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San José nos prepara para la Navidad

El Adviento, es un tiempo de preparación y que mejor que prepararnos acompañados de San José. Dejémonos «contagiar» por el silencio de San José. Es muy necesario, en un mundo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento.
San José y el Adviento

Por Padre Luis Rodríguez

Estimados fieles, ¡Ya viene pronto Navidad! Ya se acerca el dichoso momento en el cual Nuestro Señor ha de venir de nuevo con el deseo de nacer espiritualmente en las almas. No es, pues, cualquier cosa la Navidad. No es una mera fiesta o evento social. Es el Nacimiento del Hijo de Dios. Debemos, por lo tanto, prepararnos lo mejor que podamos; no sea que el Niño Dios, como hace más de 2000 años, «no encuentre lugar» en nuestro corazón para nacer.

El Adviento, es un tiempo de preparación y que mejor que prepararnos acompañados de San José.

San José es una de las figuras principales en el misterio de la Navidad; luego de Nuestro Señor y de la Virgen, evidentemente. Por lo tanto, en estos días que faltan para que nazca el Niño Jesús procuremos pensar en San José; intentemos imaginarnos lo que pasaría por su cabeza y el modo en el cual él se iría preparando para el nacimiento de su Hijo. Hagamos este pequeño esfuerzo, sobre todo con el fin de imitarle en la expectación del nacimiento del Niño Jesús. Por otra parte, aprovechemos para pedirle, por medio de la oración que él mismo nos vaya preparando.

Los pensamientos de San José

El amor de Dios. Sin duda, San José pensaría en que «tanto amo Dios al mundo que dio a su Único Hijo». Bastante asombraría a San José el pensar cómo Dios misericordiosísimo, siendo absolutamente feliz consigo mismo y, por lo tanto, no teniendo necesidad de la humanidad pecadora para ser feliz, se compadece y exclama: «Hagamos la redención del género humano». No dejaría de sorprenderle la doble realidad de: los hombres, olvidados de Dios; Dios, preocupado por los hombres. Por supuesto que estas ideas encenderían en San José un gran deseo de darle algo a Nuestro Señor a cambio de tanto amor. Lo mismo intentemos pensar. ¿Quiénes somos para que Dios se haya acordado de nosotros? ¿Quiénes somos para que Dios se humille tanto ocultando su gloria, haciéndose un niñito, sometiéndose a las humillaciones de la vida humana, «tomando la forma de esclavo», como dice San Pablo, Dios ha hecho todo esto por nosotros ¿qué hemos hecho nosotros por Dios?

La Persona del Niño Dios. No dejaría de pensar San José en quién es ese Niñito cuyo nacimiento espera. Contempla al Dios eterno de infinita Majestad, quien ha creado todas la cosas y de quien dependen absolutamente. Considera al Dios de vivos y muertos, quien los ha de juzgar a todos. Piensa en Dios infinitamente grande y digno de toda veneración, que se ha hecho pequeño en el seno purísimo de la Santísima Virgen; y digno de nuestro amor. En compañía de San José, vayamos adorando al Niño que está por nacer. Recordemos que el nacimiento que esperamos es el de nuestro Dios, a quien le debemos todo y, ante cuyo nacimiento no podemos quedar indiferentes.

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Deseo del nacimiento del Niño Jesús. Al conocimiento de la Persona que va a nacer, se agrega el deseo de su nacimiento. Cómo desearía San José ver ya al Niño Dios, adorarle, tomarle en sus brazos, llamarle hijo y demostrarle su amor. Así mismo, el corazón de San José desearía la pronta venida de Jesús para que diese comienzo al derramamiento de sus gracias en las almas. Movamos en nuestros corazones el deseo de la venida del Señor. Encendamos en nuestro corazón un deseo igual al de San José de ver con nuestros ojos al que el casto seno de la Virgen encierra hace ya casi nueve meses, contemplar los rasgos de ese Hijo del Padre celestial, de ver finalmente, realizarse el Nacimiento que acarreará Gloria a Dios en los altos cielos y Paz a los hombres de buena voluntad en la tierra.

Humildad y gratitud. Sin duda pensaría nuestro Santo: ¿A dónde a mí tanto bien? ¿Quién soy yo para ser llamado Padre del Salvador y Esposo de la Reina de los Ángeles? A estos pensamientos de humildad se agregarían los de gratitud por permitirle participar de tan grandes misterios. Cómo agradecería a Dios que su Hijo naciera, no sólo en este mundo, sino también en su corazón. Igualmente, nosotros pensemos que, por nuestras infidelidades a Dios, no merecemos que Jesús nazca en nosotros, pero Él, en su infinita misericordia, de todos modos quiere hacerlo para así remediar nuestra miseria. Y, por supuesto, demos gracias a Nuestro Señor de que se haya dignado hacerse un pequeño niño para nacer, sufirir mucho y morir por nosotros y así librarnos del infierno.

El Niño Dios quiere nacer, como cada año, en nuestra alma para irla empapando cada vez más de su gracia y unirse más íntimamente a nosotros; hay que saber agradecerle por tanta misericordia.

Recémosle a San José

Para obtener las gracias que requerimos hace falta rezar. Por eso, estimados fieles, en estos días que faltan para la Navidad, no olvidemos pedirle a San José en nuestras oraciones que nos alcance las gracias necesarias para prepararnos bien. Pidámosle que nos obtenga el acabar de purificar nuestra alma para recibir santamente al Niño Dios. Igualmente, hay que pedirle que aumente en nosotros el deseo del nacimiento de su Hijo porque entre más grande sea este deseo, más gracias recibiremos.

Agreguemos en nuestro Santo Rosario, o en nuestras oraciones de la mañana o de la noche alguna oración a nuestro Santo Patriarca con el fin de que nos ayude. Alguno dirá que no tiene tiempo de sobra para rezar; pues bien, al menos que intente hacer una pequeña jaculatoria, un «San José, ruega por nosotros» con el cual eleve su alma hacia San José, para que no le falte su asistencia.

En los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.

Benedicto XVI habla del silencio de san José en Adviento

Dejémonos «contagiar» por el silencio de San José. Es muy necesario, en un mundo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento.

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En estos últimos días del Adviento, la liturgia nos invita a contemplar de modo especial a la Virgen María y a san José, que vivieron con intensidad única el tiempo de la espera y de la preparación del nacimiento de Jesús. Hoy deseo dirigir mi mirada a la figura de san José. (……)

Desde luego, la función de san José no puede reducirse a un aspecto legal. Es modelo del hombre «justo» (Mt 1, 19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. Por eso, en los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.

El amado Papa San Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos ha dejado una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, «Custodio del Redentor». Entre los muchos aspectos que pone de relieve, pondera en especial el silencio de san José. Su silencio estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos.

Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las Sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia.

No se exagera si se piensa que, precisamente de su «padre» José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la «justicia superior», que él un día enseñará a sus discípulos (cf. Mt 5, 20).

Dejémonos «contagiar» por el silencio de San José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación para la Navidad cultivemos el recogimiento interior, para acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida.

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