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Es necesario formar el carácter de los jóvenes

En la primavera de la vida, todo joven se pregunta: «Vida ¿Qué me darás? ¿Qué es lo que me espera?» Y la vida le devuelve la pregunta, como la tierra al campesino: «Depende de lo que tú me des. Recibirás tanto cuanto trabajes, y cosecharás conforme hayas sembrado».
Es necesario formar el carácter de los jóvenes


Por Mons Tihamer Tóth 

Es necesario educar a los hijos para que su carácter sea integro, para que sus principios de vida sean firmes y justos, y para que su voluntad no se detenga ante las dificultades.

Historia introductoria: Régulo en Cartago

Cartago envió una embajada a Roma para pedir la paz. Se confió la legación al romano Régulo, que estaba preso, y se le exigió el juramento de volver a la cautividad si la misión no alcanzaba éxito. Puedes imaginarte la emoción de su alma al ver de nuevo a su amada Roma. Y habría podido quedarse allí, en su patria, definitivamente, caso de conseguir la paz.

¿Sabes qué hizo?

Fue él precisamente quién abogó con más ardor por la continuación de la guerra; y cuando el senado le alentaba a quedarse, dando por motivo que el juramento arrancado a viva fuerza no obliga, contestó: «¿Tan empeñados estáis en que me degrade? Bien sé que me esperan torturas y muerte al volver. Pero, ¡qué cosa más baladí es todo esto en parangón con la vergüenza de una acción infame, con las heridas de un alma culpable! Quiero conservar en su pureza el carácter romano, aun siendo prisionero de los cartagineses. He jurado volver. Cumpliré mi deber.»

Volvió a Cartago y los cartagineses, en medio de grandes tormentos, le dieron muerte.
Así era el recio carácter romano.

Pero, ¿qué es el carácter? El carácter no es un apellido de alta alcurnia que se hereda sin trabajo. El carácter el resultado de la lucha ardua, de la autoeducación, de la abnegación.

En la primavera de la vida, todo joven se pregunta: «Vida ¿Qué me darás? ¿Qué es lo que me espera?» Y la vida le devuelve la pregunta, como la tierra al campesino: «Depende de lo que tú me des. Recibirás tanto cuanto trabajes, y cosecharás conforme hayas sembrado».

Hoy día, la falta aterradora de voluntad y de coherencia es el origen de muchos vicios, de los desordenes más trágicos de la humanidad.

Tal vez no comprendas ahora del completo lo que significa la palabra «carácter». Piensa para empezar, que la escuela actual tiene un gran defecto porque pone mucho empeño en formar la inteligencia de los jóvenes y olvida demasiado la formación del carácter, es decir, forjar la voluntad y la coherencia del joven. De ahí la triste realidad de que en la sociedad abunden más las cabezas instruidas que las voluntades de acero, que haya más ciencia que carácter.

Hoy día, la falta aterradora de voluntad y de coherencia es el origen de muchos vicios, de los desordenes más trágicos de la humanidad. Hoy, el no tener carácter pasa, en el sentir de muchos, como virtud de prudente adaptación a las circunstancias, y la falta de coherencia con los propios principios se denomina «astucia», y el perseguir el interés individual se llama interés por el bien común. Por eso se prima tanto la comodidad y el goce sobre la honradez.

Y es que el carácter no es un «premio gordo» que se pueda conseguir sin méritos y sin trabajo, sino el resultado de una lucha ardua, forjada a base de autoeducación, de abnegación, de una batalla espiritual sostenida con firmeza. Y esta batalla ha de librarla cada uno por sí solo. Nadie lo hará por ti. !Anímate! El día en que ganes esta batalla, entonces se te escapará un grito de entusiasmo, como el que se le escapó a Haydin, el gran compositor, cuando oyó su obra titulada Creación: «Dios mío y ¿soy yo el autor de esta obra?».

No se puede pedir que todos los hombres sean ricos; ni que todos sean sabios; tampoco que todos sean célebres; pero sí, de todos podemos exigir, que tengan carácter.

