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El valor olvidado de los abuelos

Como cristianos es nuestra tarea recuperar la dignidad de los abuelos dentro de la familia; para ello encomendamos a los santos Joaquín y Ana la vida de nuestros ancianos, que nunca dejen de ser testimonio del amor de Dios y de su ternura en todos los hogares del mundo. No perdamos de vista su belleza, como maestros de la vida misma.
El valor olvidado de los abuelos

Por María Paola Berte

Los recuerdos de la infancia se adornan entre arrugas, cabellos plateados, pasos lentos y manos suaves. Los abuelos son en todo el sentido de la palabra una bendición, a ellos no les queda difícil mostrarnos a Dios, llevarnos a Él. Siempre dispuestos a ayudar, a servir, a educar. Aunque falten fuerzas físicas, a ellos los mueve una fuerza más profunda: la fuerza que nace del auténtico amor.

San Joaquín y Santa Ana eran el vivo reflejo de ello. En la Sagrada Escritura no se hace mención a los abuelos de Jesús, lo que sabemos de ellos nos ha sido transmitido a través de la tradición. Se cuenta que Joaquín y Ana no podían tener hijos, por lo que, en ocasiones, eran el motivo de la burla en su pueblo. En vista de esto, los esposos se refugiaron en la oración; narra la tradición que Joaquín se retiró al desierto cuarenta días a ayunar y a orar, mientras que Ana permaneció en casa desconsolada. Después de un tiempo, un ángel se le apareció a Ana y le dijo: «Ana, el Señor ha escuchado tu oración: concebirás y darás a luz. Del fruto de tu vientre se hablará en todo el mundo».

La historia de Ana y Joaquín, los padres de la Santísima Virgen María, nos habla de la belleza de los designios de Dios, para aquellos que se atreven a abandonarse y confiar plenamente en Él. De acuerdo a esta tradición, María fue hija única de un santo matrimonio; la Niña fue presentada al Templo desde que tenía muy corta edad, donde estuvo consagrada desde entonces a Dios.

Dios escogió un matrimonio lleno de virtudes, para sembrar en medio de él a la más bella de sus flores, la llena de gracia, la elegida desde la eternidad para ser Madre de Dios; no es casualidad que el nombre Joaquín signifique «Dios prepara» y el de Ana signifique «Gracia». Así, San Joaquín y Santa Ana son modelos y patronos de todos los abuelos. Cristo mismo tuvo la dicha de sentir por ellos la ternura que procede de Dios.

«Los santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha transmitido la fe y el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta María que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo, nos los ha dado a nosotros. ¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe!» Papa Francisco, homilía del 26 de julio.

Hoy, cuando los valores familiares se perciben como un asunto de segunda, volver la mirada hacia los abuelos resulta esencial para redescubrir la belleza de sus vivencias y experiencias, en el corazón de nuestras familias.

Los abuelos son los segundos padres, cooperan intensamente en la formación de los hijos, aportando toda su experticia y amor, siendo confidentes y muchas veces guardianes de la fe en los más pequeños. En muchas ocasiones, son ellos los que nos enseñan a orar, llenando nuestra vida de auténticos valores cristianos. Los abuelos siempre serán un referente en nuestras vidas, y por lo tanto, de cierta forma ellos también definen nuestra forma de ser y de concebir al mundo.

Hoy, cuando los valores familiares se perciben como un asunto de segunda, volver la mirada hacia los abuelos resulta esencial para redescubrir la belleza de sus vivencias y experiencias, en el corazón de nuestras familias. Ellos hacen parte de nosotros, pues también son constructores de nuestra historia, somos la prolongación de su existencia.

Es marcado el desarraigo familiar en la sociedad actual, cuando se han empezado a ver a los ancianos como un objeto descartable, como una carga que impide el progreso, no solo a nivel estatal, sino también desde el núcleo familiar. El utilitarismo se impone y el valor de la persona se mide por lo que pueda aportar o producir a la sociedad.

Nunca perdamos de vista que los abuelos son el centro de nuestra identidad familiar. De niños, muchos hemos sido felices en la casa de los abuelos, escuchando sus historias fantásticas, compartiendo con los primos y tíos, construyendo recuerdos que nos marcarán para toda la vida. Los abuelos son cohesionadores de la familia, tan necesarios en la sociedad actual, cuando la familia se encuentra profundamente herida y dividida; cuando el hombre ha olvidado sus raíces, en busca de un progreso vacío.

Como cristianos es nuestra tarea recuperar la dignidad de los abuelos dentro de la familia; para ello encomendamos a los santos Joaquín y Ana la vida de nuestros ancianos, que nunca dejen de ser testimonio del amor de Dios y de su ternura en todos los hogares del mundo. No perdamos de vista su belleza, como maestros de la vida misma. Los abuelos son el tesoro de sabiduría y amor con el que Dios adorna a las familias.

San Joaquín y Santa Ana, rueguen por los abuelos del mundo entero.

Oración por los abuelos, escrita por el Papa Benedicto XVI

Oración por los abuelos

Señor Jesús: Tú naciste de la Virgen María, hija de San Joaquín y Santa Ana. Mira con amor a los abuelos de todo el mundo. ¡Protégelos! Son una fuente de enriquecimiento para las familias, para la Iglesia y para toda la sociedad. Sosténlos! Que cuando envejezcan sigan siendo para sus familias pilares fuertes de la fe evangélica, custodios de los nobles ideales hogareños, tesoros vivos de sólidas tradiciones religiosas.

Haz que sean maestros de sabiduría y valentía, que transmitan a las generaciones futuras los frutos de su madura experiencia humana y espiritual.

Señor Jesús, ayuda a las familias y a la sociedad a valorar la presencia y el papel de los abuelos. Que jamás sean ignorados o excluidos, sino que siempre encuentren respeto y amor.

Ayúdales a vivir serenamente y a sentirse acogidos durante todos los años de vida que les concedas.

María, Madre de todos los vivientes, cuida constantemente a los abuelos, acompáñalos durante su peregrinación terrena, y con tus oraciones obtén que todas las familias se reúnan un día en nuestra patria celestial, donde esperas a toda la humanidad para el gran abrazo de la vida sin fin. Amén.

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