundo debería rezar y meditar a menudo» y a continuación nos explica porqué.
Pocas oraciones hay tan bonitas como el Anima Christi o Alma de Cristo. San Ignacio de Loyola la incluyó en los Ejercicios Espirituales y por eso muchos piensan que es el autor de la misma, aunque en realidad su origen es medieval. El papa Juan XXII concedió numerosas indulgencias a todo aquel que la rezara, lo cual ha hecho también que algunos le consideren el autor. Lo cierto es que no importa quién la haya inventado, porque nos ha sido entregada por la Tradición de la Iglesia, como un precioso tesoro.
Esta oración resulta incomprensible y un tanto escandalosa a los oídos modernos. Y no es extraño, porque es un recuerdo inequívoco de que nuestra fe no consiste en ideas, valores, principios, formas de actuar, buenas obras o filosofías, sino que es ante todo fe en Alguien.
El Anima Christi nos ayuda a detenernos en la contemplación del más hermoso de los hombres y así re-centrar nuestra existencia. Todo lo que va mal en nuestra vida proviene de haber colocado en su centro a mil y un ídolos, que nos esclavizan, porque estamos hechos para que nuestro centro sea Jesucristo y no podemos ser felices si no lo es. El combate diario del cristiano consiste, simplemente, en luchar por arrancar del corazón los mil y un ídolos a los que nos apegamos y volver a colocarlo en Dios.
Otra razón por la que la oración resulta escandalosa es porque constituye una muestra de fe en la Encarnación. Desde que existe el cristianismo, los hombres han intentado aguar la fe cristiana en la Encarnación, haciéndola más fácil de aceptar, convirtiéndola en una metáfora, en algo abstracto, en una forma de hablar… cualquier cosa menos el terrible y maravilloso Misterio que es. La gran mayoría de las herejías que han existido, desde el arrianismo hasta el mismo Islam, provienen del escándalo ante la idea de que Dios pueda haberse hecho hombre de verdad.
El Anima Christi, en cambio, no se limita a aceptar intelectualmente la naturaleza verdaderamente humana y verdaderamente divina de Cristo, como tantas veces hacemos nosotros, sino que se detiene a contemplarla, se recrea en ella, disfruta de ella y la convierte en alimento para la vida espiritual. La humanidad de Cristo, con su cuerpo, su sangre y su alma, es nuestra Salvación. Su Pasión nos conforta, porque si con Él sufrimos, reinaremos con Él. Innumerables místicos nos recuerdan que nuestro refugio está en las llagas de Cristo, sus heridas nos han curado.
Es una oración muy apropiada para después de comulgar o para rezarla ante el Santísimo, ya que tiene una fuerte dimensión eucarística. El Cuerpo y la Sangre de Cristo nos salvaron y nos siguen salvando, recibidos auténticamente de forma sacramental. Como decía San Juan Crisóstomo, igual que sucedió en la salida de Egipto, el ángel exterminador ve la Sangre del Cordero en la boca de los cristianos y pasa de largo sin tocarlos.
El final de la oración es especialmente conmovedor. Quien la reza se muestra como un niño ante Cristo, consciente de que sin Él no puede nada. Nuestra esperanza como cristianos es que Él, en la hora de nuestra muerte, nos llame y nos mande acercarnos, para que podamos alabarlo y bendecirlo por siempre.
Tomado de Gaudium Press y Bruno Moreno