En esta obra, «El joven de Carácter», Mons Tihamer Tóth, quiere formar «jóvenes de carácter», jóvenes que piensen de esta manera: «Una responsabilidad inmensa pesa sobre mí. Mi vida tiene un objetivo que cumplir. En mi alma está en proyecto mi porvenir en esta vida terrena y en la eterna; he de procurar de llevar a término este proyecto de Dios para ser feliz aquí abajo y poder gozar con Él para siempre en el cielo.»

No se puede pedir que todos los hombres sean ricos; ni que todos sean sabios; tampoco que todos sean célebres; pero sí, de todos podemos exigir, que tengan carácter.

Por este motivo, se debe educar a los jóvenes cuyo carácter sea integro, cuyos principios de vida sean firmes y justos, cuya voluntad no se detenga ante las dificultades; jóvenes cuya alma y cuyo cuerpo sean fuertes como el acero, rectos como la verdad y sinceros y claros como la luz del sol.

Tener carácter no es fácil. Requiere esfuerzo, pero sólo así se llega a una vida digna del hombre. El valor real de un hombre no depende de la fuerza del entendimiento sino de su voluntad. Quien esté desprovisto de está poco hará de provecho, a pesar de que posea grandes dotes individuales. Y los ejemplos abundan, es lamentable comprobar la existencia de personas muy inteligentes pero sin carácter.

Verás por propia experiencia que el camino del carácter no es un camino llano. Al andarlo, sentirás muchas veces qué voluntad más robusta se requiere para guerrear de continuo contra tus propias faltas, pequeñas y grandes, y para no hacer paces nunca con ellas.

 

¿Qué es el carácter?

¿Qué pensamos cuando decimos de alguien que es un joven de carácter? Con la palabra carácter entendemos la adaptación de la voluntad del hombre en una dirección justa; y joven de carácter es aquel que tiene principios nobles y permanece firme en ellos, aun cuando esta perseverancia fiel le exija sacrificios.

En cambio, es de carácter inestable, de poca garantía, débil o en último término, hombre sin carácter quien, contra la voz de la propia conciencia, cambia sus principios según las circunstancias, según los amigos, etc., y hace traición a sus ideales desde el momento en que por ellos tenga que sufrir lo más mínimo.

Con esto ya puedes ir vislumbrando en qué consiste la educación del carácter. Primero tendrás que adquirir ideales y principios; después, tendrás que acostumbrarte a su ejercicio continuo, a obrar según tus nobles ideales en cualquier circunstancia de la vida. La vida del hombre sin principios sólidos está toda ella expuesta a continuas sacudidas y es como la caña azotada por la tempestad. Hoy obra de un modo, mañana se deja llevar por otro parecer. Antes de todo, pues, pongamos principios firmes en nuestro interior; después, adquiramos la fuerza requerida para seguir siempre lo que consideramos justo y recto.

¿Cuál es, por ejemplo, uno de principios en el estudio? «He de estudiar con diligencia constante, porque he de desarrollar, según la voluntad de Dios, las dotes que me fueron dadas?» ¿Cuál es el principio justo respecto a mis compañeros? «Lo que deseo que me hagan a mí he de hacerlo yo también a los otros.» Y así sucesivamente. En todo has de tener principios rectos y justos.

El segundo deber, ya más difícil, es seguir estos principios justos; es decir, forjar tu carácter. Y éste, cómo hemos dicho no se da gratis, sino que hemos de alcanzarlo mediante una lucha tenaz, de años y decenas de años. El ambiente, cualidades heredadas, buenas o malas, pueden ejercer influencia sobre tu carácter; pero, en resumidas cuentas, el carácter será obra personal tuya, el resultado de tu trabajo formativo.

Un modo de obrar siempre consecuente con los principios firmes que se tienen. Implica, por tanto, constancia de la voluntad para alcanzar el ideal reconocido como verdadero

¿Sabes en qué consiste la educación? En inclinar la voluntad del hombre de suerte que en cualquier circunstancia se decida a seguir sin titubeos y con alegría el bien.

¿Sabes que es el carácter? Un modo de obrar siempre consecuente con los principios firmes que se tienen. Implica, por tanto, constancia de la voluntad para alcanzar el ideal reconocido como verdadero; es decir, perseverancia en plasmar ese noble concepto de la vida.

