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El olvidado papel de San José en las apariciones de Fátima

Más de 100 años se pasaron del Milagro del Sol y la aparición final de Nuestra Señora en Fátima. Los detalles de estos notables acontecimientos son muy poco conocidos, incluso entre los católicos. En este artículo queremos destacar el papel tan olvidado de San José durante aquel trascendental evento.
San Jose en las apariciones de Fátima

Por Proyectoemaus

El 13 de octubre de 1917, treinta y tres años después de la visión del Papa León XIII (13 de octubre de 1884) en la que el pontífice vio a Satanás desafiando la Iglesia, tuvo lugar la última aparición en Fátima con este impactante milagro del sol que parecía danzar en el cielo y querer precipitarse sobre la tierra. 

Siguiendo el Milagro del Sol, en la sexta y última aparición de Nuestra Señora en Fátima el 13 de octubre de 1917, San José también se apareció a los tres jóvenes videntes en aquella ocasión. El padre John de Marchi, en su libro «La verdadera historia de Fátima», lo describe así:

«A la izquierda del sol, San José apareció sosteniendo en su brazo izquierdo al Niño Jesús. San José salió de entre las brillantes nubes pero sólo hasta su pecho, lo suficiente para permitirle levantar su mano derecha y hacer, junto con el Niño Jesús, la señal de la Cruz tres veces para bendecir el mundo. 

Al igual que San José, Nuestra Señora estaba en todo Su esplendor pero a la derecha del sol, vestida con las túnicas azules y blancas de Nuestra Señora del Rosario. 

Mientras tanto, Francisco y Jacinta estaban bañados en los maravillosos colores del sol, y Lucía tuvo el privilegio de contemplar a Nuestro Señor vestido de rojo como el Divino Redentor, bendiciendo al mundo, como Nuestra Señora había predicho. Al igual que a San José, sólo se le veía del pecho hacia arriba. 

A su lado estaba Nuestra Señora, vestida ahora con las túnicas púrpuras de Nuestra Señora de los Dolores, pero sin la espada. Finalmente, la Santísima Virgen apareció de nuevo a Lucía en todo su resplandor, vestida con las sencillas túnicas marrones del Monte Carmelo».

Esta aparición final en Fátima, nos señala tres formas particulares de devoción hacia Nuestra Señora, que estamos llamados a practicar durante esta «batalla final» contra Satanás. Se trata de la devoción a:

  • Su Corazón Doloroso e Inmaculado
  • El Santo Rosario
  • El Escapulario Marrón.

Sin embargo, es de la mayor importancia señalar que la aparición final de Fátima también nos dirige hacia la intercesión de San José, a quien Nuestro Señor se asoció íntimamente en su bendición del mundo.

San José trazó la señal de la Cruz con su mano derecha, bendiciendo al mundo, manifestando su papel protector y vigilante de Patrono de la Iglesia Universal, como indicando que él no abandonaría a la Iglesia de Dios.

El mismo pontífice León XIII, había escrito en su Carta Encíclica Quamquam pluries: “Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia y por las que, a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria”.

El padre de Marchi escribió:

«Nuestro Señor, ya muy ofendido por los pecados de la humanidad y particularmente por el maltrato de los niños por parte de los funcionarios del municipio, fácilmente podría haber destruido el mundo en aquel día lleno de acontecimientos. Sin embargo, Nuestro Señor no vino a destruir, sino a salvar. Salvó al mundo ese día a través de la bendición del buen San José y del amor del Inmaculado Corazón de María por sus hijos en la tierra. Nuestro Señor habría detenido la gran guerra mundial, que hasta ese entonces había ocasionado grandes estragos, dando la paz al mundo a través de San José, si los niños no hubieran sido arrestados y llevados a Ourém declaró posteriormente Jacinta».

San jose con el nino vitral - El olvidado papel de San José en las apariciones de Fátima

En la fiesta de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre de 1870, el Papa Pío IX, a raíz de los llamamientos recibidos por parte de los obispos de todo el mundo, declaró a San José Patrón de la Iglesia Universal «en este momento de dolor» cuando «la iglesia es asediada por enemigos en todas partes y oprimidos por pesadas calamidades, de modo que los hombres impíos imaginan que las puertas del Infierno prevalecen contra ella».

