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Confidentes del Sagrado Corazón de Jesús: Santa Lutgarda

Célebre por sus dones místicos, la belga santa Lutgarda fue precursora de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y una de sus primeras propagadoras.
Confidentes del Sagrado Corazón de Jesús: Santa Lutgarda
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Nació en Bélgica, en 1182, en una familia de clase media. Desde pequeña le gustó ataviarse con buenos vestidos, siguiendo su vanidad aunque nunca faltando a la honestidad. Su padre, poco piadoso, pensaba casarla con un caballero distinguido; para ello hizo unos negocios a fin de conseguir una buena dote para su hija sin éxito alguno, imposibilitando ese matrimonio. Ya su madre colocaba toda su ilusión en que su hija permanezca siempre en la gracia de Dios. Y como veía que por su belleza, muchos jóvenes la asediaban desde niña en busca de su amistad y que a Lutgarda le gustaba ser requerida, hizo que ingresada a una especie de internado que tenían las benedictinas de Santa Catalina en Saint Troud, con la edad de 12 años.

Nada de ejemplar podemos encontrar hasta los 18 años, momento en que debe abandonar  el internado. Lutgarda era simplemente una chica de mundo que no tiene afecto al pecado, pero carente de piedad. Pero cuando llegó el tiempo de abandonar a las monjas, solicita su ingreso al monasterio. Esto no se debe a un hecho fortuito. Ella ya había notado que el trato con los otros jóvenes no llenaba su alma, antes bien notaba cada vez mayor vacío de felicidad. Pero lo que terminó de encauzar su vida fue el día, mientras charlaba con unas amistades, tuvo una visión de Nuestro Señor Jesucristo que le mostraba sus heridas y le pedía que lo amase solo a Él. Lutgarda aquel día descubrió el amor de Jesús que manaba de su Corazón Sagrado y traspasado y lo aceptó al instante como su Prometido. Desde aquel momento su vida cambió. 

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Las religiosas le abrieron la puerta, pero recordando la frivolidad que la caracterizaba en sus años de internado, se hicieron pocas ilusiones su perseverancia. Sin embargo, la conducta de Lutgarda fue desde el primer día de conversión sincera, llamando la atención de las religiosas el comportamiento ejemplar de aquella antigua educanda de cabeza poco asentada. «Pero su fervor de novicia fue tan extraordinario, que suscitó la envidia de sus compañeras que lo calificaron de fuego de paja, de gran intensidad al declararse, pero de efímera duración».

Compartió místicamente los sufrimientos de Jesús cuando meditaba la Pasión.

Su amor por Jesús más bien crecía. Al rezar lo veía con sus ojos corporales, hablaba con Él en forma familiar. Cuando la llamaban para algún servicio, le decía a Jesús: «Aguárdame aquí, mi Señor; volveré tan pronto como termine esta tarea». También tuvo visiones de Santa Catalina, la patrona de su convento y San Juan Evangelista. En éxtasis a veces se alzaba un palmo del suelo o su cabeza irradiaba luz. Compartió místicamente los sufrimientos de Jesús cuando meditaba la Pasión. En esas ocasiones aparecían en su frente y cabellos minúsculas gotas de sangre. Su amor se extendía a todos de manera que sentía como propios los dolores y penurias ajenas.

Llegado el tiempo, realizó su profesión religiosa. Y uno de los sacerdotes presentes en la ceremonia noto con estupor que llegadas las palabras del ceremonia Ven esposa de Cristo, recibe la corona que el Señor te tiene preparada desde toda la eternidad, todas recibían, según la costumbre, una corona de lino, menos Lutgarda, que la recibió de oro purísimo, muy hermosa y mayor que las otras. Admirado de esta novedad, preguntó al sacerdote que tenía al lado qué significaba aquello, juzgando que todos habían notado la diferencia. El interpelado, que no había notado nada anormal, se burló de él considerando que soñaba despierto.

