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El impacto del cristianismo en los primeros siglos

Los escritores paganos nos muestran la rápida diseminación del Cristianismo en los primeros años después de la Resurrección de Cristo. Se convirtieron indirectamente en testigos hostiles y dejan ver que los escritores Cristianos no exageraban su propia importancia sino que era un reflejo del fuego de la fe apostólica que encendía e iluminaba las tinieblas del mundo pagano.
El impacto del cristianismo en los primeros siglos

Los escritores paganos nos muestran la rápida diseminación del Cristianismo en los primeros años después de la Resurrección de Cristo. Se convirtieron indirectamente en testigos hostiles y dejan ver que los escritores Cristianos no exageraban su propia importancia sino que era un reflejo del fuego de la fe apostólica que encendía e iluminaba las tinieblas del mundo pagano. Los corazones iluminados de los primeros cristianos hicieron que el Evangelio se extendiera al mundo entero.

Por CarlosJBS
Tomado de Catolico.blog

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Tácito

Cornelio Tácito (55–120 d.C.) fue un historiador, senador, cónsul y gobernador del Imperio Romano. Escribió varias obras históricas, biográficas y etnográficas, entre las que destacan «Los Anales» y «Las Historias».

TESTIMONIO

En consecuencia, una detención se realizó en primer lugar a todo quien se declaró culpable, y luego, sobre a su información, una inmensa multitud fue condenada, no tanto por el delito de quemar la ciudad, como de odio contra la humanidad. Todo tipo de burlas fue añadida a sus muertes. Cubiertos con pieles de animales, que fueron destrozados por perros y perecieron, o fueron clavados en cruces, o condenados a las llamas y quemados, para servir como iluminación nocturna, cuando la luz del día había expirado. Nerón ofreció sus jardines para el espectáculo, y exhibía un espectáculo en el circo, mientras se mezclaba con la gente en el vestido de un auriga o permanecía de pie en un coche. Por lo tanto, incluso para los criminales que merecían castigo extremo y ejemplar, surgió un sentimiento de compasión, porque no lo era, al parecer, por el bien público, sino para saciar la crueldad de un hombre, que estaban siendo destruidos.

Tácito habla acerca de la inmensa multitud de Cristianos condenados y perseguidos por Nerón (64 d.C.). En otro artículo hablábamos como Nerón quiso culpar a los Cristianos del incendio que vivió Roma en ese año. Pero no es el único escritor Romano que habla del alcance del Cristianismo.

Plinio el joven

Cayo Plinio Cecilio Segundo (61–112 d.C.), mejor conocido como Plinio el Joven, Senador, Cónsul, Gobernador, abogado y escritor romano.

TESTIMONIO

Por eso, tras suspender las indagaciones, acudo a ti en busca de consejo. El asunto me ha parecido digno de consultar, sobre todo por el número de denunciados: Son, muchos, de hecho de toda edad, de toda clase social, de ambos sexos, los que están o estarán en peligro. Y no es sólo en las ciudades, también en las aldeas y en los campos donde se ha difundido el contagio de esta superstición. Por eso me parece necesario contenerla y hacerla acallar. Me consta, de hecho, que los templos, que habían quedado casi desiertos, comienzan de nuevo a ser frecuentados, y que las ceremonias rituales que hace tiempo habían sido interrumpidas, se retoman, y que se vende en todas partes la carne de las víctimas que hasta la fecha tenían escasos compradores. De donde puede deducir que gran cantidad de hombres podría enmendarse si se aceptase su arrepentimiento.

Aquí Plinio se encuentra con un problema enorme mientras gobernaba Bitinia. Por un lado la enorme cantidad de Cristianos que encuentra, de todas las edades, de ambos sexos y que están no solo en las ciudades sino en las aldeas y los campos.

Plinio también habla que la persecución tiene sus frutos ya que los templos y ceremonias paganas (anteriormente desiertas) vuelven ser frecuentados. El problema que supone la gran cantidad de conversiones Cristianas en mundo pagano se ve reflejado también en su economía. Los templos donde se ofrecían sacrificios necesitaban de carne para sacrificar y eso generaba una actividad económica que el Cristianismo ponía en peligro. Un acontecimiento similar se ve en los Hechos de los Apóstoles.

HECHOS 19:

Se produjo en aquella ocasión un alboroto no pequeño contra el Camino (Los Cristianos), pues cierto platero llamado Demetrio, que fabricaba reproducciones en plata del templo de Artemisa y proporcionaba a los orfebres abundantes ganancias, después de reunir a éstos y a los que eran del mismo oficio, dijo: —Amigos, sabéis que nuestro bienestar viene de este trabajo, y estáis viendo y oyendo que no sólo en Éfeso, sino en casi toda Asia, este Pablo ha apartado a mucha gente convenciéndoles de que no son dioses los que se fabrican con las manos. Con esto no sólo hay peligro de que caiga en descrédito nuestra profesión, sino también de que el templo de la gran diosa Artemisa sea tenido en nada y vaya a ser despojada de su majestad aquella a quien toda Asia y la tierra entera veneran. Al oír esto comenzaron a gritar llenos de furia: —¡Grande es la Artemisa de los efesios!