El Papa León XIII, a quien se le reveló en 1884 que a Satanás se le daría, por algún tiempo, mayor poder para que pueda luchar en contra de la Iglesia, instituyó una nueva devoción a San José en su encíclica Quamquam pluries, promulgada en la Fiesta de la Asunción, 15 de agosto de 1889. El Sumo Pontífice escribió:

«Durante periodos de tensión y de prueba —sobre todo cuando parece en los hechos que toda ausencia de ley es permitida a los poderes de la oscuridad— ha sido costumbre en la Iglesia suplicar con especial fervor y perseverancia a Dios, su autor y protector, recurriendo a la intercesión de los santos —y sobre todo de la Santísima Virgen María, Madre de Dios— cuya tutela ha sido siempre muy eficaz».

Explicó además:

«Vemos la fe, la raíz de todas las virtudes cristianas, disminuyendo en muchas almas; vemos la caridad cada vez más fría; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad.

Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino».

Más de un siglo después de la promulgación de esta encíclica los males identificados por el Papa León XIII se han intensificado en un grado que habría sido inconcebible para la mayoría de la gente en 1889. Miles de niños inocentes son sacrificados todos los días con la aprobación de los gobiernos que deberían protegerlos.

La santidad del matrimonio ha sido contaminada por el divorcio, el adulterio, la anti-concepción, y los vínculos entre los padres y sus hijos están siendo deliberadamente atacados por los estados e instituciones más poderosas del mundo.

El Papa León XIII exhortó a los fieles, como lo haría Nuestra Señora veintiocho años después en Fátima, a combatir estos males por medio de la oración del Santo Rosario:

«Estando próximos al mes de octubre, que hemos consagrado a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, nos exhortamos encarecidamente a los fieles a que participen de las actividades de este mes, si es posible, con aún mayor piedad y constancia que hasta ahora. Sabemos que tenemos una ayuda segura en la maternal bondad de la Virgen, y estamos seguros de que jamás pondremos en vano nuestra confianza en ella. 

Si, en innumerables ocasiones, ella ha mostrado su poder en auxilio del mundo cristiano, ¿por qué habríamos de dudar de que ahora renueve la asistencia de su poder y favor, si en todas partes se le ofrecen humildes y constantes plegarias? No, por el contrario creemos en que su intervención será de lo más extraordinaria, al habernos permitido elevarle nuestras plegarias, por tan largo tiempo, con súplicas tan especiales».

Pero entonces, una vez más anticipándose a Fátima, dirigió también a los fieles hacia San José:

«Pero Nos tenemos en mente otro objeto, en el cual, de acuerdo con lo acostumbrado en ustedes, Venerables Hermanos, avanzarán con fervor. Para que Dios sea más favorable a nuestras oraciones, y para que Él venga con misericordia y prontitud en auxilio de Su Iglesia, Nos juzgamos de profunda utilidad para el pueblo cristiano, invocar continuamente con gran piedad y confianza, junto con la Virgen-Madre de Dios, su casta Esposa, a San José; y tenemos plena seguridad de que esto será del mayor agrado de la Virgen misma».

Explicó además:

«Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos. 

Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo».

Por lo tanto el Santo Padre instituyó una nueva oración para ser rezada después del Santo Rosario durante todo el mes de octubre. Era su intención que se rezase esta oración no sólo en octubre de 1889, sino en octubre de cada año.

Después de más de 100 años del Milagro del Sol, aprendamos la lección de la aparición de San José en Fátima y acudamos a él para pedir su ayuda y protección.

¡San José, terror de los demonios, ruega por nosotros!

Oración del Papa León XIII a San José después del Santo Rosario para el mes de octubre

A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio.

Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades.

Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos propicio desde el cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad.
Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.

“San José no se limitó a bendecir a los allí presentes, sino que bendijo al mundo entero. Fue una bendición solemne, impartida junto a Jesús y la Virgen. El mundo hoy está en llamas, el humo del incendio envuelve a la Iglesia, y en esta hora dramática la Iglesia y el mundo tienen más necesidad que nunca de la intercesión de San José, así como de su protección y bendición. El mensaje de Fátima, que es un compendio teológico para nuestro tiempo, nos lo recuerda. Cuando todo parece perdido, es preciso alzar los ojos al Cielo, y desde allí la Virgen, el Niño Jesús y San José bendicen, alientan y protegen a todos cuantos rezan y combaten en defensa de la Iglesia y de la gloria de Dios” (Roberto de Mattei)

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1 comentario en “El olvidado papel de San José en las apariciones de Fátima”

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