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San Buenaventura, Obispo y Doctor

(Mateo 23, 8-12) «El mayor entre ustedes será su servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»

Evangelio según San Mateo 23, 8-12

«Ustedes, en cambio, no se dejen llamar “Rabbí”, porque uno solo es su Maestro; y ustedes son todos hermanos. Ni llamen a nadie “Padre” nuestro en la tierra, porque uno solo es su Padre: el del cielo. Ni tampoco se dejen lamar “Directores”, porque uno solo es su Director: el Cristo. El mayor entre ustedes será su servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».

***

Memoria de San Buenaventura

Doctor de la Iglesia, cardenal-obispo de Albano, ministro general de los Frailes Menores; nació en Bagnorea, en las proximidades de Viterbo en 1221; murió en Lyons el 16 de julio de 1274.

Nada se sabe de los padres de Buenaventura salvo sus nombres: Giovanni di Fidanza y María Ritella. No está claro cómo se llegó a cambiar su nombre de pila, Juan, por el de Buenaventura. Se ha hecho un intento de encontrar el origen de este último nombre en la exclamación de San Francisco de Asís, O buona ventura, cuando se le trajo a Buenaventura de niño para ser curado de una peligrosa enfermedad. Este origen es muy improbable; parece basarse en una leyenda de fines del siglo XV. El propio Buenaventura nos cuenta (Legenda S. Francisci Prolog.) que cuando era aún niño se salvó de la muerte por medio de la intercesión de San Francisco.

Ingresó a la Orden de los Frailes Menores en 1238 o en 1243; el año exacto es incierto.

Es seguro que Buenaventura fue enviado de la provincia romana, a la que pertenecía, a completar sus estudios en la Universidad de París con Alejandro de Hales, el gran fundador de la Escuela Franciscana.

Buenaventura disfrutó de especial veneración incluso durante su vida por su intachable carácter y por los milagros atribuidos a él. Fue Alexander de Hales quien dijo que Buenaventura parecía haber escapado a la maldición del pecado de Adán. Y la historia de Santo Tomás visitando la celda de Buenaventura mientras este último escribía la vida de San Francisco y encontrándolo en un éxtasis es bien conocida. «Dejemos a un santo trabajar por otro santo», dijo el Doctor Angélico mientras se retiraba.

Cuando en 1434 los restos de San Buenaventura fueron trasladados a la nueva iglesia erigida en Lyon en honor de San Francisco, su cabeza se encontró en perfecto estado de conservación, estando la lengua tan roja como en vida. Este milagro no sólo movió al pueblo de Lyon a elegir a Buenaventura como su patrono especial, sino que también dio un gran impulso al proceso de su canonización. Dante, escribiendo mucho antes, había dado expresión a la opinión popular situando a Buenaventura entre los santos en su “Paradiso” y ninguna canonización fue nunca más ardiente o universalmente deseada que la de Buenaventura. Que su comienzo se retrasara tanto tiempo fue debido a las deplorables disensiones dentro de la orden tras la muerte de Buenaventura.

Finalmente el 14 de abril de 1482, Buenaventura fue inscrito en el catálogo de los santos por Sixto IV.

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Tomado de Enciclopedia Católica Online

Esta homilía apareció por primera vez aquí el 14 de Julio de 2020
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