Lo que resulta difícil no es tanto formular estos rectos principios firmes para la vida, lo cual se consigue con relativa facilidad, sino el persistir en ellos a través de todos los obstáculos. «Es uno de mis principios y me mantengo en él, cueste lo que cueste.» Y como esa firmeza exige tantos sacrificios, por eso hay tan pocos hombres de carácter entre nosotros.

No ser veleta, no empezar a cada momento algo nuevo; fijarse el objetivo y perseguirlo hasta el fin. Guardar siempre fidelidad a los propios principios, perseverar siempre en la verdad… ¿Quién no se entusiasma con tales pensamientos? ¡Si no costase tanto llevarlo a la práctica! ¡Si no se esfumasen con tanta facilidad bajo la influencia contraria de los amigos, de la moda, del ambiente y de mi propio «yo», egoísta y comodón!

Jóvenes magnánimos

Al pronunciar la palabra «magnánimo» no habéis de pensar en los héroes de alguna célebre hazaña, cuyos nombres resuenan en el mundo entero y se ven estampados en los diarios. La mayoría de los hombres no tendrán ocasión ni una vez en su vida de realizar una sola gesta heroica. Por lo mismo, aunque los muchachos muestren ardoroso entusiasmo contando todo lo que harían en una expedición al Polo Sur, cómo morirían de muy buena gana por su religión, cómo quisieran ofrecer su vida entre salvajes por Jesucristo o con qué denuedo estarían dispuestos a derramar su sangre en cualquier momento por el bien de la Patria…, por muy
hermoso que tal entusiasmo sea, mientras no pase de ser un vago sueño, os diré que será de muy poco valor en la vida cotidiana. Porque es muy probable que los muchachos nunca tengan ocasión de hacer tamaños sacrificios.

Tu Religión y tu Patria te piden, esto sí, una vida saturada de continuos heroísmos.

Hay que aplicar, pues, esta fuerza interior del entusiasmo fogoso al velamen de los pequeños deberes de la vida cotidiana, y entonces podremos libar en él enormes energías. Quien desea ir en tranvía, inútil es que lleve billetes de cien pesetas; si no tiene cambio, el conductor le hará bajar, porque el tranvía no es un Banco de Cambio. De la misma manera hemos de cambiar los
grandes ideales del entusiasmo, del martirio y del amor a la Patria en monedas de cambio, para poder cumplir con constancia los mandamientos de Nuestra Religión y los deberes anejos al amor de la Patria,¡todos, hasta los más pequeños!

Hoy día es improbable la muerte de martirio por tu Fe, y quizá tampoco hayas de morir heroicamente por tu Patria. Pero tu Religión y tu Patria te piden, esto sí, una vida saturada de continuos heroísmos. Y esto es lo más difícil. El ejemplo de muchos desgraciados que ponen fin a su existencia muestra muy a las claras que muchas veces es preciso más valor para la vida que
para la muerte.

Durante la guerra, nuestros soldados fueron vacunados contra el cólera. ¿Sabes qué vi en el hospital militar en que prestaba mis servicios durante la guerra? Mozos fuertes, de gran musculatura, que no cedían bajo la lluvia más pertinaz de los proyectiles, pero ante la pequeña aguja de vacunar empezaban a temblar. Ahí verás que, con gran entusiasmo heroico, nada lograrás en la vida diaria. Hay hombres en quienes la valentía es más bien ligereza y fatuidad que virtud. Quizá no teman la misma muerte, pero temen horriblemente los sufrimientos que les esperan en la vida, y este miedo los hace perjuros pecadores.

Temblando mira el público en el circo los saltos verdaderamente mortales de los acróbatas; pero, ¿crees acaso que el que juega con tanta ligereza con su vida podrá vencer, por ejemplo, la
mentira si, a trueque de ella, puede librarse de cualquier cosa insignificante? Se necesita mucha menos valentía para bañarse a mediados de enero entre los trozos de hielo que flotan en un río
caudaloso que para perseverar firme en los puros principios morales en medio de una sociedad que de la vida no tiene sino un concepto ligero. ¡Es valentía decir siempre la verdad! ¡Es valentía ser honrado! ¡Es valentía perseverar inconmovibles en nuestros principios!, y esto es lo que hace el joven de carácter.

Extracto del Libro «El joven de carácter»

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