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Fe, la lección del Apóstol Santo Tomás

El episodio más famoso en el que aparece el Apóstol Santo Tomás en la Sagrada Escritura es el de su duda con relación a la Resurrección de Cristo, y su posterior confesión de fe cuando ve al Resucitado, exclamando profundamente: «¡Señor mío y Dios mío!». Ante tal escepticismo, Nuestro Señor le dice: «Tú crees porque me has visto. Bienaventurados los que creen sin haber visto».
Fe, la lección del Apóstol Santo Tomás

Por Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

En el Evangelio del Segundo Domingo de Pascua nos encontramos con una reflexión que nos une íntimamente con el Señor sobre nuestra «Fe».

¡Felices (bienaventurados) los que creen sin haber visto!

Dice el Señor: ¡Felices los que creen sin haber visto! La respuesta de Cristo a esta confesión de Santo Tomás acusa la diferencia, se diría un poco irónico, entre la fe de Tomás y la visión de Cristo Resucitado, para proclamar bienaventurados a los que creen sin ver. No es censura a los motivos fundados de la fe y la credibilidad, como tampoco lo es a los otros diez apóstoles, que ocho días antes le vieron y creyeron, pero que no planearon exigencias ni condiciones para su fe, ya que ellos no tuvieron la actitud de Tomás, que se negó a creer a los testigos para admitir la fe si él mismo no veía lo que no sería posible verlo a todos, ni por razón de la lejanía en el tiempo, ni por haber sido de los elegidos por Dios para ser testigos de su Resurrección, a este Jesús Dios le resucitó; «de lo cual todos nosotros somos testigos».  (Hechos (SBJ) 2, 32).

Este deseo de Nuestro Señor, es una bienaventuranza a los fieles ya por más de 20 siglos y a los de hoy, que ha aceptado y aceptan, por tradición ininterrumpida, la fe de los que fueron elegidos por Dios para ser testigos oficiales de su Resurrección y para transmitirla a los demás. También es lo que Cristo pidió en la Oración Sacerdotal: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí» (Juan (SBJ) 17, 20).

 La visión conduce a Santo Tomás a la fe

El apóstol Tomás ha visto la agonía de su Maestro y se niega a creer ahora en una realidad que no sea concreta, tangible, en cuanto al sufrimiento del que ha sido testigo. Luego Jesús complace la porfiada pretensión del discípulo, pues es necesario que el grupo de los apóstoles se muestre firme y fuerte en la fe para poder anunciar la Resurrección al mundo. Y precisamente a Tomás se le atribuye la confesión de fe más elevada y completa: «¡Señor mío y Dios mío!» y al decir el posesivo «mío» indica su plena adhesión de amor, más que de fe, a Jesús. La visión conduce a Tomás a la fe, pero el Señor declara, de manera abierta, para todos los tiempos: «¡Felices los que creen sin haber visto!», en otras palabras, podemos entender que son felices aquellos que crean por la palabra de los testigos, sin necesidad de ver. Estos experimentarán la gracia de una fe pura y desnuda que, sin embargo, es confirmada por el corazón y lo hace exultar con una alegría indescriptible y radiante; «A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas». (1 Pedro (SBJ) 1, 8-9).

La fe es simultáneamente una virtud teologal y una virtud personal

¿Qué es la fe?

¿Qué es la fe?, el Concilio Vaticano I, expresa esta definición; «Virtud sobrenatural por la que, con inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas, percibida por la luz natural de la razón, sino por la autoridad de Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos». Concilio Vaticano I: CD Dei Filius, de fide catholica, y el Concilio Vaticano II: Gaudium et Spes, analiza la situación del hombre de hoy y dice que «la fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas» (n.11).

Por otra parte, la fe es simultáneamente una virtud teologal y una virtud personal. Esto es, teologal porque tiene a Dios por objeto y viene de arriba, del Dios que se comunica a sí mismo, y toda persona creyente si tiene fe es porque en ella se ha producido como una nueva Pentecostés que le ha permitido ponerse en contacto con todo ese mundo divino predicado por Jesucristo. Y es personal porque exige la colaboración permanente de una decisión libre del hombre a quien Dios hace creyente; siendo pues una virtud, demanda la libre intervención y la puesta en práctica de la voluntad humana. Nada está más lejos de la fe que un sentimiento religioso, o una vaga aspiración religiosa de origen psicológico.