Pasados algunos años y las hermanas quisieron tenerla como su superiora, y cuando el esta quedó vacante, la eligieron por unanimidad cuando Lutgarda tenía solo veinticuatro años. Gobernó con acierto y entrega la comunidad por varios años, pero el deseo de una vida más austera y la repugnancia total al cargo que no había cesado desde su elección, tras obtener el beneplácito del sacerdote ante quien expuso la causa, ingresó en el Cister de Aywieres a pesar que allí solo se hablaba francés, idioma que desconocía completamente. Viviendo allí, perdiéndose entre el común de las hermanas, siguió iluminando a los demás con su vida de piedad y entrega a Dios. Su santidad llevó a que también allí la requisitaran como abadesa, ella pide fervorosamente a la Virgen María que la libre de eso, haciéndole difícil el aprender el francés. Lutgarda, además del don de la curación, tenía el don de lenguas; entendía profundamente el latín de las Escrituras y no le era difícil aprender un idioma o por lo menos entenderlo; pero el francés nunca lo pudo aprender y casi siempre tuvo que manejarse con traductores. 

Para contrarrestar los estragos de la herejía albigense, la Virgen María en una aparición le rogaba que practicase un ayuno riguroso con objeto de volver a las almas al buen camino y dejaran de ofender a su divino hijo. «No fue necesario más -escribe un biógrafo- para que nuestra santa soltase las riendas a su llanto, y observase con el más exacto rigor el precepto de la Virgen. No ha habido hija en este mundo que así haya sentido la aflicción de su madre, ni esposa que tanto haya llorado la falta de su esposo, como sintió Lutgarda las afrentas de Cristo su Esposo, y la aflicción y tristeza de su Santísima Madre. Por espacio de siete años se mantuvo con sólo pan y cerveza, sin que hubiesen podido obligarla a que tomase otro alimento; y si alguna vez, en fuerza de la obediencia, se veía precisada a condescender con el gusto y mandato de sus superiores, no le era posible masticarlo y pasarlo por fauces». No es menor prodigio que en todos esos siete años, a pesar de un ayuno tan riguroso, no decayó en las fuerzas, antes desarrollaba todos sus trabajos como la religiosa más robusta. Dios la recompensó con la conversión de no pocos pecadores.

Santa Lutgarda le dirá «Tu amor y el mío; que sean uno y el mismo. Sólo entonces me sentiré a salvo». 

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En una visión Jesús le preguntó si deseaba alguna gracia en particular. Ella le pidió poder entender mejor el latín, para beneficiarse de toda la potencia de la Palabra de Dios y elevar su alabanza hacia Él en el coro: fue inundada con la riqueza de los Salmos, de los Profetas, del Evangelio, pero todavía tenía un sentimiento de vacío. Finalmente le pidió a Jesús si podía cambiar ese don por otro: «¿Y por qué cosa lo cambiarías?», le respondió Cristo. «Señor, lo cambiaría con tu corazón». Nuestro Señor le respondió que también anhelaba vehementemente su corazón. Fue entonces cuando tuvo lugar el intercambio de corazones con Jesús, según una experiencia común a otros grandes santos. Santa Lutgarda le dirá «Tu amor y el mío; que sean uno y el mismo. Sólo entonces me sentiré a salvo». 

Once años antes de morir, perdió la vista y recibió esa desgracia con evidente regocijo, como una gracia de Dios para desprenderla más del mundo visible. Poco después de haber quedado ciega, emprendió el último de sus prolongados ayunos. En el curso de aquella penitencia, se le apareció Nuestro Señor para anunciarle su próxima muerte y las tres cosas que debía hacer para prepararse a recibirla. Ante todo, tenía que dar gracias a Dios, sin cesar, por los bienes que había recibido; con igual insistencia, tendría que orar por la conversión de los pecadores; y para todo, debería confiar únicamente en Dios, en espera del momento en que habría de poseerlo para siempre.

Tal como lo había predicho, Santa Lutgarda murió en la noche del sábado posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad, precisamente cuando comenzaba el oficio nocturno para el domingo. Era el 16 de junio de 1246.

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