La necesaria discreción
(Marcos 8, 27-33) «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro le respondió: «Tú eres el Mesías». Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.
(Marcos 8, 27-33) «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro le respondió: «Tú eres el Mesías». Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.
(Lucas 6, 12-19) «Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles»
Mucho antes de que existieran parroquias y diócesis y el Vaticano y otras estructuras institucionales, existía este grupo de hombres y mujeres que estaban tan abrumados y llenos de energía por el hecho de la Resurrección que dieron la vuelta al mundo y a la muerte con el mensaje de Cristo. Pero, ¿Cómo predicaban estos hombres que cautivaban tanto a sus oyentes?
(Marcos 10, 35-45) «[…] Porque también el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos»
(Marcos 10, 35-45) Pero Jesús les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber, o recibir el bautismo que Yo he de recibir?»
(Juan 6, 60-69) «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios»
El Camino de Santiago, es una de las más antiguas y principales vías de peregrinación de la cristiandad. Desde el descubrimiento del sepulcro del Apóstol Santiago, innumerables peregrinos se han puesto en camino hacia Compostela, para venerar sus reliquias, conformando así toda una cultura jacobea a lo largo de Europa.
(Marcos 6, 30-34) Nuevamente reunidos con Jesús, le refirieron los apóstoles todo cuanto habían hecho y enseñado. Entonces les dijo: «Venid vosotros aparte, a un lugar desierto, para que descanseis un poco»
(Marcos 6, 7-13) Partieron, pues, y predicaron el arrepentimiento. Expulsaban también a muchos demonios, y ungían con óleo a muchos enfermos y los sanaban.
(Mateo 28, 16-20) «Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado. Y mirad que Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo»
(Juan 21, 15-19) «En verdad, en verdad, te digo, cuando eras más joven, te ponías a ti mismo el ceñidor, e ibas adonde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás los brazos, y otro te pondrá el ceñidor, y te llevará adonde no quieres»
(Juan 15, 9-17) «Vosotros sois mis amigos, si hacéis esto que os mando. Ya no os llamo más siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, sino que os he llamado amigos, porque todo lo que aprendí de mi Padre, os lo he dado a conocer»
(Marcos 1, 14-20) Díjoles Jesús: «Venid, seguidme, y Yo os haré pescadores de hombres». Y en seguida, dejando sus redes, lo siguieron.
(Juan 1, 35-42) Le dijeron: «Rabí, –que se traduce: Maestro–, ¿dónde moras?» Él les dijo: «Venid y veréis». Fueron entonces y vieron dónde moraba, y se quedaron con Él ese día.
Celebramos el martirio de los pilares de nuestra Iglesia, las columnas de nuestra fe: San Pedro y San Pablo, apóstoles que con su predicación dieron testimonio de la verdad del Evangelio.
Procuremos imitar su fe, su vida, sus trabajos, sus sufrimientos, su testimonio y su doctrina.
¿Cómo es que un perseguidor de la fe cristiana pasó a ser su más férreo defensor? ¿Cómo un fariseo se convierte en apóstol? Cuando Pablo fue tirado por tierra, fue capaz de entregarle a Cristo absolutamente todo su ser. Más tarde pudo decir «ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí».
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