«Ahora crees, porque me has visto»

Y el dice el Señor a Tomás: “Acerca tu mano, métela en mi costado. En adelante, no seas incrédulo, sino hombre de fe». No dice explícitamente el relato si Tomás llegó a introducir el dedo en las llagas para cerciorarse, al contrario lo exceptúa al decirle Cristo: Ahora crees, porque me has visto. La evidencia de la presencia de Cristo había de deshacer la obstinación del apóstol,  y es así, como Tomás al oír la voz de Jesús, se abre para recibir el don de la fe, e, iluminado por el Espíritu, puede renunciar ahora a su exigencia de ver y tocar de manera sensible. Aferrado en lo íntimo por la voz del Maestro, se postra de inmediato en actitud de adoración y realiza una solemne proclamación de fe:«¡Señor mío y Dios mío!»

En efecto, Tomás, impulsado por su curiosidad, pudo haber metido su dedo en las llagas de Cristo, pudo haber examinado con sus dedos en los agujeros de las manos y los pies y con todo eso, pudo haber seguido sospechando e incrédulo. Entonces comprendemos, que las fe tanto del Apóstol Tomás como las de todo nosotros, no es otra cosa que la obra de Dios que va haciendo en nosotros, junto a nosotros, es obra de la gracia, es puro don y además es un obsequio gratuito. Fe es seguir incondicionalmente  a Cristo, pase lo que nos pase, Fe es aceptar que Cristo ha resucitado, y todo eso, no porque le hemos visto o le hemos palpado, sino porque al igual que el Apóstol Tomás, hemos oído atentamente su Palabra, y aparte de oírla, la aceptamos como Palabras de verdad y de Vida Eterna.

A Cristo se le debe experimentar en primera persona

También observamos que Tomás fue reprochado, no porque el ver para creer sea malo, sino por haber rechazado el testimonio de los otros apóstoles que vieron. Para creer hay que verlo directamente, como los apóstoles, o indirectamente, como nosotros, que nos apoyamos en el ver y en la predicación solemne y pública de los apóstoles.

Ciertamente ya sabemos que la fe es un don de Dios, pero tiene también sus bases humanas, como es el estudio y el testimonio de los testigos. No obstante, este relato nos enseña una lección de fe y, nos invita a no esperar signos visibles para creer. Pero también es comprensible que Tomás quisiera experimentar por si mismo, del mismo modo como nos gusta a nosotros experimentar por nosotros mismos, por que a Cristo se le debe experimentar en primera persona. Es cierto que la ayuda de los amigos como los consejos de nuestro director espiritual son validos, pero al final solo depende de nosotros mismos dar ese gran paso a la fe, y entregarnos con toda confianza a los brazos del Señor.  Es así como el Señor permite a Tomás esta experiencia, se aparece a los apóstoles e inmediatamente le habla, me imagino la emoción de Tomás al verle, tal vez entristecido por haber dudado, pero al mismo tiempo agradecido por este actitud de Cristo y, así, el hace ese hermoso reconocimiento a la divinidad de Jesús con esta hermosa oración de alabanza: “Señor mío y Dios mío.”

La falta de fe la debemos tratar con el Señor

Pero sin ánimo de justificar al Apóstol, reflexionemos que la falta de fe de Tomás fue en un momento de soledad y sin sus amigos, es decir no estaba junto a su comunidad. Con esto, también comprendemos que la fe se recoge desde la comunidad y se acrecienta y se desarrolla en comunidad: Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!», y Tomás, talvez quedó sorprendido y sin impulso para aceptar tan gran noticia.  Y «los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la Resurrección del Señor Jesús» (Hechos 4, 32), ellos con su testimonio, transmiten al mundo lo que han visto y acogido por fe.  Por cuanto, acoger de corazón y aceptar la palabra del Señor, que nos es  transferida día a día o domingo a domingo en cada Eucaristía, es puro regalo de Dios.

«En nuestra intima relación con Dios, en la oración de amistad con quien sabemos nos ama» (Teresa de Jesús), tanto el deterioro como la falta de fe la debemos tratar con el Señor, como cuando dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe»  (Lucas (SBJ) 17, 5). La fe, es un Don gratuito y sobrenatural, que Dios nos concede, nosotros podemos desearla, pero también debemos prepararnos para recibirla con oración, con gran sinceridad interior y mansedumbre a la voz de la propia conciencia.

Dice San Gregorio Magno para explicar lo que ocurrió con el Apóstol Tomás: «¿De verdad crees que fue por casualidad que este discípulo elegido estuvo ausente, luego vino y oyó, oyó y dudó, dudó y tocó, tocó y creyó? Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la Resurrección».

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