La Iglesia y la sinagoga

Ya en los primeros decenios de su existencia, la Iglesia debió abocarse a la resolución de un problema nada fácil de superar. Fue la de su vínculo o nexo con el viejo judaísmo. ¿Sería la iglesia un desprendimiento del judaísmo, su continuación o su superación?

Inicio de la obra misional

Cuando Cristo ascendió a los cielos, la Iglesia contaba con unos quinientos fieles en Galilea y unos ciento veinte en Jerusalén. Diez días después de la Ascensión del Señor, se celebró en Jerusalén la fiesta de Pentecostés. Junto con la Pascua y la de los Tabernáculos, eran las fiestas principales que congregaban a multitudes de hebreos de la zona y de la diáspora, es decir, de los diversos puntos del mundo donde existían colectividades judías.

La fiesta de Pentecostés del año de la muerte de N.S.J. los encontró a los apóstoles y a la Virgen María reunidos en el Cenáculo, por temor a los judíos. En medio de un viento impetuoso, descendió sobre ellos el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. Los discípulos, hasta entonces ignorantes y cobardes, quedaron transformados en su inteligencia y voluntad, llenos de lucidez y coraje. A partir de este momento comenzaron a predicar a la multitud congregada en ese lugar. El discurso de Pedro fue decisivo (Hch 2,22) y tres mil personas pidieron el bautismo. Como la mayoría de éstos era judíos de la diáspora, cada grupo hablaba el idioma d sus lugares de procedencia. Con todo, cada cual lo entendió en su propia lengua, con lo que quedó simbolizada la universalidad de la revelación cristiana, por sobre las fronteras de los distintos países.

Luego de las predicaciones y de nuevos milagros, entre los cuales resultó especialmente impactante la curación del paralítico de nacimiento, justamente a las puertas del Templo, el número de fieles subió pronto a cinco mil (Hch 4, 4). Entre los que se iban convirtiendo, la mayor parte eran de raza judía; además de que los 12 apóstoles y los 72 discípulos también eran fieles a la ley de Moisés. Parecía que en un primer momento la Iglesia era judía, era una prolongación de la rama brotada del pueblo elegido. ¿Era el cristianismo una religión nacional? o ¿era católico y universal?

El caso del centurión Cornelio

 Se narra en los Hechos de los Apóstoles (10, 9-20) que había en la ciudad de Cesarea, en Palestina, un centurión del ejército romano llamado Cornelio. Era un hombre justo y temeroso de Dios, uno de aquellos «prosélitos de la puerta». Cierto día se le apareció un ángel, quien le dijo que sus oraciones y limosnas eran agradables al Señor, y que debía hacer venir a un tal Simón Pedro, que vivía en Jope, en la casa de un curtidor, llamado también Simón. Cornelio obedeció, y envió 3 hombres de su cohorte para ir en busca del apóstol.

Pedro, obediente a las indicaciones de lo alto, acompañó a los enviados hasta Cesarea, Cornelio le explicó la visión que había tenido y le señaló su disposición a escuchar lo que el Señor le había ordenado al apóstol. Entonces Pedro dijo: «Ahora comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato»(Hch 10, 34.) Entonces ordenó que Cornelio y los suyos fueran bautizados. Los fieles de la circuncisión quedaron altamente extraños al ver que en la Iglesia entraba un gentil que no había pasado por la Sinagoga.

Esta visión deja en claro que la Ley Antigua y las disposiciones del Levítico, no eran ya obligatorias para los cristianos y que, como consecuencia, se puede ser cristiano sin ser judío. La Iglesia no será un grupo dentro de la nación israelita, sino una comunidad universal, sin distinción de razas, donde podían ingresar tanto judíos como gentiles. La misión de Israel, como pueblo de Dios, había terminado, ya que ha sido relevado por la Iglesia, la nueva Israel espiritual.

Luego del bautismo del centurión, Pedro fue interrogado y debió explicar que lo que había hecho era por orden expresa del Señor. Los fieles, tranquilizados, se decían entre sí: «También a los gentiles otorgó Dios la penitencia para alcanzar la vida» (Hch11, 18).