Demetrio, un platero que se dedicaba a la producción de «ídolos» encuentra en San Pablo y las conversiones un problema para su sustento. Es el mismo tipo de problema que Plinio recoge en su carta y que vive en Bitinia. El Cristianismo no se trataba de una minoría insignificante, sino que podrían afectar la economía entera de una ciudad.

TESTIMONIOS PAGANOS

Estos dos testimonios paganos son una muestra del impacto que el Cristianismo había alcanzado en tan poco tiempo. Hacen reflejo y corroboran indirectamente lo que los escritores Cristianos ya habían dicho:

San Justino, Diálogo con Trifón 117,5 (150 d.C.)

«No hay raza alguna de hombres, llámense bárbaros o griegos o con otros nombres cualesquiera, ora habiten en casas o se llamen nómadas sin viviendas o moren en tiendas de pastores, entre los que no se ofrezcan por el nombre de Jesús crucificado oraciones y acciones de gracias al Padre y Hacedor de todas las cosas».

Tertuliano, Apología 1. 3:17 37. 3:45 (195–207 d.C.)

¿Si quisiéramos vengarnos, no como ocultos, sino declarados enemigos, nos faltarían las fuerzas de numerosos soldados y ejércitos? ¿Son más los mauros, los marcomanos, los partos que reveló Severo, que los cristianos de todo el mundo? Estos bárbaros son numerosos, pero están encerrados en los límites de un reino; los cristianos habitan provincias sin fronteras. Somos de ayer y ya llenamos el orbe y todo lo suyo: las ciudades, islas, fortalezas, aldeas y mercados, los campos, tribus, compañías, palacios, el senado y el foro. Les hemos dejado solamente los templos de sus dioses vacíos. ¿Pues para qué batalla no serían idóneos soldados los cristianos, aún con desiguales ejércitos, estando tan ejercitados en los combates de los tormentos en que se dejan despedazar gustosamente, si en la disciplina de la milicia cristiana no fuera más lícito perder la vida que quitarla?

También podríamos sin armas pelear contra ustedes con solo separarnos, porque si tan lúcida muchedumbre de cristianos, alejados de su compañía se decidieran a moverse a vivir juntos lejos de ustedes, quedaría el imperio avergonzado con la pérdida de tan ilustres ciudadanos y castigado con el desamparo de los buenos. ¿Qué ciudad no quedaría apesadumbrada y envidiosa de la ciudad cristiana, compuesta del mayor lucimiento de la naturaleza y del mayor lustre de la gracia? Y si todos los cristianos desampararan sus casas, sin duda que en tanta soledad, en tanto silencio de las cosas, en una ciudad desierta y como muerta no habiendo en ella vivos se hallarán enajenados con el pavor, no teniendo en ella a quién mandar. Más enemigos quedarían que ciudadanos, aunque ahora tienen más ciudadanos que enemigos; que siendo los más ciudadanos cristianos, los más ciudadanos son amigos.

San Ireneo, Adversus Haereses, I, 10.2

La Iglesia que recibe esta predicación y esta fe, a pesar de estar diseminada en el mundo entero, la guarda con cuidado, como si habitase en una casa única; cree igualmente a todo esto, como quien tiene una sola alma y un mismo corazón; y predica todo esto con una sola voz (sinfónicamente), y así lo enseña y trasmite como si tuviese una sola boca. Pues si bien las lenguas en el mundo son diversas, única y siempre la misma es la fuerza de la tradición. Las iglesias que están en Germania no creen diversamente, ni trasmiten otra cosa las iglesias de la Hiberias, ni las que existen entre los Celtas, ni las del Oriente, ni las de Egipto ni las de Libia, ni las que están en el centro del mundo (Jerusalén).

Los escritores paganos nos muestran la rápida diseminación del Cristianismo en los primeros años después de la Resurrección de Cristo. Se convirtieron indirectamente en testigos hostiles y dejan ver que los escritores Cristianos no exageraban su propia importancia sino que era un reflejo del fuego de la fe apostólica que encendía e iluminaba las tinieblas del mundo pagano.

Carta a Diogneto: Así describían a los primeros cristianos en medio del mundo

Se trata de un breve tratado apologético dirigido a un tal Diogneto que, al parecer, había preguntado acerca de algunas cosas que le llamaban la atención sobre las creencias y modo de vida de los cristianos: «Cuál es ese Dios en el que tanto confían; cuál es esa religión que les lleva a todos ellos a desdeñar al mundo y a despreciar la muerte, sin que admitan, por una parte, los dioses de los griegos, ni guarden, por otra, las supersticiones de los judíos; cuál es ese amor que se tienen unos a otros, y por qué esta nueva raza o modo de vida apareció ahora y no antes» (Cap. 1).

El desconocido autor de este tratado, compuesto seguramente a finales del siglo II, va respondiendo a estas cuestiones en un tono más de exhortación espiritual y de instrucción que de polémica o argumentación. En esta carta dirigida a Diogneto, los capítulos 5 y 6 expresan de manera excepcional cómo era la vida y la lucha diaria de los primeros cristianos en un mundo de persecución y continuas contrariedades:

«Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres».

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.

Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.

El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar.»

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