Dramático testimonio de un residente de pediatría: la víctima de un aborto que nació viva

Dramático testimonio de un residente de pediatría: la víctima de aborto que nació viva y debía morir

ReL

Ese es el caso de Giana Jessen, Melissa Ohden o Carrie Fisher, por citar los casos más célebres. En Brasil, Antonio Carlos Tavares de Mello ha fundado la comunidad Jesús Menino [Jesús Niño], una «embajada del cielo en la tierra» para atender a los supervivientes de aborto con discapacidad que les impide llevar una vida normal.

Pero cuando el feto no es viable y nace vivo pero abocado a la muerte, se presenta una circunstancia de complicada gestión para cualquiera que no esté acostumbrado al entorno de los abortorios.

Los restos de un niño vivo no son un problema para quien los mata habitualmente. De hecho, una encuesta en Flandes mostró que el 90% de los médicos que practican abortos tardíos son partidarios del infanticidio, esto es, de matar incluso a niños nacidos de parto normal si al alumbramiento se descubren malformaciones o circunstancias ocultas durante la gestación.

Pero para quien se ve ante esa situación sin haber tenido parte en ella, se plantean todo tipo de inquietudes y aprensiones.

La llamada de la matrona

Es el caso de Javier, un residente de Pediatría en un hospital español que ha relatado su experiencia en estas circunstancias en un artículo en el Semanario Católico Alfa y Omega.

Una experiencia que, explica, «aunque no ocurre en el día a día en nuestros hospitales, sí tiene lugar ocasionalmente», y de hecho para él ha sido la cuarta vez en menos de cuatro años: «Las veces anteriores fueron un mielomeningocele de 22 semanas de gestación y otras cromosomopatías». En este caso se trataba de un niño con síndrome de Down cuya madre «había dicho que no quería verlo en ningún momento».

Sucedió durante una tarde de guardia en un hospital público. Acudieron a la planta de maternidad a requerimiento de una matrona porque, durante un aborto «el feto «había salido» presentando latido cardíaco y signos de incomodidad». Les pedían sedarlo para que no sufriera, un sufrimiento que, según coinciden todos los estudios recientes, existe  desde fases muy tempranas del desarrollo fetal.

Entre 1932 y 1963, el doctor Davenport Hooker, anatomista de la Universidad de Pittsburgh (Pensilvania), llevó a cabo un estudio sobre los movimientos reflejos del no nacido utilizando 150 fetos procedentes de operaciones de histerectomía (extracción del útero por enfermedad de la mujer, con el resultado indirecto e indeseado de aborto), a los que conservó en un líquido isotónico. A efectos académicos, en 1952 presentó seis de esos casos en una película muda, «Early Fetal Human Activity [Actividad temprana en fetos humanos]», que muestra fetos entre 8 y 14 semanas. Fue años antes de que se hiciesen las primeras ecografías, de ahí su valor.

Según explica Javier, los protocolos varían en función de la edad de gestación. Por debajo de 22 semanas, se provoca el parto y «se puede dar el caso de niños que nacen con signos vitales, pero con una probabilidad de supervivencia prácticamente nula incluso si hubiera una reanimación adecuada». Por encima de 22 semanas, para que el aborto sea legal «debe existir patología fetal grave y ser supervisado por un comité de ética».

Si la madre está ya en las 23-24 semanas de gestación, «que se considera el límite de la viabilidad, se administra potasio intracardiaco al feto, provocando un feticidio para asegurarse de que no nace con signos vitales».

¿Merece un trato humano un conjunto de células carente de toda dignidad? ¿O es más que un conjunto de células?

«Hemos avanzado, antes directamente se le metía en el cubo»

Aquel día, al llegar a Maternidad, les llevaron al lugar donde estaba el feto abortado, un «pequeño habitáculo junto al control de enfermería, donde se ubicaba la máquina limpiadora de orinales».

La narración de Javier es espeluznante: «Junto al lavabo había una sábana verde de quirófano, arrugada. Al desplegarla, encontramos a un prematuro de 19 semanas con nariz ancha y aplastada en un rostro plano; se podía ver hasta el esbozo de las uñas. Al auscultarlo todavía tenía un lento y débil latido cardíaco (en la reanimación neonatal menos de 60 latidos por minuto se considera parada cardíaca). Ya no presentaba esfuerzo respiratorio, pues lo habitual es que estos signos vitales tras la provocación del parto duren escasos minutos».

«Una de mis compañeras», continúa, «le explicaba a la otra, recién incorporada, que en estos casos solo es preciso arropar al feto. Solo en aquellos casos en los que presente signos de disconfort es preciso administrar medicación rectal con derivados mórficos. «Pero hemos avanzado, antes directamente se le metía en el cubo», dijo señalando el recipiente de desechos orgánicos. «Qué horror», respondió ella, sorprendida del trato tan inhumano».

«Impresiona ver un cuerpo con forma de niño que se mueve como un niño»

Javier confiesa que se despidió «de la pequeña criatura» que acabaría «en el cubo de desechos orgánicos», preguntándose si los demás presentes harían lo mismo, «ya que no se había despedido ni su madre, y el único roce humano que había encontrado en toda su existencia era con guante de por medio».

«Me resulta llamativo e incongruente», concluye, «que se llame a los pediatras para quitar los signos de disconfort a un feto al que tú mismo le has provocado el parto para finalizar su vida. Mi explicación es que a cualquiera le impresiona ver un cuerpo con forma de niño, que se mueve como un niño y que es expulsado por el canal del parto de una embarazada. Definitivamente todo se resumen en la pregunta: ¿merece un trato humano un conjunto de células carente de toda dignidad? ¿O es más que un conjunto de células?»

Publicado originalmente en https://bit.ly/3s8vicq

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