Pero algunos cristianos judíos que ponían la adhesión a su raza por encima de la fe, no renunciaron tan fácilmente a su idea de la supremacía de Israel. Al parecer dejaron pasar el bautismo de Cesarea como algo excepcional, que no hacía a la regla.

El incidente de Antioquia y el Concilio de Jerusalén

Así estaban las cosas, cuando llegó a Jerusalén una noticia mucho más grave que la del bautismo de una familia de gentiles. Se decía que en Antioquía, capital de Siria, que era por aquel entonces una de las ciudades más importantes de Oriente, se predicaba el Evangelio a los gentiles y sólo se les exigía el bautismo para entrar en la comunidad cristiana. Transformando en regla la excepción de Cesarea, los nuevos convertidos no pasaban por el ritual judío ni se les enseñaba la distinción entre alimentos puros e impuros.

Efectivamente, en el año 48, había vuelto a Antioquía San Pablo en su segundo viaje, junto con Bernabé. «Una vez que llegaron, reunieron la Iglesia, y refirieron cuanto Dios había hecho con ellos, y cómo habían abierto a los gentiles la puerta de la fe» (Hch 14,27). Los gentiles de Asia, recientemente convertidos, no habían sido obligados al cumplimiento de las observancias judías, en particular, a la circuncisión. Entonces llegaron algunos de Jerusalén y comenzaron a decir que sin la circuncisión, conforme al uso de Moisés, nadie se podía salvar. El hecho de que los cristianos, que todavía eran considerados como parte de la comunidad judía, admitiesen en la Iglesia personas aún no circuncidadas parecía ser una traición al judaísmo. Pablo y Bernabé se opusieron a dicha pretensión, con lo que se produjo un grave altercado. Mientras tanto, los nuevos fieles de la Iglesia, para independizarse más de Israel, destacando a la vez que entendían inaugurar una nueva tradición, comenzaron a emplear un nombre que no había estado jamás en uso hasta entonces. Empezaron a llamarse «cristianos», ello sucedió en Antioquía.

El escándalo fue creciendo cada vez más, entonces «se decidió que Pablo y Bernabé y algunos otros de entre ellos subieran a Jerusalén, donde estaban los demás apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión. Ellos, pues, despedidos por la Iglesia, atravesaron la Fenicia y la Samaría refiriendo la conversión de los gentiles, y causando grande gozo a todos los hermanos» (Hch.15, 2)

Entonces tuvo lugar una trascendental asamblea de los Apóstoles y sus discípulos, que la historia ha denominado el primer Concilio de Jerusalén. Se planteó la cuestión principal: Algunos cristianos provenientes de las filas de los fariseos defendieron la tesis de la necesidad de la circuncisión para los gentiles. Después de oír las razones de uno y otra parte, se levantó Pedro y de manera categórica anunció la solución a que todos debían atenerse. No era otra que la que había sostenido Pablo y la que él mismo había resuelto a raíz de su visión en Jope: «Hermanos, vosotros sabéis que desde hace mucho Dios me escogió en medio de vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles las palabras del Evangelio y creyesen. Y Dios, conocedor de los corazones…, ninguna diferencia hizo entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe» (Act 15,7) Por tanto, no hay que imponer una obligación que Dios no impone. Únicamente la gracia de Cristo trae la salvación a los hombres.

El Concilio de Jerusalén había salvado al cristianismo en al primera gran tormenta de su historia, abriendo de par en par las puertas de la Iglesia. Confirmando que la Iglesia sería Católica, es decir, universal. Así se aplicó inmediatamente esta decisión. El obispo de Jerusalén, Santiago, el más ortodoxo y piadoso de los judíos, comenzó a hablar en el mismo sentido que Pedro, diciendo: «Ha parecido justo al Espíritu Santo y a nosotros el no imponer a los fieles otra carga que la necesaria» (Act. 15,28). Esta trascendente resolución, señala la ruptura de la Iglesia con la comunidad judía, corte que se irá acentuando en los años siguientes.

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